CAPÍTULO 27

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Suplicio I

Elizabeth Grace

Me quitan las esposas al tiempo que me empujan dentro de una celda. Está lejos de las demás. Me voy al final y me siento en el suelo mientras analizo al policía que custodia la entrada.

Se saltaron varios pasos que se deben realizar al encarcelar a alguien, como el registro donde te preguntan tus datos, te piden tus huellas, te toman las fotos. Nada de eso me hicieron, cosa que me hace saber que en realidad acusarme de la desaparición de Héctor es solo una excusa o coartada para meterme aquí.

Paso mis manos por las muñecas ya que estas me duelen como la mierda. Levanto la manga del uniforme naranja que me dieron al entrar y veo lo rojiza que se encuentra mi piel.

Fue arreglado el encerrarme en este lugar, por lo tanto también se encargaron de no ponerme en una celda donde tan siquiera hubiera una cama donde dormir. A pesar de que no pasé por registro, me quitaron absolutamente todo, hasta la ropa, en frente de varias personas y me examinaron sin ella. Otra cosa más que me confirmó que no entré aquí por una simple desaparición.

Me levanto de mi lugar y voy hacia el hombre que custodia la entrada.

—Tengo derecho a una llamada, ¿por qué no me han dejado hacerla? —pregunto, aunque ya conozco la respuesta.

—Si vuelve a decir algo no le permitirán siquiera hablar con su abogado. —amenaza sin moverse de su sitio, sin embargo afirma su agarre en el arma que sostiene.

—Eso es ilegal. —recrimino— ¿Acaso no le temes a que te maten o encierren?

—Mi familia está bien y eso es lo que me importa. —murmura y me echo a reír haciendo que gire a verme confundido.

—Puta corrupción. —espeto riendo— ¿Quién les está pagando para encerrarme aquí? —cuestiono poniéndome seria en menos de un segundo y muevo el hierro con mis manos— ¡Dime! ¡¿Quién les paga para tenerme aquí maldita sea?! —golpeo las barras— Cuando salga de aquí, voy a matarte, ¿oíste? —amenazo.

Se voltea hacia mí y levanta la escopeta que carga poniendo la punta en mi frente. Levanto las manos y sonrío.

—Mira quién tiene la punta de una mossberg 500 en su puta cabeza con riesgo de que se la descarguen toda, y después hablas —lastima mi frente presionando la boca de fuego y muerdo mi lengua antes de decir otra cosa—. Tal vez no sea yo quien muera, y antes de salir de aquí.

Llevo mis manos al cañón.

—Puedes matarme, pero te quedarás sin mercancía que te asegure la vida, ¿eso quieres?

El guardia armado parece pensarlo, pero el radio suena, llamándolo.

—Lleven a la reclusa Grace a la sala de interrogación ¡Ya! El jefe llegó. —hablan— ¿Me escuchan? Repito. Lleven a la reclusa Grace a la sala de interrogación. El jefe llegó. ¿Me copian?

Saca el cañón de los barrotes y levanta su radio llevándolo a su boca.

—Aquí oficial Jones, guardia 0550 del ala norte, me encuentro con la reclusa Grace. ¿Las cámaras han sido apagadas? —inquiere y trago el nudo en mi garganta.

El estómago se me revuelve al saber que me pueden hacer de todo aquí y nadie se daría cuenta. Tantas veces culpé a mi papá por los atentados contra mi vida que nunca me puse a pensar en que tal vez, y sólo tal vez, yo era la culpable de aquello.

Me saca de la celda a la fuerza y me patea la pierna al no querer caminar. Muerdo mi labio inferior hasta que siento el sabor a hierro para no soltar un quejido y tragarme las lágrimas que querían salir. Prefiero avanzar y sigo por los pasillos, los que antes estaban llenos de reclusos y guardias, ahora se encuentran vacíos.

MISÈREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora