CAPÍTULO 36

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Demonios

Alexander Hudson

La noche soplándonos bajo el techo de la cabaña en el exterior hace que ambos tiritemos de frío. Elizabeth respira, como si estuviera buscando fuerzas y valentía para decir algo, así que yo me dedico a esperar, en silencio, con el frío paseándose por mi cuerpo. 

Deja de mirarme bajando la cabeza un momento, pero luego la vuelve a subir y sus ojos se concentran en los míos, el verde en ellos brilla como estrellas en la oscuridad. Pero en su mirada hay algo más, fuego, determinación, confianza... orgullo tal vez, y comunicación. Ella quiere comunicarme algo, confesarme algo. La frialdad en sus ojos, en su rostro, no se rompe en ningún momento, ni siquiera frente a mí. 

—El monstruo que hay en mí... —empieza sin tartamudear o algo en absoluto, solo seriedad y determinación existe en su voz, pero la interrumpo. 

—Acepta al monstruo que hay en ti. —termino por ella. Confesando tal vez lo mismo que ella quería confesar. 

Noto como deja de respirar por segundos... segundos y silencios que responde preguntas que antes no me atrevía a hacer por miedo a su respuesta. Ella me da miedo, tengo que confesarlo, y eso aumentó aún más cuando la vi peleando contra el enmascarado, cuando me apuntó a mí. 

La muerte hace mucho dejó de darme miedo, morir no era un detenimiento en absoluto para continuar, pero ella, ella es peor que la muerte misma. 

Se notó su inexperiencia con la katana, pero aún así fue capaz de levantarla y luchar como una guerrera. Sin práctica hizo aquello que yo no sería capaz de hacer nunca. Los límites no la detienen porque ni ella misma se pone límites. El odio en su mirada iba más allá de lo que se conoce como odio, no existe el razonamiento en ellos. 

La inexperiencia no la detuvo y no la detendrá jamás. 

Elizabeth es una guerrera innata, lo lleva en la sangre, es herencia sagrada que corre por sus venas sin control. Ella es una bestia, peor que mi hermana, peor que yo, porque cuando la bestia sale y huele la sangre, su temperamento explota, su conocimiento aumenta y logra incluso lo que no sabía hacer. No siente miedo, siente poder. Cuando la bestia sale, la crueldad y el fuego arden en su mente, en su cuerpo, en sus venas y es capaz de opacar a su corazón, sus sentimientos o debilidades, solo para triunfar en la guerra que no empezó de ella, pero sí terminará por ella. 

Lo admitimos, admitimos lo que carcomía nuestro interior. Tal vez erramos en nuestras decisiones pasadas o lo hacemos justo ahora al confesar lo que no debíamos, pero supongo que vale la pena. 

Todo en ella vale la pena, siendo cruel o no, lo vale. 

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Elizabeth Hristova

Enrollo mis manos alrededor de su cuello y trepo mis piernas en su cadera a la vez que él me toma por el trasero, pegándome a su cuerpo. Pongo mis labios contra los suyos, con ferocidad marcada en cada uno de nuestros movimientos, la rudeza y determinación que ambos transmitimos. Él avanza de regreso al interior de la cabaña y, sin despegar nuestros labios, camina a través de la sala, pisando los vidrios rotos hasta llegar a mi habitación donde me pega a una pared. 

Muerdo su labio inferior haciendo que suelte un quejido, uno que me pone bastante. Una de sus manos está en mi trasero, apretando, mientras la otra traza caricias en mi espalda baja, luego de haber levantado un poco el suéter que tengo encima. Me deja en el suelo sin dejar de besarme y caminamos hasta quedar al borde de la cama, pero sin caer en ella. 

Nuestros labios se despegan y mi cuerpo se ahoga en reclamo por ello. Sus ojos expresan el deseo puro mientras dirige sus manos a mi ropa y empieza a quitarla una por una, quita mi chaleco antibalas deshaciéndose de aquel peso de mis hombros y se deshace del suéter negro manga larga bajo ellos, dejando a la vista las múltiples cicatrices en mi piel y las heridas aún abiertas de las peleas que tuve hoy. Luego, baja y quita mi cinturón de municiones, pistolas y cuchillas, para después desabotonar el pantalón y deslizarlo por mis piernas hasta quitarlo por completo, también mostrando las cicatrices que se aferran a mi piel. Las cicatrices de todo lo que me hicieron tanto en las torturas por Brenda, como por las torturas en el psiquiátrico al que me encerraron. Han pasado mucho años desde eso, y a pesar de que fueran casi invisibles y muchas veces los tapara con maquillaje, yo podía verlas bajo mi piel. Sigo sintiendo los pinchazos de aquellas agujas incluso cuando no están ahí. 

MISÈREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora