CAPÍTULO 28

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HAY UN CAP ANTES DE ESTE POR DOBLE ACTUALIZACIÓN. NADA MÁS AVISO

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Suplicio II

Elizabeth Grace

Aguanto la respiración y el agua fría junto al hielo cae sobre mí nuevamente. Mi cuerpo tiembla y mi cabeza duele levemente con las caídas de los cubitos congelados. Llevo días, no, horas quizás. No creo que más de un día tomando en cuenta de que Magdiel no dejaría que alguien me retuviera por tanto tiempo o que él no pudiera verme. No se habrá tardado mucho en averiguar que lo de culparme por la desaparición de Héctor fue sólo una excusa para mantenerme aquí, preguntarme e intentar sacarme información. Cosa que no les ha resultado.

No he comido ni bebido agua. No me han dejado levantarme de esta silla a menos que sea para ir al baño, o para que me arrodille, con las manos extendidas hacia adelante mientras colocan peso sobre ellas para que las sostenga por horas si eso quieren. Muchas veces han enrollado los cables en mis brazos. Si me llego a caer o bajo los brazos, inmediatamente me dan una descarga, mínima, pero sumamente dolorosa de electricidad. La garganta me duele de tanto gritar porque, a pesar de que he aguantado la mayoría de los gritos, llega un momento en el que simplemente me olvido de no darles el gusto de escuchar mi dolor y permito que mi voz se ahogue en esta habitación.

Sobre las preguntas, no se cansan de hacerlas relacionadas a Alexander. O quién soy de él, o quién es él, o de dónde lo conozco, o cuánto lo conozco. Simplemente no cambian el tema, no pasan de él. Seguramente están enamorados de él, pero no tienen la valentía de decirlo, así que prefieren preguntarme a mí las cosas y luego ganarse a Alexander.

Esa sería una buena teoría o manera de no pensar en la realidad, pero creo que todos sabemos que eso no es cierto.

Quisiera no darles el gusto de verme sufrir o gritar o llorar. Quisiera no darles el gusto de verme de rodillas, con las lágrimas corriendo por mis mejillas o el sudor paseándose por mi piel. Quisiera que me sacaran de aquí, pero por lo que veo esto va para largo y aquello me asusta.

—¿Quieres dinero? —pregunta un hombre al lado del encapuchado con la máscara negra de plástico brillante. El encapuchado no ha hablado para nada, desde que entra aquí se mantiene callado y sólo observa cuando me torturan, o les habla al oído a los demás para dar órdenes.

Es el líder en la operación, y yo la diversión.

—No, gracias, pero ya tengo, y más de lo que ustedes podrían imaginar tener, niños. —declaro con una sonrisa.

No quisiera verme en un espejo porque aborrecería mi rostro, mis labios deben estar lastimados, mis pómulos morados al igual que alguno de los dos ojos, ya no recuerdo en cuál de los dos me han golpeado últimamente, y mis ojeras deben estar horribles, porque no me han permitido dormir

—No estamos para juegos, Elizabeth, queremos saber quién mierda es Alexander Hudson y qué relación tienes con él. ¿Acaso es tan difícil de entender o tu cerebro de paja no lo procesa? —cuestiona uno de los hombres.

Son cuatro en total, cinco con el encapuchado, aunque no sé si es hombre en realidad, debido a la túnica negra que le cubre de pies a cabeza. Túnica que tapa su cabello y le hace ver más grande o gordo de lo que es.

—Dicen que no están para juegos y no dejan de divertirse como si estuvieran jugando, ¿Quién los entiende?

El encapuchado da una vuelta y cuando vuelve a su posición le dice algo a quien tiene al lado.

—Ya se cansó —le dice al que siempre me pregunta y me coloca los cables, o el peso, o me tira el agua—. A la barra y sin gentileza.

Me sueltan el cuero de las manos, me levantan y me guían hacia la parte trasera del lugar. Me sacan la camisa naranja de mangas largas que cubre el suéter blanco, ropa que se encuentra carmesí gracias a la sangre seca. Me alza un hombre por las piernas mientras que otros dos elevan mis brazos y sólo siento cuando abrochan algo en mis manos.

MISÈREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora