35.

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-Esta bien... Llora lo que tengas llorar... Ahora estoy aquí contigo y no hay nadie en la tierra que pueda lastimarte...

Las lágrimas en los ojos de Itadori, se acumulaban como una presa apunto de reventar rebosantes de grandes cantidades de agua, sus ojos se tornaban borrosos en cada segundo que pasaba en los brazos de la beta.

-Yo voy a protegerte.

Solo cuatro palabras y las compuertas de la presa en sus ojos, que tanto amenaza con romperse en sus ojos no pudo aguantar un segundo más.

La calidez en aquellas gotas saladas bajaban sin parar, empapando por completo el hombro de la castaña, sus pulmones ardían en cada respiración quemando su garganta hasta el dolor, temblaba su mandíbula como nunca aguantando las ganas inmensas que tenía de gritar desahogando el dolor en su corazón y el nudo en su cuello jamás estuvo tan apretado e incómodo...

-Has pasado por mucho cariño, de verdad lamento no haber estado para ti cuando más me necesitabas pero ahora...

En cada palabra que salía los labios ajenos su corazón dolía a medida que se tornaba cada vez más y más pesado. Solo intentaba aferrarse aún más a la seguridad que la beta le ofrecía. No quería que lo viera de esa forma... No tan débil como se mostraba en ese momento.
Incluso hacía todo su esfuerzo por no darle la cara, temía que viera y se asustará por lo horrible que estaba, por unas cicatrices que jamás desaparecerían

Pero si ella se lo pedía, le resultaría imposible negarselo.

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Nobara sentía un remolino de emociones en su interior y cada una de ellas le dejaban un horrible amargor en su boca que le hacía querer vomitar... Y sensaciones que forzosamente se debía de tragar, aún si esto le quemaba su garganta como si de ácido se tratara.

Ella había cerrado su corazón bajo miles de cerraduras, escondiéndolo en lo más profundo de su pecho dónde nadie pudiera alcanzarlo, eso desde que su amada compañera de vida abandono este mundo dejándola sola.

Los colores tan vivos de la vida se apagaron en sus ojos... Todo se volvió gris carente de vida y emociones... Vivía de una forma rutinaria todos los días era mi mismo, nada llamaba su atención, insípido, no había nada que llenará el vacío de su corazón.

(...)

La forma en la que apareció Yuuji en su vida, fue un completo milagro para ella, el se había convertido en el pequeño faro de luz en un océano de oscuridad en qué estaba a la deriva. Como si después de tantos años de estar perdida en esas negras aguas hubiera encontrado un puerto al cuál volver.

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-Yuuji... ¿Tú...?.

El cuerpo del menor no paraba de temblar y no era a causa del frío, sino por el miedo.
Cuando lo acercó aún más a su cuerpo pudo sentir una pequeña y redonda pancita en contacto con su abdomen.

Ahora entendía el porque en todos estos meses Sukuna era el que llevaba la mercancía y no iba acompañado por el menor. Siempre llegaba entrada por salida y nunca se detenía a dar ninguna explicación.

Un Omega DiferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora