CAPÍTULO 2

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Daphne 

—Me llamo Aquiles —dijo con una sonrisa arrogante, que le quedaba perfecta

—¿Aquiles? —pregunté curiosa. La verdad es que me pareció de lo más curioso, pero no el nombre, aunque hay que decir que es de los nombres más diferentes que he escuchado a lo largo de mi vida.

—Creo que así es como me llamo —me dijo con ironía, sin dejar su sonrisa que adorna su perfecto rostro.

—Como el héroe de la guerra de Troya— seguí en mi mundo.

—¿Te gusta la historia? —me preguntó mientras su mano subía y bajaba por mi espalda.

—Un poco— le sonreí.

—Daphne como la ninfa amada por Apolo— me susurró en el oído.

—Bueno, esa Dafne se escribe con f, el mío se escribe con ph— le expliqué—. Pero sí. A mis padres les encantaba la mitología.

—Parece que a los míos también— me acarició el cuello con un dedo, haciéndome erizar la piel—. Y dime, Daphne, ¿qué hace alguien como tú por aquí?

—¿Cómo yo? —giré un poco la cara para encontrarme con sus ojos.

—Está claro que no has venido antes aquí.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté curiosa.

—Porque no acabas de encajar...— me dijo sonriendo.

—Ya veo...

—Por eso me encantas— soltó con naturalidad—. ¿Qué haces aquí?

—He venido con un amigo— contuve el aire cuando su dedo llegó a mi mentón.

—¿Un amigo? 

—Un compañero de trabajo, se llama Derek y debería estar aquí en cualquier momento.

—Ahhh, Derek. Se acaba de ir con una chica —dijo con normalidad.

—¿En serio?

Te juro que lo iba a matar en cuanto lo viera. Me dijo que viniéramos aquí, que no me dejaría y nos lo pasaríamos bien, pero claramente me había dejado tirada. Encima, no tenía aquí mi coche porque lo dejé en el aparcamiento de la empresa, así que no tenía con que volver a casa.

—Creo que me tengo que ir— dije, empezando a agobiarme.

—Te acompaño— se ofreció, dándome la mano para abrirnos paso entre la gente.

La verdad es que en cuanto su mano y la mía hicieron contacto, sentí algo cálido en mi pecho. Se sentía bastante bien.

Llegamos hasta la puerta del local y salimos de él. Hacía bastante frío, por eso me puse rápidamente la chaqueta y busqué el teléfono en mi bolso para pedir un taxi.

—¿Qué haces? —me preguntó Aquiles.

—Pedir un taxi, no tengo mi coche aquí.

—Puedo llevarte yo— se ofreció.

—No hace falta, de verdad.

—Bueno, me temo que no me tomo un «no» por respuesta, y no era una propuesta, era una afirmación.

Sin más, volvió a cogerme la mano y se dirigió por la calle hasta pararnos delante de una moto. Bueno, no era una moto cualquiera. Era de esas potentes. Esas que, a cualquier adolescente con el cliché de chico malote y moto, le hubiese encantado. Y yo no era menos. De hecho, me encantaban las motos, siempre había querido una, pero por bastantes motivos nunca llegué a tener una.

HAZLO CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora