CAPÍTULO 22

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Daphne

La mañana siguiente me desperté dándome cuenta de que estaba tumbada encima de Aquiles. Estábamos en el sofá de su oficina y, encima de mí, había unas carpetas que supongo estuvo mirando la noche anterior. Me moví con cuidado porque no quería despertarlo, y levanté mi cabeza para verlo mejor.

Cuando la levanté, me encontré con su expresión calmada, respirando profundamente y con algunos mechones por su frente.

La verdad es que está muy atractivo cuando duerme, además de que parece estar en total paz.

No pude evitar sonreír y apartarle los mechones.

Acaricié sus pómulos, disfrutando de la vista. No me podía creer que finalmente le había dicho lo que sentía. Le había dicho que lo quería.

Solo de pensarlo mi corazón se aceleraba y las maripositas en mi estómago revoloteaban.

¿Cómo no iba a quererlo?

De repente, sus párpados se abrieron, dejándome ver ese precioso color gris que me tenía tan hechizada. Podía pasarme horas solo mirando sus ojos.

—Buenos días— susurré y me acerqué para darle un beso en la mejilla.

—Buenos días, bonita —susurró, con una sonrisa—. Me encanta levantarme a tu lado.

—Y a mí —sonreí tímidamente. Volví a recostar mi cabeza en su pecho—. ¿Hasta qué hora estuviste trabajando?

—Creo que hace una hora.

—Dios... Siento haberte despertado —lo miré y empecé a moverme—. Te dejo descansar.

—No —me sujetó contra él y me inmovilizo—. Ya he descansado suficiente.

—Aquiles, tienes que dormir más... —susurré—. Yo me quedo contigo, pero tú vuelve a dormir, por favor— le pedí, suplicándole casi.

Su salud me preocupaba, y no quería que dejara de cuidarse por mí, ni por nadie.

—Está bien, solo si prometes quedarte conmigo— me apartó un mechón de la cara. Como una tonta enamorada, sonreí.

—Estaré cuando despiertes a tu lado— le acaricié.

—Entonces vale.

Cogí las carpetas y las dejé en la mesa de centro, me acomodé en el sofá, y llevé su cabeza a mi pecho. Empecé a acariciarlo y así poco a poco se fue durmiendo.

Me encantaba tenerlo así conmigo, me hacía sentir especial. Y al igual que a mí me gustaba estar escuchando su corazón, entre sus brazos, protegida y cuidada, yo también quería ser lo mismo para él.

Poco a poco me fui quedando yo también dormida. Me encantaba estar abrazada a él, me hacía sentir en paz.

***

Me desperté con el sonido de la puerta abriéndose. Rápidamente miré en dirección a la puerta y me encontré a Zed con una carpeta. Cuando nos vio, sonrió y dejó los papeles encima del escritorio.

—Siento si te he despertado— susurró.

—Tranquilo, creo que ya he dormido suficiente— le mostré una sonrisa.

—Les diré que os traigan algo de desayunar— me dijo Zed.

—Muchas gracias, por todo— le sonreí.

—No hay nada que agradecer. A los amigos se les ayuda ¿no? —ambos nos miramos y sonreímos. Asentí y se despidió antes de cerrar la puerta e irse.

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