CAPÍTULO 14

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Daphne

Me desperté cuando noté un agarre en mi cintura atrayéndome hacia donde estaba. Abrí los ojos y miré el brazo tatuado de Aquiles que desprendía calor en esa zona. Mi espalda estaba pegada a su pecho, el cual también me envolvía ante el frío. Su respiración hacía contacto con mi mejilla, poniéndome la piel de gallina.

La habitación estaba a oscuras, pero por algunas rendijas se podía apreciar la luz del día. Me apreté más contra su cuerpo y envolví su brazo con los míos, abrazándolo como si fuese un muñeco.

Volví a cerrar los ojos para disfrutar un poco más de esta sensación. Quería alargar este momento lo máximo posible.

Después de tantos problemas, solo quería un poco de paz y tranquilidad. Quería tener una vida normal, con problemas normales, como cuando a la gente se le rompe la cafetera o se le pincha la rueda del coche. Solo quería tener problemas del día a día, no esto que estaba pasando ahora.

Noté como tras de mí, Aquiles se acababa de despertar. Colocó su cabeza en el hueco de mi cuello y respiró mi aroma. Ese contacto fue suficiente para perderme de nuevo en él. La noche había sido... entretenida.

Apretó su agarre en mí, mientras empezó a dejar besos en mi cuello. Abrí los ojos y no pude evitar que una sonrisa apareciera en mi cara.

—Buenos días— dijo contra mi cuello, con esa voz ronca que me encantaba.

Me giré para verlo de cara. Su brazo no dejó mi cintura en ningún momento. Estaba con los ojos cerrados, con el pelo desordenado y con los labios ligeramente entreabiertos. Sus facciones estaban relajadas, dándole un aspecto dulce que contrastaba con su rostro diario intimidante.

—Buenos días— sonreí.

Llevé una de mis manos hasta su rostro y aparté los mechones que molestaban la imagen. Recorrí con mis dedos todas sus facciones. Desde sus cejas perfectamente hechas, su nariz recta, sus pómulos marcados hasta su mandíbula. Finalmente llegué hasta sus labios rosados y ligeramente hinchados.

Lo recorrí con fascinación. ¿Cómo podía ser tan atractivo?

De repente, sus dientes atraparon mi pulgar que reposaba en sus labios, en un ligero agarre, sacándome una risa.

Abrió sus ojos y los conectó con los míos. Es que aparte de atractivo tenía unos ojos que me volvían loca. Sus ojos eran grises, no azules, grises.

—Eres consciente de que como no pares de tocarme llegarás tarde al trabajo, ¿verdad? —dijo con su voz adormecida y elevando una ceja.

—Bueno, no hay problema por mi parte— le sonreí.

—Por la mía tampoco— comentó y se encogió de hombros.

—Pues ¿a qué esperas? — me mordí el labio cuando vi como su comisura derecha se elevaba.

—Creo que no me has entendido...— sonrió, divertido.

—Creo que eres tú el que no me ha entendido— me acerqué a sus labios y los rocé.

—Ayer ya me demostraste lo diosa que podías llegar a ser, bonita— dijo después de un gruñido.

—Ahora te toca demostrarme tú a mí, guerrero— le sonreí y vi como él me la devolvió, negando divertidamente.

—Creo que ya sabes de lo que soy capaz, bonita— empezó a besar mi mandíbula, hasta que llegó a mi cuello.

—No estoy segura— le provoqué.

—Te lo voy a enseñar— me contestó, mientras sus labios seguían en mi cuello.

Sinceramente, me daba igual llegar tarde. Aquiles era mi jefe, solo él podía despedirme, y me daba la impresión que no lo iba a hacer. Tampoco es que quisiera aprovecharme de eso, pero por un día no iba a pasar nada.

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