Daphne
Llegué media hora después a la dirección que me había mandado Aquiles. Estaba a las afueras de la ciudad, en una explanada, sin mucho tráfico. Solo había un gran edificio de dos plantas, con bastante seguridad, muy oscuro y sin apenas ventanas.
Me paré delante de los guardias para que me abrieran la barrera para aparcar dentro. Junto a la dirección me había dicho Aquiles que les dijera mi nombre y me dejarían pasar.
Todavía estaba asustada. Había venido todo el viaje mirando por el retrovisor a ver si me seguían, pensando en quien podía ser, o incluso si había sido una imaginación mía. Mi corazón iba a toda velocidad. Llevaba un maldito cuchillo ¿Qué hubiese pasado si me hubiese pillado? Solo de pensarlo, me produce escalofríos.
Bajé la ventanilla para hablar con el guardia. Iban de negro, con armas, llevaba chaleco antibalas, eran muy altos y musculosos, e incluso me intimidaban bastante.
—Buenos días, señorita, ¿en qué puedo ayudarla? —me habló un chico rubio con tatuajes y un piercing en la ceja, apartando el arma de enfrente, colocándola en la espalda.
—Me llamo Daphne, Aquiles me ha llamado— les informé, tal y como me dijo Aquiles.
—Un momento— se apartó y cogió un walkie-talkie.
Estaba impaciente por ver a Aquiles. Necesitaba contarle lo que acababa de pasar. Mi pulgar empezó a golpetear el volante en espera al guardia. ¿En qué momento me estaba pasando todo esto?
—Ya puede pasar— me dijo el chico rubio en cuanto se volvió a acercar a mí.
La barrera se levantó, dándome paso. Introduje el coche y busqué un hueco en el aparcamiento. Había muchos coches, todos deportivos, todoterrenos y furgonetas. La verdad es que no tenía ni idea sobre el trabajo de Aquiles.
Parecía como una especie de base del ejército con tanta seguridad. Me bajé del coche y cogí el bolso. Salí disparada a la entrada, que estaba cerrada por unas grandes puertas de cristal tintado. Decir que mi cuerpo era un flan y que estaba cagada de miedo, era poco. Antes de poder picar al timbre que había en la derecha, se abrió la puerta dejando ver a un chico, no tan intimidante como los que había visto hasta el momento, con un uniforme negro y botas militares. Tenía el pelo rubio ceniza y unos ojos azules oscuros muy bonitos.
—¿Daphne? —me preguntó con una voz simpática.
—Sí— le contesté y sonreí tímidamente.
—Adelante, el señor Price la está esperando.
Sin esperar más, empezó a caminar por el establecimiento. Primero pasamos por un recibidor donde había un chico de recepcionista. Seguidamente pasamos por una gran sala donde había un montón de gente también en uniforme negro. Pasamos por unas salas llenas de ordenadores, mesas y pizarras. También pasamos por una especie de comedor y por lo que pude ver, había muchas salas con las puertas cerradas.
Todos parecían intimidantes, serios y eran, tanto chicos como chicas, muy atractivos, por no decir que estaban bien físicamente. El chico que me guiaba iba con las manos en la espalda y caminaba a paso rápido, así que apenas podía detallar bien cada sala.
Todo el establecimiento tenía suelos oscuros y brillantes, todo moderno y minimalista, me recordó un poco al apartamento de Aquiles. Es muy su estilo.
Unos minutos después, entramos a un ascensor que nos llevó al subterráneo. Había dos subterráneos. El silencio se hizo en el espacio y yo solo me moría de ganas de ver a Aquiles y a Zed. Cuando las puertas se abrieron, salimos y caminamos por un pasillo lleno de puertas de cristal. Me pude fijar que eran salas de entrenamiento, como un gimnasio. Había otra que tenía sacos de boxeo, dianas y un ring. No pude observar más porque el chico giró por un pasillo que al final había una puerta de cristal en la que pude ver a Aquiles y Zed trabajando, concentrados.
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HAZLO CONMIGO
RomanceDaphne Fox vive en Nueva York después de haber perdido a su familia en un accidente muy trágico que le dejo consecuencias. Ella sintió que estaba sola hasta que lo conoció. Aquiles Price, un hombre frío e imponente, de hielo, entrará en su mundo pa...