Hola, mamá

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CAPÍTULO 20

Me miro en el espejo, pongo mi cara de póker, me concentro. Repaso lo que voy a tocar en mi mente. Estoy nerviosa, pero nadie puede notarlo. No estoy lo suficientemente preparada como para tocar esta obra ahora, me sé la notas, pero todavía no he desarrollado esa conexión, esa seguridad con la que pase lo que pase sé que me va a salir bien, que puedo improvisar en caso de equivocarme.

Me quedan diez minutos, ya se escucha el revuelo en la sala. La directora aprovechó y organizó un macro concierto. No sólo toco yo, también toca mi cuarteto y bailarán algunas personas de quinto que tienen pruebas dentro de poco, para poder machacar el programa.

Seco mis sudorosas manos en los pantalones y cojo el cello y el arco. Salgo al escenario, escucho de fondo los aplausos. Me siento en la silla y vuelvo a secar mis manos. Me giro hacia la pianista para que sepa que estoy preparada. Me tomo unos minutos y empiezo la primera obra.

Mientras toco me imagino una historia triste, alguien que ha perdido a su amor. Me acuerdo de mi hermano, de todo lo que nos queríamos. Imagino cómo habría sido mi vida si él no se hubiera ido, estaríamos todos juntos, felices y sin preocupaciones. Estoy llegando al final de la pieza, me queda una pequeña codetta con la que dejo mis pensamientos flotando en el aire.

Acto seguido, la pianista inicia la segunda pieza. Toco mi entrada y me dejo llevar, esta pieza es más rápida y juguetona. Me recuerda a cuando mi hermano y yo hacíamos el tonto, nos perseguiamos por la casa, cuando éramos felices.

Empiezo la tercera pieza. Me tropiezo con las semicorcheas pero sigo adelante. Me he desconcertado, el corazón me va a mil, tengo los nervios a flor de piel y empiezo a hiperventilar. Me obligo a devolver la concentración a la obra. Es todo tan frustrante, sigo culpandome de la muerte de Oliver. Se que fue mi culpa, a demás de que no estuve allí para despedirme. Me odio a mi misma por dejar que se muriera. Pero ya está muerto, no hay nada que pueda hacer, solo llorar su muerte, echarme las culpas no va a servir de nada, puesto que lo hecho, hecho está. A demás de todo, me obligan a hacer el examen abierto, para que todos me juzguen y que cotilleen de mi vida personal y profesional. Me centro en las notas, las frases, llego a la escala maldita, noto que me voy tensando cada vez más. Intento relajarme, la tensión entorpece, dos notas, tres, cinco, ocho y...por fin llego al LA, desafinado, pero rectifico rápido la posición y lo disimulo con vibrato. El último arpegio y final.

Tengo la respiración entrecortada, como su hubiera corrido una maratón. Escucho los aplausos de fondo, no quiero ni mirar al público. Me levanto, saludo y me voy hacia los camerinos intentando no caerme de la impresión.

Llego como en una nube, flotando, sin ser consciente de mí. Me siento en el sofá y vienen las chicas a hablar conmigo.

-¡Estuviste genial, Tris!-dice Lis.

-Chica, eres un genio. ¿Cómo puedes tocar así, interpretar de esa forma la música? -Me pregunta Claire.

-Por suerte o por desgracia tengo muchas experiencias en las que basarme.- respondo.

-Astrid, salimos en diez minutos, cuando acabe el descanso. -Dice Pablo, un violinista que forma parte de mi cuarteto. Asiento y me despido de Claire y Lis para volver a salir al escenario.

Tocamos varias obras, he de decir que todas nos salen genial. Lo bueno de los grupos es que la presión y los nervios se reparten un poco entre todos, cuanto mayor sea el grupo, más tranquila estoy.

Acaba el concierto con la actuación de algunos bailarines y la directora me viene a saludar.

-Un gran trabajo, sigue así, Astrid.-dice de forma seria pero se le escapa una sonrisa. -Has tocado mejor de lo esperado, aunque no lo creas, este concierto te ha beneficiado, estaban escuchando personas muy importantes que ya conocen tu existencia.

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