Alemanes

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CAPÍTULO 31

Narra Astrid

- No puede ser. - Digo entre risas. - ¿Enserio hiciste eso? - Vuelvo a reír.

- Ey, de pequeño no era tan bueno con las chicas. - Replica Matt fingiendo molestia, pero su sonrisa le delata.

- Yo tampoco era Afrodita, pero, ¿en serio? Le pagaste un chicle en el pelo a la niña más pija de tu clase porque decías que así se iba a ver más dulce, tú necesitabas ayuda. - Sigo riéndome y es cuando me doy cuenta de que hemos llegado a casa que mi sonrisa se difumina. Matt coge mi mano y le da un apretón para apoyarme. Es tarde, casi las seis. Hemos estado comiendo en un italiano y luego hemos dado un largo paseo por prácticamente todo el centro. Lo he pasado genial, me he reído un montón y le he conocido más a fondo, cosa que hace que me guste cada vez un poquito más. Él solito ha conseguido evadirme del mundo de mierda en el que vivimos. - Creo que aquí se separan nuestros caminos.

- Mucha suerte con tu padre. - Dice y me da un beso en la mejilla. - Luego me cuentas qué tal, nos vemos.

- Hasta luego.

Subo lentamente las escaleras, cruzo los dedos y deseo con todas mis fuerzas que no esté allí, aunque sé que es inútil porque he visto las luces encendidas desde la calle. Me detengo delante de la puerta con las llaves en la mano y me mentalizo para lo que se me avecina, me pongo una máscara de desinterés y entro en mi apartamento.

Llego al salón y me encuentro una escena extraña: mi padre está de pie frente a la ventana con una copa de vino y detiene su conversación con un hombre desconocido que, también con vino, está sentado en el sofá, cuando me ve.

- Y aquí te presento a mi preciosa hija. ¿Qué tal estás, cariño? - Dice mi padre y me da un corto abrazo.

- Bien, ¿y tú? - Pregunto un poco extrañada aunque intento disimularlo porque tenemos público.

- Con mucho trabajo, ya sabes. Déjame presentarte a uno de mis socios Karl Müller. - Saludo con dos besos al señor de unos cincuenta con pelo blanco que casi llega a los dos metros de altura.

- Encantada.

- Lo mismo digo. Tengo que volver al hotel con Johann, Louis. Ha sido un placer, Astrid. - Dice el enorme alemán llamado Karl.

- Nos vemos en la cena de esta noche. - Se despide mi padre y cierra la puerta. Se queda en silencio unos instantes y luego me mira. - ¡¿En qué pensabas cuando viniste aquí sola y sin avisar a nadie?!

- En,...

- No, no me contestes, no quiero escuchar tus excusas. Menos mal que la señora Martínez llamó para explicar la situación. Y encima con un chico. - Grita mi padre. - Vete a la ducha y ponte un vestido bonito. Mira con que pintas te he tenido que presentar.

- ¿Yo también voy a la cena?

- Tú eres uno de los elementos principales de la cena. Apúrate. Y por dios, pórtate bien, no quiero quedar mal delante de los Müller.

Me ducho y me pongo un vestido sencillo negro que me llega un poco por encima de las rodillas. Me maquillo levemente y salimos. Entramos en el coche sin mediar palabra. Tengo un mal presentimiento, las cosas se han quedado demasiado tranquilas. El coche para en la puerta de un restaurante caro que ni me molesto en averiguar cuál es y el chófer nos abre la puerta.

El maître nos dirige a la mesa que teníamos reservada y en la cual ya están sentados el hombre de antes junto a otro mucho más joven que se levantan para saludarnos. El chico es mayor que yo, muy alto, con el pelo rubio y los ojos azules. Todo un auténtico alemán.

- Buenas noches, me llamo Johann, pero llámame John. - Me dice al darle los típicos y formales dos besos. ¡Qué bien huele!

- Yo soy Astrid, no tengo diminutivo. - Respondo con una sonrisa dulce que no siento. Es verdad que me llaman Tris, pero solo mis amigos y a este tipo no le conozco de nada.

La cena transcurre con normalidad. Es un completo aburrimiento, mi padre y su socio están todo el rato hablando de sus negocios y a mí me empieza a doler la cara de mantener la sonrisa.

- ¿Y cómo van tus estudios, Astrid? - Me pregunta el señor Müller. - Ya me contó tu padre que estudias en esa prestigiosa academia de artes.

- Así es, estamos muy orgullosos de ella, las pruebas de admisiones eran realmente difíciles y superó a muchos otros que no tocaban nada mal. -Dice mi padre. ¡¡Será hipócrita, pero si me tuve que escapar para poder hacer las pruebas!!

- Ay, papá, no digas esas cosas, ya sabes que me da vergüenza, a demás, no fue para tanto. - Digo como la típica hija perfecta que tengo que ser.

- ¿Tocas un instrumento? - Me pregunta John, es la primera vez que habla en toda la conversación.

- Sí, el violoncello y el piano.

- Impresionante, yo tocaba el violín antes de entrar a la universidad. Bueno, todavía lo toco, pero ya no tan frecuentemente.

- Madre mía Karl, ¿ya está en la universidad? ¡Cómo pasa el tiempo! - Dice mi padre.

- Sí, está haciendo primer año en finanzas.

- Eso es genial, cuando acabes llámame, seguro que tenemos sitio para ti en la empresa.- Dice mi padre haciendo la venta de turno, ahora ya es como si ellos le debieran un favor por "colocarle" en uno de los altos puestos y así poder manipularlos a su antojo. Debo de admitir que mi padre es bueno en su trabajo, aunque sea una mierda de persona.

Vuelven al tema de la empresa y solo hablan nuestros padres, pero noto que John no deja de echarme miradas curiosas y yo a él también le miro bastante. Cuando llega el postre una frase que dice mi padre hace que me ponga en alerta.

- ¿Se lo decimos ya? Creo que no puedo guardar más la noticia.

- Haz los honores, Louis.

- Chicos, estáis comprometidos, os vais a casar. - Dice tan contento mi padre. Yo me atraganto con el helado que me estaba tomando y me entra un ataque de tos. - ¿Cariño, estás bien?

- Es una broma, ¿verdad? ¿Hola, siglo XXI? - Digo inconscientemente perdiendo por un momento la fachada de niña de papá, por lo menos no he dicho ninguna palabrota. - Voy a cumplir 17 años, ¡ni siquiera tengo edad suficiente para casarme!

- Cariño, tranquilízate. Las bodas llevan tiempo y organizar una de la magnitud que va a ser la vuestra, mucho más. Para cuando todo esté listo, tú ya serás mayor de edad. - Me dice mi padre dulcemente, aunque con la mirada sé me está regañando y que hablaremos en casa.

- Tienes razón, padre. Lo siento, ¿podemos volver a casa?, creo que el helado no me ha sentado bien.

- Por supuesto, cariño. - Dice y es lo único que necesito oír para sumergirme en mi mundo. Soy poco consciente de lo que pasa después, la cuenta, una despedida rápida y de vuelta a casa en el coche.

Y aquí tenéis un capítulo más, espero que os haya gustado, si es así darle a la estrellita, dejármelo en los comentarios... Y si tenéis un amigo al que penséis que le puede gustar, compartirlo, me haría muy feliz.
Besos,
M

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