Danza

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CAPÍTULO 7

Narra Matt

Me despierto sobresaltado y maldiciendo sobre la puta alarma de Daniel. Me meto directo a la ducha. Mientras que el agua fría cae por mi cuerpo para despejarme, me pongo a pensar sobre el sueño. Había soñado con Tris, y no era un sueño guarro, como acostumbro a soñar con las tías buenas, era un sueño romántico. Ayer mientras que hablábamos del proyecto noté una conexión entre nosotros, siento que puedo confiar en ella, pero no sé porqué. Y cuando se presentó anoche, en pijama, con el pelo revuelto y toda acalorada por la carrera desde su edificio al mío y me habló toda emocionada de lo que se le acababa de ocurrir... Y luego cuando se fue... Podría haberla dicho que se quedara a dormir, solo a dormir, simplemente para tenerla cerca. 

Salgo de la ducha más larga de mi vida y me visto corriendo para verla cuanto antes. Entro al comedor como si fuera el rey del mundo. Las chicas me miran con ojos soñadores y los chicos con envidia, es lo que tiene estar tan bueno. Veo la cabellera rubia y salvaje que estaba buscando y me dirijo hasta ella. Me siento en la mesa, que está ocupada por Astrid, Lis, Claire,  Luke y Daniel. 

–Hola gente– digo a la vez que me siento y vuelvo a revisar los componentes de la mesa– Espera, ¿Claire y Luke? ¿Sentados en la misma mesa, y los dos vivos, manteniendo una conversación normal?  

–No me des las gracias por el milagro – dice Tris y la miro con admiración. 

–A la salida la pegamos– le dice Claire a Lis de broma con una sonrisa cómplice. Todos  estallamos en carcajadas. 

Me dirijo hacia el edificio de danza. Hoy tengo clases allí toda la mañana. Entro al vestuario y me cambio para asistir a clase de Madame. 

Voy a la enorme sala del ático. Es el aula más grande, junto con la de los ensayos de orquesta. A la izquierda hay una enorme pared de espejos y a la derecha unas cristaleras que dan a la ciudad y desde donde se ven los tejados de las casas y un precioso cielo azul. Al fondo de la sala se encuentra un piano de cola. En el taburete está sentada Marie, la pianista que nos acompaña durante los ejercicios. Es una chica pelirroja, más bajita que yo, con gafas y de unos 30 años. 

– Hola, bella Marie, ¿qué tal el verano? 

– Matty, cariño, cuánto tiempo– dice dándome un abrazo. Era como mi hermana mayor. – Deberías ir a la barra, Madame está por llegar. 

– Efectivamente ya tendría que estar en la barra,  señor White. – dice Madame a la vez que entra por la puerta seguida del resto de profesores de danza. Me apresuro hacia la barra donde ya están todos los bailarines de cuarto. – Bueno, chicos, vamos a hacer la división en grupos. Les enseñaremos una serie de pasos y van a tener que repetirlos uno por uno. En función de su nivel les asignaremos a un grupo u otro. 

Lea, una profesora, realiza una serie de pasos, nada complicados para mí, un plié, unos fouettés, nada que yo no pudiera hacer.  

Cuando todos acabamos la prueba nos separaron en dos grupos. Uno se fue con Lea, y el otro nos quedamos con madame y con Pablo, el otro profesor.  

– Muy bien chicos. Ahora repetiremos el mismo proceso. – dice Pablo. Realiza una serie de pasos más complicados que los anteriores, puesto que éstos tenían saltos. Llega mi turno y cuando acabo, miro a Madame que asiente lentamente a la vez que apunta algo en su cuaderno. Nombra a varias personas, entre las que yo me encontraba y manda al resto con Pablo a otra sala. 

– Muy bien chicos, si estáis aquí es porque sois los mejores y, por tanto, realizareis entrenamientos y ejercicios más complejos que el resto de vuestros compañeros. Ahora a la barra a hacer port de bras. –  todos los entrenamientos con madame empiezan así. Llevo con ella desde hace dos años y siempre acabo muerto. – Al acabar la clase dejaré las parejas en una lista en la puerta. Ya pensaré lo que vamos a hacer este año. 

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