CAPÍTULO 29

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p.o.v.NaYeon

Me miré la mano completamente ensangrentada. El dolor era infernal, me subía desde la punta de mis dedos hasta casi la muñeca. Observé como la sangre roja, brillante y espesa, salía a borbotones de la herida. Dirigí mi otra mano lentamente hacia esta, tocando con mis dedos levemente el cuchillo que yo misma me había hundido en la palma de la mano.

Solo lo toqué un poco, una suave caricia que me hizo estremecerme de dolor.

No sé en que momento se me había pasado la idea de hacer eso. Simplemente sé que de repente mis ojos visualizaron el cuchillo en el otro extremo de la mesa y me lo había clavado sin más, sin pensarlo, sin meditar la puta locura que acaba de hacer.

Quise llorar, los ojos me ardían de tenerlos tanto rato abiertos, me escocían, quería apartar la mirada de la sangre cayendo al mármol gris de granito de la cocina. Pero no podía, era como si en mi cabeza estuvieran pasando tantas cosas que en ese momento no podía gestionar algo tan sencillo como parpadear un segundo y conseguir llorar.

Me sorbí la nariz cuando las lágrimas querían salir por otro lado. Al final a la fuerza lo hice, cerré tan fuerte los parpados que lloré, en silencio, sin emitir ruido, pero lo hice. Las lágrimas calientes parecían brasas al bajar por mis mejillas, jamás había sentido un dolor tan intenso y horrible dentro de mi cuerpo.

Me odiaba, había sido aquel el motivo, todos y cada uno de los pasos que daban, a pesar de que la gente me decía que estaban bien, yo lo odiaba. Era algo que no controlaba. Esta vez había sido algo tan sencillo como unas puñeteras galletas. Joder, eran unas putas galletas.

Mi madre llevaba días estresada, y había decidido dedicar unos minutos de mi vida a hacerle sus galletas favoritas. Algo tan insignificante como aquello no podía machacarme. Pero lo había hecho.

Miré la bandeja delante de mí, el olor a quemado se coló por mis fosas nasales y me asfixiaron cada fibra que mantenía de pie mi cuerpo. Era una inútil, eso era lo que era, una puta inútil que no se merecía nada.

No sabia que me dolía más, si el agudo dolor de la mano o el constante sentimiento de asfixia. Solo cuando un hilo de sangre cayó al suelo y me mancho las bambas de color blanco pálido. No podía dejar que nadie viera aquello, solo yo debería saber lo rota que en realidad estaba.

Así que en silencio, sin decir nada, como si incluso las paredes de aquella casa me fueran a delatar, me puse en marcha para arreglar aquel estropicio y que nadie descubriera mi pecado.

Un pecado que poco a poco me rompía y me tendía su mano hacia la muerte.

p.o.v.Sana

Toqué con mis dedos el tatuaje de la espalda de MinGi, recreándome en cada roce, yendo suavemente lenta, como si el reloj de la mesilla de noche me fuera a robar esos minutos de vida en los que había hallado una paz inexplicable. Su piel caliente me ardía debajo de las yemas de mis dedos. Las líneas negras las sentía treparme por los dedos, meterse bajo los pequeños poros y calarme los huesecitos que formaban mi mano larga y blanca.

MinGi llevaba un gran tatuaje de una mujer en su espalda, la cual le cubría cada centímetro de su cuerpo. La mujer de mirada penetrante parecía que en cualquier momento iba a traspasar las fronteras de aquel tatuaje e iba a degollarte. MinGi bromeó una vez, que esa misma mirada era la que le daba yo cuando me despertaba por las mañanas. Muy romántico, según él.

La mujer llevaba una gran corona formada por flores, líneas tribales y diamantes pequeños. Parecía una reina, pero no una buena y bondadosa, sino tirana y sin ningún tipo de escrúpulos. Y eso lo dejaba claro las calaveras que llevaba como si fueran un collar.

UTOPIA; 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora