Capítulo 2: Hoja

74 7 24
                                    


Se podría decir que a Hoja no le gustaban los dragones, pero sería más exacto decir que los odiaba con todas sus ganas.

Los había odiado desde el momento que le dijeron, «No, no puedes jugar afuera hoy; los dragones están agitados». Toda su vida se trataba de reglas para evitar los dragones, aplacar los dragones, no fastidiar los dragones. No podía ir a ninguna parte o hacer nada sin una docena de advertencias acerca de los dragones, y si alguna vez tardara un minuto en llegar a casa o pasara demasiado tiempo jugando con sus amigos después de la escuela, sus padres pensarían que había sido comido y entrarían en pánico.

Era estresante y agravante, y ni siquiera podía sentenciar que estaban exagerando, porque las personas de la aldea de Talismán en realidad eran comidos a veces.

Pero no quería vivir como un conejo asustado para siempre. No quería convertirse en uno de los adultos que siempre les gritaba a los niños por estar demasiado ruidosos o esconderse incorrectamente. No quería pasar toda su vida limitándose a intentar no ser la comida de un dragón.

—Sigue las reglas —decía su madre—. Las reglas te mantendrían a salvo. Haz exactamente lo que te digan. Escucha los dragonmantes. Nunca jamás, jamás, jamás seas desobediente.

—Los niños desobedientes se devoran —su padre estaba de acuerdo—. Siempre estamos en peligro, ¿entiendes? Es un mundo peligroso. Dragones por todas partes. Es un milagro que hemos vivido tanto tiempo. Probablemente nos quemarán todos en nuestras camas mañana.

Al escuchar esto, la hermanita de Hoja siempre solía poner sus ojos en blanco y susurrar—, Bueno, ¿cómo se supone que evitemos eso por seguir las reglas? ¿Hay una regla sobre dormir en pijamas menos inflamables?

Chochín ni siquiera intentaba seguir todas las reglas. Hoja corría de la escuela directamente a casa, luego daba la vuelta para descubrir que su hermana se había distraído por una ardilla extra adorable, o que había oído un ruido raro en el bosque e ido a investigarlo («¡No te acercas a los ruidos raros!», su padre gritaba), o había pensado en una nueva pregunta para los dragonmantes e ido a molestarlos. («¡La impertinencia! —decía su madre entre dientes—. No haces preguntas. Nadie habla con los dragonmantes sin su permiso, ¡mucho menos niñas entrometidas!»)

Hoja pensaba que era increíble. Deseaba ser tan valiente como Chochín, mejor dicho, deseaba poder imaginarse todas las cosas desobedientes que parecían ocurrirse a ella muy naturalmente.

Sus cuatro otras hermanas, todas mayores, no tenían problemas con seguir las reglas y no molestar a los dragonmantes. Solo era la pequeña que le daba la acidez a su padre y enfurecía tanto a su madre.

—No sé qué es peor, los dragones o los dragonmantes —Chochín solía decir—. Al menos los dragones no nos mangonean CADA MINUTO DE CADA DÍA.

Pero el verano que Hoja cumplió ocho, él descubrió la respuesta. Los dragones eran peores. Los dragones eran las peores criaturas de todo el mundo.

Su tío lo había llevado a cazar, cosa que era un placer poco común, aunque tuvieran que esconderse bajo los arbustos cada par de pasos porque todo sonaba como aleteos que se acercaban. Regresó tarde aquella noche, cansado y cubierto con pedazos de césped y madera que le picaban, y sus padres le informaron que su hermanita se había ido.

—¿Se fue? —repitió Hoja, confundido—. ¿Se escapó otra vez? —Una vez, había desaparecido por todo un día, luego reaparecido la mañana siguiente con una sonrisa en su cara y ramitas en su cabello. Había dicho que quería saber cómo sería vivir sola en el bosque sin reglas. Sus padres se habían llevado sus tres juguetes por eso, y Hoja había tallado un pequeño caracol de madera en secreto para reemplazarlos.

Alas de Fuego Leyendas #2: MatadragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora