Capítulo 24: Hiedra

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—¿Qué tal si cabalgamos allí a la medianoche —Narcisa sugirió—, cuando estamos seguras de que todos los dragones están dormidos, y dejamos todo el tesoro en un montón frente al palacio con una nota que dice, «¡NOS SENTIMOS MUCHO TODO ESTO! ¡POR FAVOR DEJEN DE DEVORARNOS!» Entonces cabalgamos a casa muy rápido.

Hiedra se recostó hasta que su espalda tocó la rama y miró el cielo. Azul y despejado arriba de los árboles, con un borde de oro donde el sol estaba alzando sobre las montañas. Los parpadeos de luz a través de las hojas, los sonidos de pájaros y ardillas, el olor de plantas, todo completamente diferente de piedra fría y paredes de suelo. Estaba contenta de por fin ir afuera de nuevo.

Su padre había tardado una eternidad en relajar sus reglas. Ella no entendía todas las razones por las que por fin él lo hizo, pero creía que en parte era porque su madre había ayudado a solucionar el problema con los jardínes, y los Vigiladragones confinados habían apuntalado uno de los túneles derrumbados, así que los ciudadanos de Valentía no se estaban quejando tanto. Ningún otro mensaje había llegado desde el señor de la Ciudad Indestructible. Entonces nacieron cuatro nuevos potros, que eran adorables, y ahora todo el mundo quería hablar de eso en vez de quejarse, lo que le hacía feliz al Matadragones.

Y en cuanto el Matadragones estaba feliz, Hiedra y sus amigas eran permitidas ir en misiones de nuevo. Al menos, permitidas mirar el cielo, pero eso sería suficiente por ahora.

Dedalera estaba afuera también, haciendo guardia con ellas mientras unos albañiles trabajaban en esconder mejor una de las entradas.

—Narcisa —Violeta dijo con paciencia, aunque Hiedra sabía que su voz "paciente" en realidad era su voz para enloquecer a Narcisa—. Primero, habrá guardias en el palacio, incluso a la medianoche. Segundo, tendríamos que llevar tres caballos y el tesoro fuera de Valentía sin ser vistas. Y tercero, LOS DRAGONES NO PUEDEN LEER.

—Bueno, nuestras opciones son A, dejar una nota, o B, ¡explicarlo a ellos nuestras mismas! —Narcisa discutió—. Y ¡no estoy dispuesta a hablar con los dragones! ¡Eso es un plan mucho peor que el mío!

—Nadie sugirió hablar con los dragones —Violeta dijo—. Incluso Hiedra, a la que le encantan como a las personas normales les encantan los tesoros, la familia o el queso, no es tan ridícula como para querer hablar con un dragón.

«Pero imagina si pudiéramos —Hiedra pensó—. ¿Qué nos dirían? ¿En qué piensan los dragones? ¿De qué cuentan historias? ¿Saben algo sobre nosotros?».

—Hiedra —Violeta dijo severamente—. Asegúrame que no estés pensando en hablar con un dragón.

—Es solo que... me pregunto qué dirían —Hiedra confesó.

Narcisa se río y Violeta soltó un sonido de desesperanza.

—Un dragón marino podría decirnos qué está al fondo del océano —Hiedra dijo—. ¡Un dragón de hielo podría decirnos cómo sabe un oso polar! Y todos podrían decirnos cómo se siente volar.

—A veces creo que no entiendes los hechos básicos sobre los dragones —Violeta dijo—. Quizás debería recordarte de los gigantescos dientes. Y el aliento de fuego. Y las garras. Y los dientes otra vez.

—Lo sé, lo sé —Hiedra dijo—. Voy a subir un poco más. —Estaban en uno de los árboles más altos; surgía arriba de la fronda del bosque. Si subiera allí, podría ver el cielo hasta las montañas, y tal vez unos dragones en la distancia.

Escuchó a Violeta y Narcisa seguirle gateando. Esto fue otra cosa que había extrañado sobre ir afuera: no había suficientes cosas interesantes para subir en Valentía. Y según su tío Piedra, Rosa había sido una escaladora nata. A Hiedra le gustó pensar en eso. Ella no era tan intrépida ni pícara como Rosa, pero tenían unas cosas en común, como subir y dibujar.

Alas de Fuego Leyendas #2: MatadragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora