Desde las ventanas del salón de trono, Indomable podía ver la mitad del mundo, y todo de ello lo irritaba.
Había los colmillos afilados de la sierra que se extendían al norte y al sur, lleno de dragones que podían devorar a Chochín. Había el río azul verdoso que serpenteaba hacia al mar, el que Chochín siempre seguía cuando se iba. Había el bosque del que se suponía que ella apareciera mágicamente en cualquier momento, pero no había rastro de ella, y ella seguía no estando allí, momento tras momento, día tras día.
Habían pasado cincuenta y nueve días desde que le había propuesto matrimonio y ella se había ido furiosa. Si se mantuviera alejada todo un año de nuevo, eso significaría cientos días más así: largos, aburridos y sin Chochín.
«Pero no lo puede —pensó—. No consiguió las provisiones que necesitaba. No tiene libros para leer. Así que tiene que regresar más temprano».
No le gustó en absoluto que a ella le importaran más los libros que ver a Indomable, pero al menos tendría que regresar a la Ciudad Indestructible.
«Y tal vez la próxima vez se quedará aquí».
El yelmo con pinchos estaba inaguantablemente caliente y la chaqueta con pinchos era peor, apuñalándolo en lugares raros siempre que cambiaba su peso. Notó su sudor escurrir por la espalda y acumular en sus axilas. Pero no estaba permitido sentarse al lado de la ventana a menos que llevara sus pinchos, y tenía que sentarse aquí si quisiera verla acercarse.
A veces Indomable se preguntó qué pasaría si decidiera salir con ella un día. ¿Y si él se escabullera de sus guardias y le siguiera a dondequiera que iba cuando lo dejaba? No tenía ni idea de dónde era. Siempre había imaginado una pequeña aldea río abajo, pero a veces ella decía cosas o compraba cosas que sugerían que ella vivía sola, viajando en vez de quedarse en un solo lugar.
¿Cómo sería? ¿Ver un nuevo lugar todos los días en vez de las mismas murallas una y otra vez?
Sería aterrador. Sin las murallas, los dragones lo atraparían. Sin las catapultas, los pinchos, los guardias y las armas, sería la presa más rica que habían comido jamás. Quedarse en la Ciudad Indestructible era la única forma de mantenerse a salvo. Indomable sabía esto. Tenía miedo por Chochín todo el tiempo: siempre que oía a un dragón en lo alto, se preguntaba si tenía a Chochín en las garras. No le tenía ningún sentido que ella hubiera sobrevivido todos años afuera.
Tenía menos sentido aún que ella eligiera esa vida en lugar de la seguridad con él.
Escuchó un movimiento a su espalda y se giró, viendo a su padre entrar en el salón de trono con su séquito habitual de concejales y aduladores. El Señor Invencible divisó a Indomable y le llamó con señas imperiosas.
Indomable suspiró y se quitó el yelmo. Sabía que su cabello debía de estar aceitoso y enredado, y que su padre estaba juzgando su aspecto mientras se le acercaba. El señor se veía perfecto como siempre, cada pelo oscuro peinado en una melena poblado y real, anillos en todos los dedos, una toga rojo rubí sin ni una arruga.
Llegaron al trono en el centro del salón al mismo tiempo e Indomable hizo una reverencia cortés.
—Padre —dijo.
—Siéntate conmigo, hijo —dijo su padre, indicando uno de los taburetes al lado del trono—. Parece que tenemos un visitante con una historia que vale la pena escuchar.
Indomable se liberó la chaqueta con algo de dificultad y les pasó su ropa puntiaguda a un sirviente, tratando de no jadear buscando aire en cuanto se la quitó. Su toga pálida anaranjada estaba arrugada y húmeda, pero la arregló lo mejor que pudo mientras se sentaba.
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Alas de Fuego Leyendas #2: Matadragones
FantasyUna traducción de "Wings of Fire Legends #2: Dragonslayer", lanzado en inglés en 2020 por Tui T. Sutherland. Bajo la sombra de alas, humanos luchan para sobrevivir. Hiedra no confía en el Matadragones. Puede que sea su padre y el amado gobernante de...