Capítulo 27: Hiedra

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Las detenciones empezaron mientras Hiedra estaba dormida.

Narcisa fue la que la despertó, interrumpiendo un sueño con dragones que se prendían fuego el uno al otro.

—Hiedra —Narcisa susurró—. Hiedra, socorro. Hiedra, despiértate por favor. —Sacudió a Hiedra con más fuerza, sentándose en la cama a su lado—. Sé que digo esto todo el tiempo, pero es una emergencia de verdad verdad, digo en serio esta vez.

—¿Narcisa? —Hiedra se incorporó y se frotó los ojos—. ¿Qué está pasando?

—Tu papá está deteniendo a Vigiladragones —Narcisa dijo—. Atrapó a Dedalera y Ardilla y... Hiedra, atrapó a Violeta. —Empezó a llorar—. Estaba con ella, estaba en el cuarto siguiente. Estaba planeando pasar la noche con ella... pero supongo que no sabían que estaba allí. Entraron de sopetón por la puerta principal y se aferraron a ella y... ¡Hiedra, no hice nada! ¡No los peleé ni nada!

—Hiciste lo correcto —Hiedra dijo, tomando sus manos. Sus propias estaban temblando, pero intentó mantener su voz tranquila—. No quedaste detenido y viniste para decírmelo. Así que podemos hacer algo al respecto juntas. —Se levantó de la cama y empezó a vestirse. Su primer instinto fue alcanzar su uniforme de Vigiladragones, pero puede que eso fuera lo que los guardias de su papá estaban buscando. En lugar de eso, escogió su túnica de color carboncillo.

—¿Qué vamos a hacer? —Narcisa se retorció las manos. Su cabello había escapado de su cola de caballo para caer en rizos enredados sobre los hombros, y todavía tenía sus pijamas puestas, que era su última prenda que su mamá había logrado cubrir en lunares amarillos. Hiedra sacó una capa larga y marrón y la tiró hacia ella—. Hiedra, ¿por qué está haciendo esto? ¿Tienes alguna idea?

—Creo que teme que alguien vaya a robarle su poder —Hiedra dijo—. Tal vez escuchó los mismos rumores sobre los Vigiladragones de los que Violeta nos estaba contando, o tal vez cree que están - estamos - trabajando con el señor de la Ciudad Indestructible.

Ella había notado la tensión apretándose alrededor de su hogar desde que Hoja había llegado y entregado su mensaje aciago. Toda la paranoia de su padre se había reactivado. Había ordenado que sus brutos le siguieran a todas partes, y más de una vez Hiedra lo había divisado mirando fijamente el pedestal donde su tesoro estaba escondido, como si estuviera pensando en recoger todo y huir.

Hiedra había estado esperando que él se calmara para que ella pudiera hablar con él sobre Hoja e intentar explicarle la situación. Pero no se había calmado. Se había empeorado; cada vez más irritable y gritándole a todo el mundo, especialmente a su mamá. La noche anterior, había destrozado unos platos en la cocina mientras Hiedra y su mamá se quedaban en la habitación de Hiedra y fingían no oírlo.

—Puede que sea algo más —Narcisa dijo—. Escuché a un guardia decir que iban a empezar a buscar tan pronto como hubieran detenido a todos.

Hiedra la miró, frotando la piel de gallina en sus brazos—. ¿Crees que descubrió que alguien tomó la zafira? —susurró. No se le había ocurrido que él regresaría para comprobarla. Había movido el resto de su tesoro aquí; ella había supuesto que él había dejado la zafira porque ni siquiera quería verla.

Los ojos de Narcisa abrieron de par en par—. ¡Sin importar qué buscan, encontrarán la zafira en la cueva de Dedalera! —susurró.

Hiedra no estaba segura de qué sería el castigo por robar el tesoro del Matadragones de verdad, pero dado lo que él había hecho a Pino sólo por acercarse a él, ella tenía la sensación de que sería peor que el destierro.

—Tenemos que llegar a ella primero —dijo ella, dirigiéndose hacia la puerta.

Estaba sorprendida al ver que su mamá estaba despierta y deambulando por la sala. No se había enterado de que su mamá había dejado entrar a Narcisa.

Alas de Fuego Leyendas #2: MatadragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora