Tercera parte || Capítulo 23: Chochín

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Fue increíble que Chochín aún no hubiese sido devorada por un dragón.

Ni picada por un escorpión. Ni se hubiera desplomado en la arena y dejado que el sol abrasador la reduzca a blancuzcos huesos.

Sin duda había estado caminando por el gran, horrible desierto quemante por bastante tiempo para que pase cualquier de esas cosas.

Primero, había intentado seguir al ejército y a Cielo a su lucha contra los dragones de hielo. Había ido al oeste desde la ciudad dragón, así que ella se fue al oeste, aunque perdió de vista sus alas brillantes en solo unos minutos. Pero recordó los mapas borrosos que había estudiado; el reino de hielo estaba en esta dirección, luego al norte. Si no se parara, llegaría allí eventualmente. Tal vez podría rescatar a Cielo mientras todos los dragones estaban distraídos por su batalla.

No sabía cuántos días habían pasado, pero acababa de llegar en una franja de tierra rocosa que no era arena cuando levantó la mirada y vio a todo el batallón volar de vuelta al sur.

—¿QUÉ? —gritó mientras pasaban disparados sin notarla—. ¡ACABO DE LLEGAR!

Creyó ver a Cielo volar con ellos, pero estaba segura de que reconoció al gigante arrogante que los estaba liderando, con su estúpida risa bramante.

Ella les persiguió corriendo tanto como pudo, pero dentro de poco doblaron al este y desaparecieron en las nubes, y sin importar qué tan rápido Chochín corrió, ya no pudo verlos.

—¡ARRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRG! —gritó, arrancando matas de hierbas delgadas y puntiagudas del suelo.

Pero no tenía tiempo para estar furiosa. Adivinó que estaban regresando a la ciudad dragón, así que ella tenía que ir allí también.

—Es una buena noticia —farfulló a sí misma, andando a estampidas por la noche fría—. Será más fácil rescatar a Cielo en la ciudad que en el palacio de arena. —Además, ella sabía dónde estaba la ciudad, y podía llegar allí siguiendo la costa hasta llegar al río. No tenía ni idea de dónde estaba el palacio. En alguna parte del desierto inmenso, supuso.

Pero cuando llegó a la ciudad, no había ni señal del general odioso, ni de su ejército, ni de Cielo. Chochín pasó unas noches andando por las sombras de los callejones y escuchando conversaciones a hurtadillas antes de confirmar su peor pesadilla: Habían descansado aquí por un día antes de continuar hacia el palacio.

En la ciudad de dragones, se sentía como uno de los ratones que solían invadir la cocina de sus padres, desapareciendo en las paredes en cuanto las antorchas se encendían, dejando pequeñas huellas en la harina y picando agujeros en el pan. Era fácil encontrar comida y reponer sus suministros; las comidas que los dragones se comían eran tan grandes, ni siquiera lo notarían si ella se llevara un higo por aquí, una mitad de un panecillo por allí.

Pero la única cosa que no pudo encontrar era un mapa para el palacio de la reina, ni ningún tipo de mapa que mostraba todo el reino del desierto. No estaba segura si estuviera buscando en los lugares equivocados, o si los dragones no se molestaran en tener uno, ya que podían sobrevolar el desierto y encontrarlo fácilmente.

¿Debería quedarse aquí y seguir buscando un mapa? O ¿debería marchar al desierto vacío y esperar que encontrara el palacio eventualmente? Unos días habían pasando y el pobre Cielo necesitaba ayuda, y Chochín notó una angustia en el pecho siempre que pensaba al respecto. Pero no podría ayudarle si se perdiera en el desierto y se muriera. Actuar sin pensar era lo que quería hacer, pero no era el plan más inteligente.

«Si tan solo tuviera alas, podría volar allí en un abrir y cerrar de ojos».

La quinta o sexta vez que Chochín tuvo ese pensamiento, fue seguido por: «Qué tal si encontrara mis propias alas?

Alas de Fuego Leyendas #2: MatadragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora