02: Hermana de la serpiente

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C A P Í T U L O 02

Hermana de la serpiente

Alice Moss

Mi vida siempre ha sido un caos, no sabría decir desde qué momento todo se tornó de un color oscuro, pero sí puedo afirmar que si no llega a ser por Amelia, —nuestra madre adoptiva—, mi vida y la de mis hermanas de crianza se hubiera ido a la mierda. Todo lo que se de mi antigua vida es que mi madre bilógica me abandonó en las puertas de esta mansión cuando apenas tenía tres años de edad. Yo no recuerdo nada de aquellos días, pero Amelia me dijo una vez, que sus ojos se desorbitaron cuando me vio, dice que era una pequeñita muy valiente por no haber llorado cuando me tocó enfrentarme a un nuevo mundo lleno de personas déspotas y malvadas.

A partir de ese día fue como una niña sin nombre, pasó a llamarse Alice Moss. Tengo el apellido de Amelia, ella me tomó tanto aprecio que me cuidó como si fuera su propia hija. La mansión es un orfanato, o al menos es la tapadera que usan los verdaderos dueños para blanquear su dinero; cuando en realidad es la sede de una de las redes de trata de blancas y prostitución de Hesse. Siempre le estaré agradecida por mantenerme oculta estos últimos años para que esos hombres no me vieran y no quisieran propasarse conmigo. Lo malo empezó cuando sus jefes —los verdaderos dueños de la mansión—, comenzaron a presionarla para que me mostrara a la sociedad. Ellos afirmaban que con mi carita de ángel y mi cuerpo, podría hacerles ganar mucho dinero.

Lloré varias noches cuando mi madre me dio esa devastadora noticia, no estaba preparada para entregarle mi cuerpo a ningún hombre, ni siquiera para besarlos. Una chica de mi edad, debe estar viendo animados de princesas, estudiando para sacar buenas notas y jugando a las muñecas con sus amigas; no viviendo en una mansión donde nos enseñan lo básico para sobrevivir en el mundo y no ser unas incultas, no aprendiendo a vender nuestro cuerpo para que personas que ni siquiera conocemos se llenen los bolsillos de dinero. Ni siquiera era justo que perdiéramos nuestra inocencia a tan temprana edad, pero en un mundo de fuertes y poderosos, los débiles solo debemos acatar las órdenes y quedarnos en silencio.

Aquella tarde, cuando Amelia había terminado de hablar con una persona por teléfono, me llamó a su habitación y me pidió que me relajara ante lo que iba a confesarme. Casi me caigo de culo cuando me dijo eso que siempre pensé y que nunca creí que fuera a escuchar. Ella iba a convertirme en una de sus aliadas, iba a dejar de ser una niña a la que iban a obligar a vender su cuerpo, a ser una espía del gobierno. Tenía miedo, por supuesto que lo tenía, pero Amelia me tranquilizó diciéndome que ella me había preparado desde que me conoció para esta misión. Amelia trabaja para el gobierno de Alemania hace muchos años, ha desmantelado millones de cárteles de droga y se ha encargado de meter a la cárcel a toda la lacra de la sociedad; y ahora yo iba a continuar con su legado.

Luego me explicó con más claridad y me dijo que el hombre que se comunicó con ella, era uno de los tipos de confianza de Scorpius, un arrogante y cínico mafioso que se había encargado de atemorizar a gran parte del mundo, incluidos a los presidentes y jefes gubernamentales. Sonreí cuando me contó que se dio cuenta de que se trataba de Scorpius, cuando su amigo le envió una foto obligatoria a ella de él; una de las reglas de la mansión es que para comprarnos, la madre debe elegir a los hombres que se harán cargo de nosotras. Amelia me dijo todo lo que necesitaba saber de la nueva vida que se me avecinaba, desde mi comportamiento con ese ególatra, hasta el uso de armas de fuego en caso de que fuera necesario.

Al principio quise rehusarme a ser vendida a un tipo tan peligroso como él, pero terminé aceptando porque era cumplir mi misión como infiltrada o vender mi cuerpo a hombres degenerados y seguramente con asquerosos fetiches sexuales. Esa última noche antes de que él se presentara en la habitación, madre me había informado extremadamente todo sobre Scorpius, sabía que era un tipo muy temible y que aunque las autoridades sabían de su paradero, no lo tocaban porque él tenía sobornado a medio mundo y si soltaba los videos de los políticos corruptos, podía armarse una guerra peor que la primera guerra mundial.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora