C A P Í T U L O 38
Cherry
Desconocido
2 de septiembre
11:30 pm.
Miércoles
Caminaba con las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón. Habían pasado algunas horas desde que salí de casa. Esta vez no puse excusas, no había nadie para detenerme. Necesitaba aclarar mi mente de algunos percances que ocurrieron este día. Las suaves pisadas de mis zapatos resonaban por el alumbrado parque en el que me encontraba. Saqué de uno de los bolsillos de mi camisa una caja de cigarrillos y un mechero. Extraje uno y le prendí fuego para después llevarlo a mi boca y aspirarlo hasta que sentí que la nicotina llegaba a mis pulmones.
Me senté en uno de los bancos del desolado parque. Extendí mi mano izquierda a lo largo del respaldar, mientras que con la otra llevaba el cigarro a mi boca, fumando una y otra vez, tratando de calmar mi estrés.
—No puedo creerlo —exclamó mientras se sentaba a mi lado—. ¿Desde cuándo fumas?
Silencio. No le respondí, no tenía el interés de contestarle luego de que prácticamente haya arruinado mi vida. Aun así, lucía tan preciosa, tan parecida a ella. Y eso me molestaba.
—¿Así tratas a las personas luego de casi tres meses sin verse? —sonreí. A veces no comprendo cómo puede ser tan cínica.
—¿Qué quieres? —hice un chasquido con mi lengua mientras la miraba fijamente.
—Dios, no sé si es el tiempo que llevamos sin vernos o es que realmente estás más hermoso. —Tomó algunos mechones de mi cabello y los frotó—. ¿Te has hecho algo en el pelo?
—No —le di una palmada a su mano, haciéndola a un lado—. Sigue siendo el mismo cabello rubio de siempre.
—¿No me extrañaste? —preguntó con una sonrisa burlona danzando en sus labios.
Me levanté del banco. Tomé la última calada y luego arrojé el cigarrillo al césped. Ella se quedó sentada, observándome un poco ansiosa. Coloqué mis brazos a ambos extremos de su cuerpo, atrapándola.
—Realmente te ha venido bien todo este tiempo solo. —Llevó su dedo pulgar a mi labio inferior y lo acarició—. Te has vuelto todo un hombre, uno que me está interesando demasiado.
Acercó sus labios lentamente a los míos y sin apartar nuestras miradas del otro, nuestras respiraciones chocaron. Mordí su ribete inferior y ella gimió por lo bajo. Su lengua se adentró en mi cavidad bucal y exploró cada zona de la misma. Mis manos se apoderaron de su cuello y mientras aproximaba mi respiración a su oreja, apisonaba su piel.
—¿Qué quieres? —le susurré.
—Quiero muchas cosas... —susurró mi nombre y mordió el lóbulo de mi oreja—... pero ahora, necesito saber por qué estás de tan mal humor.
Comencé a caminar, esperando que ella me siguiera y así sucedió. Su voluminoso cuerpo se arrimaba al mío. Tomé su mano y luego la lancé contra un árbol. Su cuerpo rebotó estrepitosamente y sonrió. Sé de sobras que le gusta el sadomasoquismo.
—¿Qué te hace pensar que estoy de mal humor? —Me arrodillé frente a ella. Sus ojos siguieron cada uno de mis movimientos con precaución.
Estiré mi mano hasta su entrepierna, subí su falda y ella no me detuvo. Me dejó acariciar la tela fina de su braga mientras me desnuda de una y mil formas con su mirada.
—Estás volviéndote un enfermo y eso me encanta. —Agarró mi cabello y hundió mi rostro en su centro—. Vamos, cómeme.
Con mis dientes, hice a un lado su prenda íntima y la sostuve con mi mano izquierda. Llevé mi otra mano a su trasero y lo apreté mientras la acercaba más a mí y mi lengua se hundía en su humedad. Un jadeo salió de sus labios. Realmente le había tomado gusto a follarme a las mujeres, eliminando de mi mente eso que alguna vez llamé amor. Ese sentimiento ya no es para mí, no después que la perdí. Ahora entiendo a Daiser. ¡Cuánta razón tuvo al ser un adicto al sexo! Su único fallo fue enamorarse de su hermana, por eso fracasó, por eso perdió todo lo que algún día consiguió.
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El placer de pecar (Bilogía Placeres)
Teen FictionLos amores eternos pueden terminar en una noche, los grandes amigos pueden volverse grandes desconocidos. *** Alice Moss se dió cuenta muy tarde que además de encantarle el cuerpo de él, de fascinarle su alma, su maldad y la forma tan loca de hacerl...