19: Carta con tinta invisible

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C A P Í T U L O  19
Carta con tinta invisible

Eiser Miller

Estaba de pie, justo al lado de la ventana, mi cabeza estaba apoyada en mi mano y ésta a la vez, estaba posada sobre el cristal. Mis ojos se mantenían cerrados mientras trataba de tranquilizar mi respiración. Mi puño quedó estampado en el marco del ventanal cuando recordé el beso de ese idiota con mi hermana, pero eso no fue lo peor, lo más lamentable ocurrió después. Pasados unos minutos de que Donovan me hubiese lanzado a la piscina y de que hubiera desatado toda mi furia con ella, decidí volver a la mansión para hablar con Alice.

La sorpresa fue que no estaba en ninguna de las habitaciones del lugar y entonces la sangre de mi cuerpo comenzó a acumularse en mi cabeza. Me negué a la idea de que estuviera nuevamente en los brazos de otro hombre, sin embargo, las señales eran claras y todo apuntaba a que eso era exactamente lo que estaba ocurriendo. Donovan trató de tranquilizarme con una deliciosa cena, la cual no pasaba por mi garganta. Un vaso de agua y un pedazo de pan fue lo único que ingerí. Las horas pasaban y Alice seguía sin aparecer. Un poco agotado, decidí tirarme sobre el esponjoso colchón, a ver si conciliaba el sueño, pero me fue imposible.

No quería mostrarme tan impaciente e eufórico delante de esa mujer, así que simplemente traté de guardar calma. Estuve en estado catatónico, hasta que ella decidió bajar a la cocina, realmente no me importó lo que fuera hacer ya que aprovecharía y llamaría nuevamente a Alice.

Había perdido la cuenta de todos los mensajes y llamadas, que terminaban en el buzón de voz. No supe si fue por instinto o por posesividad, pero sentí unas ganas inmensas de concebir su olor. Fui como perro detrás de su hueso a la habitación de mi pequeña y nada más entrar, vi la hermosa lencería y su pijama de conejitos, encima de la sábana.

Los tomé como un loco y comencé a olfatearlos. Mis ojos estaban cerrados, mis labios entreabiertos y mi excitación comenzaba a hacerse notoria. Lancé al suelo toda la ropa y me quedé solamente con su diminuta y hermosa braguita de encaje. Deslicé mi nariz hacia la parte que cubre el área pélvica por debajo de la cintura y me detuve ahí para absorber con lentitud, toda su esencia.

Con mi otra mano, bajé mi bóxer y dejé salir a mi ansioso amiguito que se encontraba deseoso de Alice. Mi actividad sexual siempre había sido muy activa y podía controlar mis deseos, excepto con mi hermana. Ella saca todos mis demonios y ya después no hay nadie quien me detenga.

Mi espalda rebotó en la pared, mientras soltaba un efímero jadeo. Mi mano sostuvo por unos segundos mi dura y caliente polla. Ella, al igual que yo, extrañaba el cuerpo de Alice. La apreté un poco mientras sentía las leves palpitaciones y luego agarré la zona del frenillo con mis dedos índice y medio, y moviendo mi pene de atrás hacia delante, comencé a masturbarme pensando en la sucia vagina de mi hermana.

Gemido tras gemido inundaban la pequeña habitación, cuando estuve a punto de correrme, puse la braga de mi adoración sobre mi glande y fue entonces que toqué el cielo. Luego, por arte de magia, volvió mi desasosiego y comencé a sentirme un inútil por no saber la forma en que debía actuar.

Después de unos minutos, confirmé que era un idiota. ¿Cómo no se me ocurrió revisar la habitación? Al lado de la mesita de noche, estaba el celular de Alice, con todas las llamadas y mensajes perdidos. Cerré mi puño y apreté fuertemente su celular, estaba dispuesto a lanzarlo por la ventana, pero en ese instante llegó Donovan y me pidió dormir ya que faltaba poco para el amanecer.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora