15: Porque eres mía

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C A P Í T U L O  15
Porque eres mía

Mierda, es cierto. 

Joder, en menudo problema estaba metido. ¿Qué hago ahora? Alice no se podía quedar sin mí, yo no podría vivir lejos de ella. La cárcel no sería nada comparado con la lejanía de su cuerpo, de sus besos, de su olor, de toda ella.

—¿Y qué propones? —la angustia y el nerviosismo se estaban haciendo presentes en todo mi cuerpo, no valía de nada mentir, pronto lo notarían.

—Yo no quiero nada tuyo —alzó sus cejas mientras se inclinaba hacia mí—, pero él, está muy interesado en joderte la vida. —Lo vi levantarse del asiento—. Buena suerte hijo, la necesitarás —nuevamente las meretrices se engancharon a sus brazos—. Espero volver a verte.

Menudo imbécil, viejo verde, mal padre. No tenía palabras para describir el odio que sentía por esa mierda que lleva mi sangre. No fue mi culpa que ella fuera una delicada flor, maldecía la hora en que lo llamé para que me ayudara.

Volví a la realidad y tenía frente a mí el cuerpo de Dante, el cual me miraba como si me estuviera escaneando, sonreía por cada gesto que hacía. Su dedo índice se movía alrededor del hielo del vaso.

—¿No crees que es una linda noche para follar? —dijo llevando su dedo a su boca.

—¡Hey! No sé qué está pasando por tu sucia cabeza pero no soy gay.

—Tranquilo Miller, sé que tu debilidad son las mujeres preciosas, y no me refería a tener sexo contigo —Oh no, no me gusta el rumbo que está tomando esta conversación—. Tu padre lo único que hizo fue evitar que yo te lo contara, tranquilo, puedes seguir con tu vida. — Se levantó del asiento—. Solo recuerda que me debes un pequeño favor —sonrió y luego caminó rumbo al escenario donde estaban las strippers.

Por unos minutos respiré aliviado, no mencionaron en ningún momento a mi hermana y aunque lo hicieran, Alice no estaba dentro de ese "favor". Esperaré paciente a que se le acabe el dinero que mi padre le dio y comenzaré a callar su silencio con unos cuantos millones. Eso sí, si en algún momento siento la soga en mi cuello, no dudaré en matarlo.

Entonces, una chica, morena, alta, muy bonita, tomó mi mano y yo como hombre al fin, necesitado de un poco de placer, me dejé guiar por sus encantos y comencé a seguirla. Giré hacia atrás un momento, ya que los gritos de los hombres, que parecían unas fieras en celo, me traían con un poco de curiosidad.

Vi a dos chicas bailando bien pegadas, se estaban desnudando, pero no pude seguir detallándolas ya que la zorra que tenía en frente, me estaba llevando a su madriguera. Me apretaba el pene tan bien que mis instintos como macho alfa no dejaban que pensara en otra cosa que no fuera abrirla y hacerla mía.

(...)

Llegué a casa a las cuatro y algo de la madrugada, abrí la puerta y lo primero que hice fue subir al cuarto de Alice para darle el beso que le había prometido. Me escabullí bien despacio en su cuarto para no despertarla y me acerqué a su cama. Me sorprendí al no verla durmiendo, las sábanas estaban intactas y un pequeño olor a perfume se había quedado atrapado en las cuatro paredes.

La bestia que llevo dentro dio a relucir al imaginar lo que podía estar haciendo mi pequeña a estas horas del día. Automáticamente tomé el teléfono y comencé a llamarla.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora