32: Diamante

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C A P Í T U L O 32

Diamante

—¿Qué sucedió Eiser? —le digo, entrando al lugar donde él la tenía. Pasé mi mano por el rostro de Alice, intentando calmarla, pero ella suelta un golpe de puño cerrado hacia el rostro de Eiser, dando en seco en toda su nariz.

—Es solo un rasguño —musita Eiser apartando mi mano. Su cara de culo me dice que no está de humor, y eso solo hace que mis mejillas se inflen más mientras retengo todo el aire que no quiero expulsar.

—¿Ella hizo eso? ¿La drogaste?

Y allí estallé.

—¿Realmente piensas que la drogué?—soltó satírico—. Esta niña tonta se metió la mierda de esa jeringa y cuando entré estaba delirando con su mundo de fantasías.

—¿Por qué te golpeó y por qué ella tiene tanta sangre en su piel?

—Estaba alucinando Alice. Caminó hasta el lavabo y pasó su mano por el filo del espejo —suspiró un poco agobiado—, intenté calmarla echándole un poco de agua en el rostro pero eso la empeoró y luego atentó contra sí misma clavándose una y otra vez la aguja de la jeringuilla.

—¡Mierda! —chillé mientras acariciaba su piel magullada—. ¿Y luego te golpeó?

—No, yo me pegué porque me gusta sentir dolor —habló con sarcasmo—. Pega bien la cabrona —ambos nos reímos, y noto una mirada diferente en él—. Pensé que te irías de la fiesta.

—Solo me quedé un rato, de hecho, ya me iba.

—La llevaré a un lugar seguro, en cinco minutos te quiero fuera de esta casa, Alice. Espérame aquí —señaló un lugar, terminé asintiendo—. Iré allí en cuanto Sophie esté segura, tenemos que hablar.

—Está bien —sisee mientras veía como ella se iba con mi hermano.

No me quedó más remedio que ir a la habitación que Eiser me había indicado. Me quedé allí unas cuantas horas, sin hacer nada. Conté cada mancha en el techo, miré la decoración e incluso tararee un par de canciones. Me levanté exaltada cuando la puerta de abrió, pero para mi sorpresa no era Eiser, sino un hombre con aura oscura.

—Hola de nuevo Alice —dijo y su voz me aterrorizó.

Lo reconocí en ese instante. Era el mismo hombre que me había dejado aquel paquete en Seul, el que dijo esas palabras extrañas que no supe descifrar.

—¿Quién eres?

—Muy pronto lo sabrás, mi pequeña pecadora.

Y después simplemente cerró la puerta.

Me levanté, tenía que saber quién era, por qué dijo eso, ¿acaso sabía sobre Eiser y yo? Cuando giré el picaporte, me topé con los ojos de mi hermano mirándome desde su altura. Mi corazón se aceleró al instante. No sabía la razón para que toda yo reaccionara de esa forma ante Eiser. Él se fue acercando, sigilosamente, tan despacio que mis piernas caminaban en reversa, tropezando una con la otra. Me veía tan indefensa y pequeña ante él. Su aura era demasiado dominante, él era todo lo que siempre me había encantado en un hombre, a pesar de que tuviera deseos sexuales por otros.

—¿Y bien? —dijo, un nudo se hizo en mi garganta, no podía hablar, no sabía qué decir—. Aquí estoy malcriada.

—Yo...

¿Por qué mierdas las palabras no salían de mi boca?

—Tú eres mía —se adelantó—, y a veces soy un completo idiota pero no puedo disimular mi enojo cuando veo que me desobedeces.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora