20: Solo déjate llevar por el deseo

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C A P Í T U L O  20
Solo déjate llevar por el deseo

Once treinta de la mañana y aún seguía estático en la silla. Apenas y estaba procesando la idea de que Alice y Dante estuvieran secuestrados. No había dormido en toda la noche, mis ojos estaban más abiertos que nunca y mi cerebro a pesar del cansancio, siempre estuvo maquinando una manera de engañar a esa mujer.

Miré fijamente el hermoso jarrón que tenía frente a mí y lo tomé con una de mis manos. Lo apreté bien fuerte mientras vigilaba la maleta de dinero que había a mi lado. ¿Cuánto vale la vida de mi hermana? Una sola pregunta que hizo que mi cabeza colapsara ¿Cómo saber si la cantidad de dinero que extraje, es la idónea para salvar la vida de Alice? No, claro que treinta billones de wons eran poco. La vida de mi pequeña vale más que cientos de ceros acumulados en un billete.

Sin darme cuenta, el jarrón se había roto en mi mano y la sangre comenzaba a salpicar en el suelo. Una escurridiza lágrima salió de mi ojo izquierdo mientras cerraba mi puño y observaba cómo se movían las manecillas del reloj, acercándome más a la hora del encuentro.

Donovan estaba de pie, apoyada en el marco de la puerta, con sus manos tras la espalda y mordía ligeramente su labio inferior. No quería llorar, no quería demostrar lo débil que me volvía cuando se trataba de Alice, pero la presión y la angustia que sentía eran mucho más fuertes que yo.

—¿Qué? —dije mientras lanzaba el quebrado jarrón hacia la puerta.

Ella pegó un brinco y cerró sus ojos, luego suspiró y se acercó a mí, sentándose en la esquina del escritorio. Tomó mi mano y miró mis cristalinos ojos, luego fue bajando lentamente su cabeza hasta que sus labios, su lengua, se aferraron a mi herida y sin compasión comenzó a limpiarme.

—No me gusta verte así, Eiser —levantó su vista a mis labios e intentó besarme, pero la detuve—. ¿Me amas? —no pude evitar reír por su estupidez.

—Lo que preguntas es algo completamente loco —digo soltando una risa burlona—. Sabes que no amo a nadie —ella frunció el ceño y yo me levanté de la silla, arreglé un poco mi atuendo y dispuse a salir de ahí.

—¿Por qué? ¿Es loco que me ames? —eso hizo que detuviera mi andar y la mirara, sintiendo cómo mi corazón comenzaba a acelerarse.

—No quiero seguir hablando de este tema —apreté su muñeca mientras recordaba la hermosa sonrisa de Alice.

—Dime Eiser... ¿Por qué eres tan frío conmigo? ¿Por qué no puedes amarme?

Suspiré con rabia y tristeza, mis desorbitados ojos se clavaron en su rostro y mordí mi labio inferior mientras se escuchaba un traqueo de mi cuello. La aventé hacia la pared y la acorralé. Su vista bajó a mis zapatos, pero con un tacto brusco, la tomé del mentón e hice que me viera a los ojos. Tenía muy pocas horas de sueño acumuladas en el cuerpo y posiblemente le soltaría una locura, pero si Donovan quería escuchar la verdad, pues la tendría.

—Donovan, eres una mujer estupenda, eres hermosa, pero no para mí. No te amo y creo que nunca lo haré porque ya estoy obsesionado con otra mujer —mi polla dio un pálpito al pensar en Alice—. Estoy volviéndome loco porque no puedo tenerla, porque voy a arruinar el brillante futuro que le espera —iba a continuar dándole mis argumentos, pero ella puso su dedo sobre mis labios e hizo que me callara.

El silencio reinó por todo el lugar, ambos quedamos mirándonos y de pronto, abrió sus labios en sorpresa a mis palabras.

—Vamos a buscar a tu hermana —me alejé dándole espacio para que caminara—. Te necesito Eiser y no me importa que la ames a ella, yo me encargaré de que la olvides.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora