30: Un casi beso en la playa

169 14 0
                                    

C A P Í T U L O 30

Un casi beso en la playa

Alice

El día había llegado. Había transcurrido el tiempo idóneo para que Sophie estuviera rehabilitada, o al menos preparada para que yo me involucrara de nuevo en su vida. En estas semanas, me había dado el lujo de ignorar completamente a Eiser, o más bien, era él el que se había distanciado de mí como si fuésemos un par de desconocidos. Lo prefería así, no quería vincularme con él más que lo que establecía nuestro pacto. Una vez que culminara esta misión volvería a Seul y haría mi vida, sola, sin mi hermano.

Akira terminó siendo un buen aliado. Me contó la forma en la que le quitaron la vida a Amelia, también me llevó al sitio donde la habían tirado y allí, le di una sepultura adecuada. No era lo que merecía, pero no tenía los fondos necesarios, ni debía hacer un escándalo de ello. En los siguientes días me contaron más sobre Sophie, sobre su relación con Asier y Jimin, y el por qué los tenían encerrados en esta maldita casa; donde se celebraría una fiesta de disfraces en un par de días. Para ese entonces, conocía Michelle, una chica que se encontraba prácticamente en la misma situación que yo y a la que le habían prometido, la libertad completa.

Respiré, lo hice varias veces antes de tocar el timbre de la puerta de ese apartamento. Volví a repetir las palabras que diría aunque no sabía exactamente cuales, porque como había dicho anteriormente, Sophie y yo solo habíamos tenido un par de roces, uno, cuando me encontró con Jimin en esa cafetería y el otro, cuando le abrí la puerta de la casa de Klein hace años.

Aparté mis cavilaciones cuando la puerta fue abierta, dejando a la vista una mujer completamente diferente a la que había conocido. Todavía mantenía su belleza, pero lucía triste, como si aún no hubiese superado su pérdida. Y sabía, muy en el fondo que ese momento ella nunca lo olvidaría. Alcé mi mano, pensando en saludarla, y al ver que me vio con esos ojos azules llenos de curiosidad y temor, la bajé de inmediato y simplemente murmuré:

—Necesito hablar contigo, Sophie —murmuro, mirándola dándome cuenta de que sus mejillas están rojas de llorar.

—Voy a tomar una ducha —exhaló—. Luego, podemos hablar, aunque no te garantizo atención.

Asentí y entré en una sala regada, con objetos esparcidos por el suelo y algunas hebras de cabello castaño hechas un ovillo. No sé exactamente cuánto tiempo pasa, pero cuando vuelvo a abrir mis ojos la tengo en frente, recostada a la pared. Su cara está demacrada, con signos de que continuó llorando, aferrándose a esos recuerdos.

—¿Te encuentras bien, Sophie? —digo con un tono de voz lastimero.

Asiente, pero cualquiera que viera su rostro, sabía que la estaba pasando muy mal.

—¿Tienes hambre? —inquiere, intentando mantener su postura firme, para no hacerme ver lo frágil que me siente.

—Un poco —le digo y me orienta que la siga a la cocina.

—Siéntate —dice, señalando las butacas alrededor de la pequeña isla—. Ya regreso.

Veo como se dirige al horno en busca de algunas tostadas, se pone en puntitas para alcanzar una bandeja y la dejo haciendo eso en lo que saco mi teléfono, y busco el contacto de Akira. Le escribo rápidamente que la misión se había puesto en marcha, y que si conseguía acercarla a nosotros, tendría que invitarme a beber. Él me responde con un emoji de gato con corazones en los ojos y le devuelvo la respuesta con el de caca. Borro la sonrisa de idiota que se queda en mi cara cuando Sophie se sienta frente a mí y se queda ese incómodo silencio de nuevo. Exhalo. Esto estaba siendo difícil. La veo mover inquieta su dedo sobre la tostada, como si estuviera jugando, haciendo que el tiempo pasara de una forma en la que no hiciera tanto ruido.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora