28: Placer con tres puntas

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C A P Í T U L O 28

Placer con tres puntas

Dagmar

Tiempo pasado...

Tenía el revólver cogido con ambas manos y apoyado deliberadamente en mi pecho. Apoyé mi espalda en el tronco de un árbol mientras miraba a los lados para encontrar al malnacido que estaba atentando contra la vida de mi hermana. De un momento a otro, los disparos cesaron, las sirenas de los carros de policía junto con las luces azules y rojas, incidían en mi rostro. Ahora sí que estaba en problemas. Dos oficiales se bajaron del auto y comenzaron a caminar hacia mí mientras sacaban sus armas y me apuntaban. 

—¡Suelte el arma y alce las manos donde podamos verlas! —Cerré mis ojos y flexioné mis pies hasta que quedé en cuclillas.

A paso lento escuché como se acercaba hacia mí unos tacones de mujer, era ella, todavía usa el mismo perfume. Lentamente alcé mi mirada que recorrió desde sus pies hasta su rostro. Han pasado ocho años y aún sigue siendo la hermosa mujer de la que una vez estuve enamorado. Lilliam estaba cambiada, poderosa. Vestía un vestido rojo de encaje, encaje fino. El delicado sujetador se ajustaba perfectamente a sus pequeños pechos y su cabello rubio y corto hasta los hombros, le daba el toque sensual y excitante que siempre me volvía loco. Un vestido maravilloso y muy cómodo, con solo alzarlo, podría hundir mi boca en su intimidad, era irónico que estuviera pensando estas cosas en este momento. Mi corazón se detuvo por unos instantes y luego me erguí para mirarla con enfado.

Los policías solo la observaron y le hicieron una leve reverencia para después marcharse. La miré incrédulo. ¿Tan poderosa se había vuelto que tenía comprada a la policía de París?

—¿Qué está... —No terminé de hablar ya que ella me agarrara por el cuello y me presiona en la madera.

Me pegó todo el cuerpo y movió suavemente su pulgar sobre mis labios. Estaba como paralizado, su cuerpo tenso bloqueaba cada uno de mis movimientos. Dejó de jugar con mis labios y arrastró su mano hasta mi cuello. El abrazo no fue fuerte, no tenía que serlo, sólo tenía que mostrarme su dominio.

—No te muevas —dijo, atravesándome con un ojo helado y salvaje. Miró hacia abajo y gimió en silencio—. Estás guapo —Estaba siseando entre dientes—. Debemos tener una conversación, ahora. Si decides resistirte, debes saber que hay un francotirador apuntando tu sien. Y si te apetece una maratón en el parque, será en vano, la policía te traerá nuevamente a mí.

Sabía que no tenía más remedio que hablar con ella, pero por un tiempo sentí que realmente lo deseaba, me sentí a gusto volviendo a verla. Me extendió la mano, la ignoré y comencé a caminar hasta el auto que se había estacionado a unos metros de nosotros. Miré a sus hombres con una cara de desaprobación y me acerqué a la puerta. Entré y di un portazo. Pasó un tiempo antes de que Lilliam se uniera a mí. Se sentó en el asiento de al lado con el teléfono en la oreja y habló hasta que se estacionó en la entrada. No tengo ni idea de cuál era su tema, porque en latín todavía sólo entendía unas pocas palabras.

Su tono era tranquilo y objetivo, escuchaba mucho, no hablaba mucho conmigo y no pude deducir nada de su lenguaje corporal. Nos detuvimos en el piso de abajo de un lujoso hotel, agarré la manija, pero la puerta estaba cerrada. Lilliam terminó la conversación, escondió el teléfono en el bolsillo interior de la chaqueta y me miró.

—La noche será larga Dagmar —sonrió—. Bunny volvió a por ti.

La puerta del coche se abrió y vi como ella bajaba para luego adentrarse en el hotel. Metí mis manos en mis bolsillos, saboree mis labios inconscientemente y seguí su andar. Caminé mirando su trasero hasta que se detuvo en el primer escalón de escalera y me observó sonriente.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora