24: Corre, perra, corre

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C A P Í T U L O 24
Corre, perra, corre

Cuando leí la carta de Eiser pensé que había dejado un poco más de seguridad, gente a la que podía haber contratado para nuestra estancia en Paris. Sin embargo, solo me encontré con Akira, que podía ser incluso peor que cincuenta tipos armados. Era consciente de que él solo estaba cerca de mí para retenerme, y Akira de seguro tenía presente que intentaría escaparme por cualquier medio. Así que... Viéndolo desde un punto inteligente, lo mejor era hablarle para distraerlo, no hacer nada tonto.

Cuando llegué al vestíbulo del hotel, lo encontré mirando algo en su teléfono, al instante se percató de mi presencia y caminó muy deprisa hacia mí. Para distraerlo, alcé mis manos y lo saludé para que supiera que no estaba intentando escapar. Su cara fue muy graciosa, frotó su cabello y se apresuró para interrogarme.

—No podrás escapar escurridiza hormiga.

Me reí.

—No quiero escapar, quiero invitarte a comer algo delicioso acompañado de cerveza.

—Ni lo pienses —rebatió sin siquiera procesar lo que había dicho—. Sus órdenes fuero claras, cero salidas.

—Oh vamos... —Me crucé de brazos e hice puchero—. Estoy contigo, nada malo ocurrirá. Tengo hambre y no me gusta la comida de los hoteles.

—Alice...

—¿Sí? —dije en un tono en el que mi voz salió aniñada y sin cuestionarme dos veces mi próxima acción, enredé mis brazos con los suyos—. Di que sí, vamos, será divertido.

—Está bien pero, —Tomó mis manos y las separó de su brazo, hice una mueca que él no notó—, quita tus manos de mí.

Suspiré una vez que Akira me acompañó hasta el taxi y se subió a mi lado. Hasta el momento mi plan estaba saliendo a la perfección, iría a esa dirección que previamente le di al conductor, añadiendo que allí estaban los mejores restaurantes de la ciudad, cuando ni siquiera sabía a donde nos dirigíamos. Desde afuera podía ver las gotas de lluvia empañando el cristal. El clima estaba como loco y no dejaba de relampaguear.

A nadie en su sano juicio se le ocurriría salir en un día de lluvia y mucho menos sin un paraguas. Podía incluso leer los pensamientos de Akira, maldiciéndome por haber accedido a mi propuesta. Pese a eso, lo notaba tranquilo, con las piernas abiertas y ese cabello largo amarrado en una cebolla. Muy contrario a mí, que lucía ansiosa, nerviosa. Mordía las uñas de mis dedos mientras miraba intranquila por la ventanilla.

Me preguntaba qué hallaría cuando llegara a ese lugar, si podría tomar alguna foto sin que Akira se metiera en mi camino. Cómo sería su reacción cuando descubriera que no estábamos ni remotamente cerca de algún restaurante.

De pronto, el taxista se detiene, se gira desde su asiento para mirarnos y comienza a hablar mientras esperaba que el semáforo cambiara de color. Frente a nosotros había muchos otros vehículos, autos, sobre todo, pero captó mi atención un motociclista que estaba empapado. Miré a Akira y vi como deslizaba su mano a lo largo del cinturón de seguridad. Después me vi a mí misma notando que en todo el trayecto había estado sin él. Una loca idea pasó por mi mente, deseaba ponerla en práctica pero antes debía asegurarme de que mi puerta estuviera sin seguro, que fuera solo jalar la manilla y huir.

—Estamos casi al llegar —anunció el taxista—, la tempestad no les dejará disfrutar de la ciudad, porque son turistas, ¿cierto?

Asentí, notando lo bien que pronunciaba el inglés.

—Lo supuse —siguió diciendo—, sus atuendos son poco comunes y tu novio tiene los ojos rasgados.

—No es mi novio —dije moviendo mis manos nerviosamente—. Es solo un amigo.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora