33: Son dos

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C A P Í T U L O 33

Son dos

Dagmar

Los días pasaron, fueron interminables noches que no supe nada de Alice. Ella seguía sumida en su mundo, allá en Seul. Al contrario de mí, que estaba atando cada uno de los cabos, poniendo cada cosa en su sitio para destruir a Lilliam, a Ermes. Había terminado mi misión con Sophie, había obtenido todo lo que necesitaba de ella, dejé en paz de una vez por todas a Asier cuando me di cuenta que había otros peligros más importantes que él.

Akira e Iker seguían me informaban diariamente lo que hacía Alice, solo se encargaban de su vigilancia y aunque podía salir de la casa cada cierto tiempo, ellos debían protegerla para que no se metiera en problemas. Justo hoy tenía una sorpresa para ella, habíamos regresado, y mientras Scorpius resolvía algo de lo que no quiso hablarme, yo continué por la desolada calle hasta que llegué a casa. Me muevo con rapidez hasta la planta superior, camino tan rápido como mis piernas me lo permiten, pasando por habitaciones hasta que, por fin, tomo la manija de mi despacho y la giro, para luego encerrarme ahí.

Tengo los ojos cargados de lágrimas y tantos sentimientos y emociones que soy incapaz de reconocerlos por más tiempo. Es como un cúmulo de intensidad que se expande por todo mi pecho. Aferro mis manos cruzadas sobre mi pecho, tratando de regular mi respiración que se ha vuelto acelerada con todo el ajetreo de los últimos días. Inspiro profundamente, tratando de no ahogarme con todo lo que siento.

Recargo mi espalda en la cómoda silla giratoria, incapaz de sostener mi cuerpo un minuto más. Una sensación de ahogo me posee con rabia. Con ideas determinadas, abro el tercer cajón, donde guardo lo que llevo escondiendo toda una vida. En mi mente se ha trazado la idea de que todavía está ahí, pero no, la memoria había desaparecido. A mi mente viene todo su contenido y entre lágrimas solo puedo decir que estoy jodido hasta la mierda. ¿Quién se apropió del USB? ¿Donovan, Lilliam, Ermes?

Me desquicié por completo y aventé todo al suelo. Grité histérico, sin poder contener mis lágrimas. Todo había acabado, iba a perder a Alice para siempre. Segundos después, el timbre de la casa suena, bajo a la velocidad de la luz, quería imaginarme que era ella, deseaba que mi pequeña hubiera regresado ya que ahora, más que nunca necesitaba de su presencia. En cuanto abro la puerta, la imagen de los mismos oficiales de policía de la última vez, me hace frente. Las luces azules y rojas inciden en mi rostro, ellos me miran victoriosos.

—Eiser Miller, queda detenido. —Esa mujer, violentamente me gira y coloca unas esposas en mis muñecas—. Tiene derecho a guardar silencio y a un abogado, cualquier cosa que hable será tomado en su contra.

Escucho y siento cómo mi corazón late con tanta fuerza contra el tórax, el pulso contra mis oídos zumba de manera discordante, abrumándome. Soy consciente que tengo mi rostro pegado a la pared mientras esa oficial me coloca las esposas.

—¿De qué se me acusa? —dije solo para ganar un poco de tiempo.

—Trata de personas, prostitución, uso y contrabando de drogas, dominio de burdeles ilegales dentro y fuera del país, asesinato de dos personas, que conozcamos hasta el momento y como si no fuera poco, alguien puso una denuncia en su contra por acoso, violación y pedofilia hacia su hermana.

Tengo una soga colgando en el cuello que me impide poder respirar bien. Las entrañas se me revuelven con tanta brusquedad que duele. Entonces, veo a Lilliam, con una sonrisa de oreja a oreja, del otro lado de la puerta, me pone enfermo y con muchas ganas de romperle las piernas, me duele saber que estuvo viendo toda esta escena todo el tiempo. Estoy completamente estético, tengo la mirada fija en ella, observando cómo comienza a llorar y corre desesperada hacia mí.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora