C A P Í T U L O 34
Ver el cielo de cabeza
¿Nunca pensaron en esa frase: «Lo fácil es ir, lo difícil es volver»? Nunca creí que la llegaría a sentir tan real. El pasillo ante mí parecía infinito y hasta me dio escalofrío mirar por encima hacia la planta baja. No tenía miedo por mí si estuviera solo, pero ella, ella estaba conmigo, ambos teníamos que llegar. No podía dejarla, no quería dejarla. Juntos, porque la quería y quererla era eso, ser capaz de hacer cualquier cosa.
Bajamos rápidamente las escaleras y el tiempo se congeló en un minuto cuando la puerta principal se abrió. Donovan venía entrando, con la mirada en el suelo que ni reparó en nosotros. Mi corazón en un puño, se me cortó la respiración y sentí un no sé qué correr por mi espalda. Algo llamó su atención y volteó a ver hacia el jardín. Lentamente tomé a Alice de la mano y giramos hacia la cocina, la puerta trasera estaba abierta y para mi parecer estábamos teniendo mucha suerte.
Mi auto ni siquiera estaba en el perímetro de la casa, o bueno, no el que acostumbro a utilizar siempre, éste era un KIA automático, gris y simple, de esos que no llaman la atención, de esos que usa medio mundo. El detalle es mientras Lilliam hablaba conmigo, justo cuando liberó mis esposas, aproveché para testearle a Akira para que lo dejara cuadra abajo con tal de no pasar por las cámaras de la calle. Parecía simple, solo era rodear la casa, llegar a la entrada de la propiedad y salir, correr al auto y fin de la historia. O casi. Miré a Alice quien se encontraba muda y atenta a todo lo que nos rodeaba.
Algunos recuerdos de cuando acababa de llegar a mi vida me invadieron, como cuando ella se torció un pie intentando escalar un árbol a los diecinueve años y estuve una semana consintiéndola con comida chatarra, había resultado manipuladora, se largaba a llorar si yo me ponía a trabajar y por ende pasé una semana sin tocar un solo papel, me costó un mes ponerme al día de nuevo.
Otro día había entrado gritando por la casa que quería ser detective y yo me reí, porque sabía claramente a lo que se dedicaba, a pesar de ello, recuerdo que le había mandado hacer un colgante, era una pequeña placa de oro blanco que decía «Detective Moss» y fue la primera cosa que perdió. Curiosamente lo había encontrado días después en el jardín y decidí guardarlo para mí. Meses más tarde estaba esquiva, no me hablaba, no me miraba y fue cuando supe que yo siempre la había amado y poco a poco surgió el deseo, su cuerpo se convirtió en el de una mujer y me fue imposible no quedarme viendo sus faldas cuando subía una escalera, sus escotes en verano.
Ahora la tenía delante, ya no era una niña, era una mujer que se fugaba con un hombre, su hombre y ese era yo. Sus ojos me encontraron y supe que me estaba hablando.
—Donovan está en el jardín, es imposible llegar a la entrada sin que nos vea.
—Habría que crear una distrac... —Fui silenciado por algo, más bien alguien aplaudiendo. Alcé la mirada encontrándome con Lilliam.
—Y el villano quemando el mundo por su doncella —dijo con asco y suficiencia—. ¿Te dije o no que vendría por ella? —A los pocos metros la figura de Dante resurgió entre los árboles—. Tan básico como de costumbre Dagmar, o mejor debo llamarte Daiser.
—¿Qué quieres? —la reté. Unos pasos suaves y calmados se escucharon, no me hacía falta voltear para saber quién era.
—¿Qué queremos? Querrás decir —dijo Donovan parándose ante mí, lucía una ropa clara y fresca para las temperaturas de esa tarde—. ¿No crees que es tiempo de poner las cuentas en cero?
—Éste es el final —le siguió Lilliam, su mirada estuvo todo el tiempo clavada en Alice, como si tuviera algo más que decir—. Tú final.
—Hasta aquí llegaste Miller. ¿Quién te crees tú? Me das asco, inmoral, proxeneta. ¿Crees que tú puedes ir por la vida destrozando a los demás sin que nadie se cobre una sola de todas las que haces? —habló Dante. Estábamos rodeados y podía notar un cierto temblor en la mano de Alice.
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El placer de pecar (Bilogía Placeres)
Teen FictionLos amores eternos pueden terminar en una noche, los grandes amigos pueden volverse grandes desconocidos. *** Alice Moss se dió cuenta muy tarde que además de encantarle el cuerpo de él, de fascinarle su alma, su maldad y la forma tan loca de hacerl...