35: Ermes Miller

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C A P Í T U L O 35
Ermes Miller

Alice Moss

El dolor en mi cabeza es insoportable, me duele la nariz, el cuello, los hombros, la espalda, me duele todo el cuerpo y no puedo detener el gemido que se escapa de mis labios. Alguien me toca, hay pitidos, como si se tratara de una máquina y me vuelven loca. «Que alguien apague esa cosa, hace mucho ruido». Intento decir, pero las palabras se rehúsan a salir de mi boca, moverme tampoco puedo, es como si mi cuerpo no respondiera. Entonces pruebo con mis ojos y parpadeo ante la luz insoportable. Me irrita, me lastima.

—Está volviendo —oigo decir a alguien.

¿Quién está volviendo?

—Movió los párpados y un poco la mano derecha —es la misma voz, una mujer. Siento a alguien cerca mío y para colmo me abre los ojos y la luz es más segadora que antes, no entiendo nada.

¿Qué está pasando?

Abro los ojos lentamente y tengo que volver a cerrarlos, intento una vez más cuando me encuentro con un par de ojos negros que me miran con atención.

—¿Cómo se siente? —pregunta, su bata blanca me deja en claro que es un médico y que me encuentro en un hospital.

—¿Que sucedió? —murmuro y me duele hasta mover la mandíbula para hablar.

—¿No lo recuerda? —dice mientras toma nota en una planilla. Entonces algo viene a mi mente, las calles, yo mirando la altura de la autopista y luego no entiendo, algo nos golpea y mi mente se nubla.

—Un accidente —murmuro.

—Sí, es un milagro que esté viva.

Daiser.

—¡¿Dónde está Daiser?! ¡¿Cómo está él?! —pregunto desesperada cuando tengo más claridad mental sobre lo sucedido.

—¿Quién? —pregunta desconcertado—. No sé de quién me hablas.

—¿Cómo? —y justo ahí mi corazón comienza acelerarse.

—Llegaste solo tú —dice suavemente.

¡No! No puede estar pasando esto.

—Capaz lo traen en cualquier momento, él iba conmigo en el auto... —dije alterada, el médico dejó la planilla aun lado y se sentó en la cama tomando mis manos.

—Escucha, el accidente... —dice y hace una pausa que me provoca taquicardia—... fue hace un mes —agrega, mi cabeza se tilda en la última frase del médico y es como si me tirara un balde de agua fría en la cara.

Mis lágrimas no tardan en aparecer, me siento sola, perdida y mi dolor no es solo corporal, mi corazón duele más, mucho más. Sabía que todo había sido mi culpa, que yo y solo yo, hice que fuéramos a ese puente desde el segundo que le revelé la verdad a la policía. Es mi culpa, de nadie más. Si él ha muer... No, no quiero pensar en eso.

—El accidente salió en todos lados, sacaron el auto del río — añade el médico y hace su maldita pausa.

—¿Qué quiere decirme? —pregunto sin comprender.

—No había ningún cuerpo.

Entonces cuando pienso que todo se había acabado, entra un señor alto, se ve que es un hombre mayor pero para su edad se conserva muy bien. La enfermera mira al doctor y ambos, automáticamente salen de la habitación. Ese hombre me observa con su penetrante mirada, estoy desconcertada. Yo lo conozco. Otra vez él.

—Nos vamos Alice, yo, personalmente me encargaré de cuidarte y velaré por tu recuperación —sonrió abiertamente.

—No, yo no sé quién es usted.

—Ermes Miller, tu padre.

El placer de pecar (Bilogía Placeres)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora