Sientes tu cabeza pesada, te da vueltas, no sientes tus manos, el cuerpo te duele tanto, pero no puedes gritar.
Unas voces se escuchan lejos, las luces son brillantes, tan blancas que te dejaran ciega. Escuchas la voz de tu madre, no estás muy segura, pero el pensar que está ahí te hace sentir más tranquila.
No puedes sostenerte consciente por más tiempo, buscas algo con la mano, y sientes un calor, con eso tu cuerpo no resistente y terminas desmayandote.
Te cuesta abrir los ojos, un fuerte dolor punzante te golpea la cabeza. Con dificultad observas la habitación, es de un hospital. Ibas a incorporarte pero un terrible dolor te detiene. Te levantas la bata y con horror ves una cicatriz de cesárea.
Miras tu costado izquierdo, horrorizada ves una cuna, los recuerdos te golpean, tu cabeza no daba para tanto y terminas por desmayarte.
Sientes un calor en tu mano derecha, algo incomoda te remueves tratando de soltarte de ese agarre. La persona parece darce cuenta y con entusiasmo llama a algún médico.
-Dígame ¿Cuántos dedos ve? - te revisan como es el protocolo, cansada tratas de poner tu parte.
-Bien, no detecto nada anormal. La dejo para que descanse.- el médico se retiró, dejándote sola con Gabriel y la bebé.
- Querida estoy tan feliz que despiertes - te decía casi en llanto, tú solo lo mirabas con asco, de verdad que es un hijo de puta.
No le respondes, miras por la ventana, pero al ver la cuna unas enormes ganas de llorar te invaden ¿Por que carajos no moriste esa noche?
-¿Quieres ver a nuestra hija? - Gabriel parecía esperanzado, rápidamente se puso de pie para ir por ella.
- No es mi hija - dijiste seca, era verdad, no era tuya.
Hace unos meses Gabriel se le había metido la idea de tener un hijo, tu no querías, no te sentías lo suficientemente preparada para ser mamá. Hizo algo tan despreciable, asqueroso, humillante.
No, era mejor no pensar en eso, tenías que recuperarte rápido, lo antes posible para irte de ahí.Las semanas pasan lentamente, Gabriel sigue insistiendo en que conozca a tu hija, la cargaste solo una vez y fue suficiente para que tu asco hacia ti misma aumentara abrumadoramente, verle los ojos te trajo recuerdos repugnantes.
Desde hace unos días las enfermeras se dieron cuenta de eso y por la salud de la bebé y tuya no te la volvieron a dar ni a insistir en que estuvieras con ella.
Eso te calmó mucho más, pero a Gabriel no le gustó nada, trataba de mil formas para que cambiaras de opinión, pero el mismo fue quien lo provocó.
En dos días más tendrías que volver a "casa" si es que se puede llamar así, no quieres entrar ahí, por nada del mundo querías pisar ese espanto nido del infierno.