Una hermosa mujer bailaba frente al joven Sultan, las telas ocultaban su bello rostro. Su preciosa figura tenía la atención de toda la corte, danzaba con la elegancia de un pétalo al compás del viento.
Un vestido morado, dejando lo suficiente a la vista y lo justo a la imaginación, su caderin sonando con cada paso. La joyería no se comparaba con sus brillantes ojos.
Con una perfección envidiable dio un salto, jadeando de cansancio, el sudor corría por su fina piel color (t/c/p), incorporándose dio una suave sonrisa a su majestad, una sonrisa que se ocultaba detrás de un fino velo.
Se retiró del lugar dejando maravillados a todos los invitados de la fiesta, en especial a un joven hombre de cabellos blancos como el marfil.
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El agua bañaba su cuerpo, con su mano tomó uno de los pétalos en la tina, lo observó como si fuera lo más hermoso del mundo, mirando cada detalle, viendo como el color en algunas partes se iba degradando.
Unos suaves toques en la puerta interrumpieron el tranquilo momento, una doncella se paraba en la puerta mirando abajo evitando verle a los ojos.
- Su majestad desea verla - dijo la muchacha en un dulce tono.
La mujer miró la luna unos segundos y con calma salió de la piscina dejando atrás el exquisito baño, pero aún conservando el pequeño pétalo entre sus dedos.
Fue vestida con un camisón celeste casi transparente, perfumada con esencias de flores, peinada y entremedio de sus largos cabellos se enredaron brillantes perlas.
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Caminó cabizbaja como se le ordenó, miraba con tranquilidad sus pies, en sus talones tenía hermosas tobilleras de oro. Sus manos estaban entrelazadas, sentía sus anillos chocar.
Los guardias se detuvieron en frente de unas inmensas puertas con decorados encantadores, la doncella tocó su espalda dándole unos pequeños ánimos.
Las puertas fueron abiertas, la mujer caminó en silencio, con la mirada agacha, un enorme desinterés se podía ver en sus grandes ojos. Levantó su cabeza, dejando a la vista su inmaculado rostro, mostrando una sonrisa de cortesía.
