Lo observaste con desprecio desde la pequeña abertura de la puerta. Apretáste los puños dispuesta a entrar
y detenerlo, pero cuando viste la cara de la otra persona quedaste en completo shock. Tragaste tu orgullo y te diste la vuelta con la cabeza agacha para no seguir viendo como tu marido y tu hermana cogian.Cerraste la puerta del apartamento en completo silencio, frunciendo los labios, aguantandote inútilmente las lágrimas. Al entrar en el elevador rompiste en llanto, tus piernas casi te fallan, pero lograste mantenerte en pie.
Bajaste a toda prisa, casi corriendo a tu auto. Al entrar suspiraste frustrada y con una total decepción, no podías procesar el hecho de que tu hermana, quién te había apoyado en tus problemas matrimoniales. Ella quien siempre te dio su hombro para llorar, que acariciaba tu rostro y limpiaba tus lágrimas, era la misma que se cogia a tu esposo.
Con rabia gritaste, la traición de las dos personas que más amabas te quebró el corazón de una manera terrible. Querias matar a ambos, pero al mismo tiempo deseabas vengarte y lastimarlos donde más les doliera.
Condujiste lo más lejos que pudiste hasta que llegaste a un café al otro lado de la ciudad. Lo miraste unos minutos, dudabas si bajar de tu lugar seguro o ir por un café para despejar la mente.
Decidiste arreglar tu lloroso rostro en el baño del establecimiento y ya más tranquila pedir algo para comer.
Al entrar sonó una campanilla, para suerte tuya no había mucha gente, solo una pareja y un padre con sus hijos. Caminaste velozmente hacia el baño y estando dentro lavaste tu rostro.
Mirar tu reflejo te daba pena, eras un completo y patético desastre. Con un fuerte suspiro sacaste tu estuche de maquillaje, de dentro tomaste un desmaquillante y unos algodones. Retiraste todo tu rimel corrido de tu rostro y restos de lápiz labial.
Nuevamente miraste tu reflejo, esta vez viendo algo que te gustó, tú, pero bien, más tranquila y calmada. Te diste un retoque de maquillaje para salir completamente presentable.
Al salir del baño buscaste con la mirada alguna mesa que fuera de tu agrado, elegiste la que se encontraba cerca de la barra. Tomaste el menú y le echaste una ojeada, tenias el estómago tan apretado que no se te antojaba ninguno de los ricos platillos.
El único mesero notó tu presencia, era un chico joven, de apenas unos 19 años aproximadamente, se acercó a ti con una sonrisa y preparado para tomar tu pedido.
-¿Ya ha decidido que va a ordenar? - te preguntó con una voz amigable.
Levantaste la vista, al fin notando su presencia. Lo miraste a los ojos y luego al menú, sin mucho ánimo pero manteniendo un tono agradable le preguntaste que recomendaría.
- Yo cómo total experto en el área de los desayunos le diría que pidiera los pancakes con chocolate y helado de vainilla... - hizo una pequeña pausa dándose cuenta de tu estado anímico, para así agregar algo más - Esos son los mejores, porque siempre sacan una sonrisa, en especial para alguien tan bella como usted. -
Su inesperado comentario te sacó una leve risilla, lo suficientemente audible para ambos.
- Está bien, entonces quiero esos. - Le sonreiste con amabilidad, esto lo conmocionó, ante sus ojos fue la sonrisa más hermosa del mundo.
- A la orden - dijo casi en un canto, se marchó rápidamente a la cocina, y sin que lo notaras este antes de entrar volteo para verte fascinado.
Tamboriliaste tus dedos por un buen rato, vacilando en que hacer con respecto a tu marido. Te sentías tan despechada, decepcionada... Una fugaz idea pasó por tu cabeza.