Capítulo 33

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El pecado de un ángel


Estaba evitándola y seguiría haciendo. Llevaban dos días sin hablar, verse o siquiera convivir en el mismo espacio, Alice ni siquiera sabía cómo se encontraba o si quiera si había comido algo en esos días. Desde que habían llegado de la librería Trihel se había encerrado en su habitación cual adolescente malhumorado, simplemente no deseaba verla, Alice no lo culpo, no después de lo que había hecho.

Al menos la librería había quedado protegida, Bellini no tardaba en regresar y ambos tendrían que volver a su rutina, como si nada hubiese cambiado aunque en realidad todo lo había hecho. Los próximos días serían difíciles y mucho más si no arreglaban las cosas entre ellos. Alice había decidido darle tiempo al pobre demonio, razón por la cual no había ido a buscarlo. Además seguía sintiéndose culpable. La forma en que lo había asaltado con sus preguntas, exigiéndole respuestas, casi acorralándolo y obligándolo a responder; cómo es que nunca se le había pasado por la mente que tal vez Trihel no le hablaba de ello, no porque no quisiera, sino porque le resultaba bastante doloroso recordarlo, ¿cómo había podido ser tan insensible? Si los papeles se hubieran invertido, y hubiera sido Trihel el que la hubiera presionado para que le dijera la verdad sobre su pasado, ella definitivamente habría terminado golpeándolo para que dejara de hacerle esas preguntas. Entendía que no quisiera hablarle, por lo que sólo le quedaba seguir lamentándose en su habitación prestada, en una casa en la que cada cosa le recordaba al demonio triste y malhumorado encerrado a dos puertas de distancia de la suya, hasta que escuchó rasguños en el pasillo.

Al asomarse descubrió a Sombra rasguñando y maullando hacía la puerta de la habitación de Trihel. Armándose de valor y tomando como excusa a Sombra, se dirigió a la puerta, no quería seguir así con Trihel. Tocó con suavidad y llamó al demonio. No hubo respuesta. Se mordió lo labios, como era su costumbre cuando se sentía insegura, la puerta no tenía el cerrojo, por lo que decidió entrar.

Trihel se encontraba sentado en su viejo camastro, sobre el regazo tenía un libro pero no parecía estar leyéndolo, tenía la vista perdida en el poco paisaje que se podía apreciar desde su ventana. Sombra entró sin inmutarse y saltó al lado de Trihel. Alice permaneció en la entrada. El demonio se giró cuando el gato comenzó a restregarse contra su brazo, apartó el libro, y lo acarició, por fin sus ojos se cruzaron con los de Alice.

—¿Puedo entrar? —él dudo por un momento, pero finalmente asintió.

Alice se sentó en el borde del camastro, sus movimientos siempre seguros ahora tenían cierta duda. Se quedaron en silencio. Alice centró su atención en lo único que podía observar: los innumerables dibujos que decoraban la habitación del demonio. Aunque quizá decorar no era la palabra más indicada, más bien le daban a la habitación un toque peculiar, por no decir perturbador. Varios pares de ojos de ángeles con preciosas alas le devolvían la mirada, al igual que varios demonios enfurecidos. Le costaba creer cómo era que Trihel se había acostumbrado a ver esos rostros todo el tiempo antes de dormir.

—¿Así es cómo lucen realmente? ¿Los demonios y los ángeles? —preguntó sin poder evitarlo. Trihel miró los dibujos, había permanecido con la vista en Sombra, pensativo mientras acariciaba el oscuro pelaje del gato.

—No, pero siempre me ha gustado como nos representan los humanos, no sé por qué, no son muy amigables con la forma en que ven a los demonios —le dio una media sonrisa más triste que alegre. Al menos estaba dispuesto a hablarle, Alice sintió alivio por ello, ya era un buen comienzo.

—Puedo preguntar por qué los dibujaste —dijo con cierta duda, ya temía preguntar cualquier cosa, ¿Estaba siendo entrometida? Trihel suspiró antes de responderle.

La Bruja y el DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora