Capítulo 44

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El pecado de un demonio


Aún si Alice se esforzó por no retroceder ante aquella confesión, no pudo evitar dar un paso atrás, se arrepintió de ello, pero ya era tarde. Trihel lo notó, su expresión se tornó dolida, tragó saliva con dificultad. La verdad era dolorosa, y una parte de él sabía que lo que había entre ellos no sería igual después de que le contara todo. Quizá Margo tenía razón y sí era egoísta. Debió de decir quién era desde el principio, y no ocultarse tras esa fachada de ser no más que un muchacho que pasaba sus días leyendo libros, viviendo en una vieja casa, algo melancólico. Había sido tan fácil dejarse llevar, fingir ser algo que no era, ahora iba a decepcionarla. A lastimarla con la verdad.

—No puedo seguir ocultándotelo —le costó seguir hablando, pero tenía que hacerlo—. Asesine a mi propio hermano, un demonio, un caído como yo y como Gamal, uno de los nuestros —una diminuta lagrima negra se escurrió por su mejilla, parpadeó tratando de alejar el resto que comenzaban a formase en las esquinas de sus ojos—, y no solo a él, he matado a más, demasiadas almas, tantas... como demonio y como ángel.

Alice movió la cabeza, negándose a creer lo que decía, esperando a que dijera que esa no era la verdad, que no le había ocultado quién era en realidad. Incluso prefería que callara, y no siguiera contando esa dolorosa verdad, pero contrarió a lo que deseaba Trihel siguió hablando, continuó confesando quién había sido y lo que había hecho.

—Yo no soy un demonio normal, porque tampoco fui un ángel común. Todo ángel es creado con un propósito, algo así como un don, y son tan variados como lo son las personalidades o oficios humanos —su voz temblaba, aún así se esforzó por escucharse tan claro como pudiera, estaba a punto de exponer sus peores pecados a la persona que más amaba—. Desde que aparecemos en el mundo sabemos lo que tenemos que hacer. Como ángeles tenemos prohibido intervenir en el mundo humano, contrario a lo que ustedes creen, nuestros propósitos no están relacionados con la humanidad, sino con nuestro mundo, con la fuerza que nos creo, le servimos, le obedecemos. Supongo que es lo que ustedes llamarían Dios, pero te aseguro que no es como piensan, es mucho más complejo, y... cruel.

»Somos sus instrumentos, nos crea para ser sus fieles siervos, y hacer su voluntad. Almas creadas sin libre albedrío; no somos más que piezas dentro de su maquinaria perfecta. Fui creado con un propósito, con un don único... —se detuvo con brusquedad, no quería decirlo pero tenía que, agachó la cabeza e inhaló con fuerza— el de dar muerte. En mi mundo no existe algo como la muerte natural, no morimos de viejos, o por alguna enfermedad. En mi mundo la muerte es un... ser, una conciencia que induce a las almas a morir. Ese soy yo, el Ángel de la Muerte. Pero no es como piensas, mi tarea no era la de llevar la muerte a almas de ángeles demasiado viejas o que ya hubiesen cumplido con su propósito y merecieran el descanso...

Trihel notó como un escalofrío recorría a Alice. Sus ojos verdes se clavaron en él, comprendiendo la naturaleza de lo que hacia. Quizo abrazarla, reconfortarla de algún modo, asegurarle que no era peligroso para ella, pero tuvo miedo de ser rechazado, por lo que siguió hablando. En ese momento la palabras eran lo único que tenía.

—Mi propósito era dar muerte y eso hacía. Cumplía con mi deber, como cualquier otro, sin cuestionar, sin sentir piedad o culpa, al fin y al cabo para eso había sido creado, era mi deber para con la fuerza creadora. Mataba a otros como yo, ángeles cuyos propósitos o dones eran considerados innecesarios, almas inocentes que no podían elegir otro destino. Su muerte no era más que un capricho de aquel que nos había creado, me ordenaba eliminarlos sin importarle la conciencia, el alma que había creado en nosotros. Entonces descubrimos el mundo humano. Lo observábamos, distantes, soñando con poder estar ahí, yo, Gamal y mi hermano, Abaddona.

La Bruja y el DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora