Capítulo 51

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Demonio Enamorado


Gamal llevaba una semana luchando por su vida, no estaba ganando. Alice se había hecho a la idea justo cuando Margo lo atendía, haciendo su máximo esfuerzo por recomponer el maltrecho cuerpo del demonio. Le había bastado con mirarla para saberlo, las heridas eran graves, y el sello no ayudaba a que mejorara, pues drenaba su energía vital con rapidez. Solo era cuestión de tiempo.

Al verse necesitada de un lugar apartado, donde Gamal pudiera descansar y no levantara sospechas, pues entrar con un chico ensangrentado y golpeado a su apartamento habría alertado a sus vecinos, incluso se habría arriesgado a que alguno llamara a la policía, regresó a la vieja casa de Trihel. Confiaba en que Nebiros respetaría el trato que habían hecho, además ya no tenía motivos para ir tras ellos, por si acaso había repuesto los símbolos de protección.

Le cedió a Gamal su habitación, de todas maneras, ella no lograba dormir, no se había apartado de su lado, cuidando de él lo mejor que podía. Le había pedido a Margo que fuese a su casa a descansar, había sido una semana agotadora, la mujer aceptó a regañadientes, con la condición de que la llamara de inmediato si algo ocurría.

Estaba siendo una noche larga. Sin Trihel y sin un plan, era difícil no dejarse llevar por la desesperanza. Mucho más al ver lo débil que estaba Gamal. Fijó su mirada en la dificultosa respiración del demonio. Ni siquiera en sus peores noches había visto así de débil a Trihel. Era doloroso ver a Gamal en aquel estado.

—Deja de mirarme así, bruja —la voz del demonio la sobresaltó, no pensó que estaría consciente—, ya sé que me veo hecho mierda.

—Gamal —se acercó a él y lo ayudó a apoyarse en la cabecera de la cama.

El demonio hizo una mueca de dolor, pero enseguida la reemplazó por una sonrisa torcida. Alice se acomodó en el borde de la cama.

—Quita esa cara, aún no estoy muerto —Gamal trató de bromear con ello, pero sin mucho éxito, pues a su intento de sonrisa le faltó fuerza.

No era un buen momento para esa clase de chistes. Por más orgulloso que fuera, no iba a negar que estaba asustado. Podía sentirlo todo, los huesos rotos de sus costillas y brazo, los múltiples cortes, el sello ardiendo en su pecho. Su vida apagándose.

La mortalidad era dolorosa, por fin era consciente de lo finito que era todo para los humanos, su existencia podía extinguirse en cualquier instante, la muerte coexistía en sus vidas con una naturalidad tal, que resultaba sorprendente para seres como él, inmortales, que jamás llegaban pensar en la muerte, en el paso del tiempo, en el fin. Gamal había esperado existir mil años más, y después de eso otros mil, el tiempo nunca significo nada, ahora la conciencia de éste lo aplastaba, cada segundo se derramaba como cada gota de sangre que salía de su ahora cuerpo mortal.

Ahora comprendía. Comprendió porqué los humanos hacían lo que hacían, y por qué Trihel había deseado tanto ser como ellos. Había algo maravilloso en esa conciencia de lo finito, pues ¿que era la vida sin la muerte?

—Estarás bien —comentó Alice en un susurro—. Tri... Trihel pudo con esto, tú también lograrás superarlo.

Era un falso optimismo, pero no quería contradecirla. Gamal sabía bastante bien que no era tan fuerte como Trihel. No sabía cuán fuerte era su hermano hasta que sintió en carne propia la maldición del sello, apenas y había logrado resistir una semana, Trihel lo había hecho por diez años, ¿de dónde habría sacado su hermano tal fuerza? Ahora más que nunca estaba seguro de que no era común, incluso entre ángeles y demonios.

La Bruja y el DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora