Capítulo 49

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La misma maldición 


Acuario la llevó casi a rastras por las maltrechas escaleras de piedra, la sujetaba sin delicadeza, al grado de que Alice sentía que le arrancaría el brazo, parecía no importarle que tuviese dificultades para mantener el equilibrio. No pudo hacer otra cosa más que dejarse llevar. Salieron del sótano, la destartalada torre mantenía su aspecto sombrío y extraño de la primera vez que había estado ahí. La demonio siguió arrastrándola hasta terminar en lo que seguramente había sido, en su tiempo, un pequeño anexo de la torre, no más que un cobertizo para animales, el cual milagrosamente conservaba parte de su estructura. Acuario le propinó un último empujón que la mandó al suelo, Alice la miró con odio, mientras conseguía ponerse de rodillas.

Ignorándola, la demonio se acercó a lo que quedaba de la entrada, que no era más que viejos ladrillos de piedra gris que sugerían la forma de una pared. Dentro de aquel pequeño espacio todo estaba en penumbra, Alice acertó a distinguir una forma en el suelo, no más que un bulto oscuro, no lo reconoció hasta que Acuario lo arrastró fuera y vio la gabardina de piel. Alice palideció al ver a Gamal.

—Eso es lo que ha quedado de su hermano, espero te sirva de consuelo —Acuario le propinó una patada, el gemido de dolor de Gamal sonó ahogado, pero fue suficiente para hacer reaccionar a Alice—. Si intentas algo bruja, juro que te cazaré, y te mataré. No es de mi señor Nebiros de quién debes preocuparte —dijo a modo de despedida.

Alice no se percató del momento en que Acuario desapareció, pues solo tenía ojos para Gamal. Tragó con fuerza y movió sus manos hasta tocar el hombro del demonio, no pudo evitar temblar un poco, pues el estado en el que se encontraba era lamentable.

Su gabardina de piel estaba arruinada, en el resto de su ropa se notaban manchas oscuras que de inmediato dedujo eran de sangre; su cabello rubio estaba apelmazado y de un color más oscuro debido a la sangre y suciedad, mantenía el brazo derecho, claramente roto, pegado al pecho, y por su dificultosa respiración no era lo único roto en él. Se acercó más a él, hasta estar cerca de su rostro.

—¿Gamal? —apenas podía distinguir al demonio que conocía, los afilados y altaneros rasgos de su rostro estaban arruinados por severos golpes. Un único ojo azul se fijó en ella, pues el otro estaba completamente cerrado e hinchado, intentó hablar, pero solo consigo escupir sangre.

Alice no necesitaba ser médico para saber que aquello no auguraba nada bueno. No daba crédito de lo que veía, solo había una única explicación para su estado. Un demonio solo podía sangrar si... Alice sintió como el color abandonaba su rostro, la oscura energía de Gamal ya no era abrumadora, al contrario, era sumamente débil, apenas perceptible, incluso más que la del propio Trihel.

Gamal tragó con dificultad, consiguiendo por fin hablar.

—Él descubrió como... —apretó los dientes mientras trataba de hablar— atraparnos en nuestras formas humanas, ya no necesita de cuerpos humanos —no necesitaba especificar a quién se refería. Alice se inclinó sobre él. Le apartó la gabardina y lo que quedaba de su camisa, dejando al descubierto su pecho.

Ahí estaba el mismo sigilo que marcaba a Trihel, solo algunos símbolos eran diferentes, pero Alice sabía que la función era la misma. Los contornos sangraban profusamente, de ahí la sangre que le manchaba la ropa. Las venas negras resaltaban de forma macabra, la piel alrededor estaba amoratada, casi negra, como si el cuerpo luchara contra una infección. Era un sigilo pensado para provocar dolor, una herida horrible para torturar a los espíritus demoníacos, y obligarlos a experimentar el sufrimiento de la mortalidad, algo para lo que no habían sido creados.

Gamal ahora cargaba con la misma maldición que su hermano.

—¿Trihel? —preguntó girando el rostro hacia ella, Alice se mordió los labios, si pensaba en él ahora no sería capaz de alejarse, y su sacrificio habría sido por nada. Gamal lo leyó en su rostro, su hermano se había entregado a cambio de su libertad—. Lo siento...

Alice negó, no era necesario que se disculpara, no lo culpaba por haberlos delatado. Con cuidado lo ayudó a incorporarse para que logrará sentarse, apoyando la espalda en la pared, Gamal torció el gesto, su respiración se volvió más pesada.

Alice lo miró preocupada, el demonio temblaba a causa del shock en el que se encontraba su cuerpo. Su cuerpo mortal.

—Jamás pensé que te vería preocupada por mí, brujita —dijo, al notar su mirada asustada, siendo el mismo de siempre, su boca se curvó en un intento de sonrisa, Alice solo pudo ver sus dientes ensangrentados, un ataque de tos lo sofocó, y volvió a escupir sangre, aquella tos se escuchaba dolorosa—. Mierda... así que esto es el dolor, ¿Cómo lo soporta Trihel? —su voz se escuchó ahogada.

—Aguanta, voy a llevarte con Margo, vas a estar bien —trató de tranquilizarlo.

—Les dije todo. No pude evitarlo, ellos comenzaron a...

Su voz se apagó, incapaz de poner en palabras lo que había ocurrido, pero no era necesario. Aquel daño a su cuerpo no solo lo provocaba el sello, había sido brutalmente golpeado, Alice comenzaba a ser consciente de lo que era capaz Nebiros, y de cómo la tortura era su especialidad.

—Salgamos de aquí —apenas y reconoció su propia voz. Se sentía como si una parte de ella se hubiera quedado atrás, con Trihel.

—No, no pierdas tiempo conmigo, vete —trató de apartarla de él.

—Trihel se sacrificó por los dos, no voy a dejarte aquí.

Gamal trató de protestar, pero al ver lo determinada que estaba Alice, no le quedó más opción que dejarse ayudar, al menos para lograr levantarse, era lo bastante orgulloso para tratar de caminar por sí solo, aun sí tropezaba todo el tiempo.

Juntos comenzaron a caminar por el bosque. No, Alice no podía pensar en Trihel ahora, tenía que mantenerse a salvo y sacar a Gamal de ahí cuanto antes, llevarlo con Margo, después... no estaba segura de sí habría un después, pero quería creer que aún podía hacer algo. Se obligó a no mirar hacia atrás, tuvo que repetirse una y otra vez que no estaba abandonando a Trihel. 

La Bruja y el DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora