Tres días. Ese era el tiempo que debíamos dejar pasar antes de comenzar a preocuparnos si el grupo que había partido hacia una misión no atravesaba la puerta de entrada. Y durante ese tiempo era mejor no pensar, porque si lo hacías, corrías el riesgo de sufrir una crisis nerviosa; sobre todo si tenías a algún ser querido entre las tropas. Como yo.
Se me estaba haciendo difícil sobrellevar aquel mal presentimiento que ya me asediaba hacía veinticuatro horas; no podía dejar de preocuparme por todos los que se habían ido, pero por sobre todo por Quinn. Incluso cuando creía estar distraída del asunto, me encontraba acariciando mi dedo a pesar de que aún no había ningún anillo allí. Durante el último día había estado con los nervios a flor de piel y había estado bastante más irritable que de costumbre; la ansiedad me estaba ganando.
Sin embargo, los niños ayudaban bastante; ellos eran lo único que lograba distraerme un poco. A pesar de que hacía casi dos años que el Hogar se había abierto, aún me sorprendía y me gratificaba de una manera inexplicable cuando un niño se acercaba a mí y me abrazaba, quizás sin ninguna razón aparente; todavía me emocionaba ante la escena de una familia reencontrándose después de quien sabe cuánto tiempo, quizás porque me recordaba mi propia historia y me seguía llenando de esperanzas de que ser feliz siempre era posible. El levantarme cada mañana y encontrarme con esas pequeñas sonrisas casi olvidadas me hacía realmente feliz, porque eran la prueba de que todo podía ir mejor. Y yo era una de las razones de que eso pudiera suceder. Aquellos niños, no importaba cuanto tiempo estuvieran en el Hogar, eran como mis hermanos.
Cuando el sol apareció en el cielo desde el horizonte por segunda vez desde que Quinn se había marchado, sentía que era capaz de romper algo por la simple necesidad de hacerlo. No era la primera vez que se marchaba, ni mucho menos, pero aquel presentimiento no se borraba de mi pecho. Era una sensación desagradable. Y todavía no había desaparecido cuando fui a buscar a Eloy y Evan al colegio.
Ambos me recibieron con un abrazo; amaban que fuera yo quien los recogiera después de clases, y no era por jactarme. Ellos habían crecido bastante en el tiempo que había pasado desde que los había conocido: Eloy, quien ya tenía ocho años, además de crecer varios centímetros también lucía una sonrisa a la que le faltaban un par de dientes y había perdido un poco de aquella timidez infantil; Evan, por su parte, también había crecido lo suyo para tener cinco años, pero seguía tan charlatán y extrovertido como siempre, su cabello rubio cayendo sobre sus ojos mientras no paraba de parlotear sobre el libro que estaba leyendo. El más pequeño amaba los libros al igual que su hermano mayor amaba los aviones. Todavía me impresionaba la pasión y la decisión que podían tener esos niños.
- ¿Iremos al Hogar? ¿Estará Maisha?
Me reí ante la pregunta de Evan ya que, en los últimos meses, el pequeño había desarrollado un extraño enamoramiento hacia quien se había convertido en la mejor amiga de Rachel y quien consideraba como mi propia hermana por nuestro pasado. Aun así era tierno escuchar la devoción que había en su voz aguda.
- Iremos al Hogar, y supongo que Rachel la llevará a comer como todas la semanas. ¿Por qué no le dices si quiere comer contigo algún día?
- Oh, no podría.- Dijo dramáticamente horrorizado; y se suponía que solo tenía cinco años.- Nuestras edades impiden nuestro amor.
- Bueno, definitivamente lees demasiado. ¿Y qué clase de libros estás leyendo, de todos modos?- No podía parar de reírme, como era costumbre estando cerca del pequeño rubio, por lo gracioso que habían sonado esas palabras en su boca.
- Rachel dice que para el amor no hay edad. Pero a mí no me gustan las niñas de todas maneras, son aburridas.
Volví a reírme, esta vez por el comentario de Eloy, preguntándome cuanto le duraría aquella postura. De todas maneras, hasta el momento su único gran amor era la aviación. Y definitivamente, estos niños estaban viendo demasiadas telenovelas.
- ¿Quinn ya volvió?
Enmudecí, sorprendida al darme cuenta de que no había pensado en él en un rato, un récord que mis hermanos habían ayudado a lograr. Sin embargo la pregunta había traído todos los pensamientos y preocupaciones a la superficie.
- No, aún no volvió.
Y Eloy debió haber notado mis sentimientos claramente plasmados en mi tono de voz, ya que me tomó la mano y me dio un suave apretón en plan de infundirme confianza y tranquilizador.
- Él volverá, ya verás.
Si lo hubiera sabido.
Algo que había amado de mi trabajo desde el primer día que el Hogar había comenzado a funcionar, era la capacidad de hacer felices a las personas. Allí sentada en mi escritorio, no podía dejar de reparar en las expresiones de ansiedad y esperanza que no podían ocultar aquella pareja que aguardaba el reencuentro con su hijo. A pesar de que ya había visto muchas veces esa expresión, sabía que nunca me cansaría de ella. Y cuando la puerta se abrió dejando pasar a un niño que debía tener la edad de Eloy, sus pequeños rasgos iluminándose llenos de amor y alegría en una réplica exacta a los rostros de sus padres, volví a confirmarme a mí misma que aquello era lo que amaba hacer, para lo que había nacido.
Ahora tenía frente a mí una familia a la cual se le había dado una segunda oportunidad, algo que no sucedía la mayor parte del tiempo; tres personas unidas en abrazos, besos, palabras de amor y lágrimas de emoción. Ese era el tipo de cosas que debían verse más a menudo: lágrimas de alegría y no de tristeza; abrazos de reencuentro y palabras rebosantes de afecto en lugar de abrazos de contención y palabras de consuelo. Y realmente me hacía enorgullecer el saber que gracias a mí y a todos en el Hogar, eso era totalmente posible.
Fue en ese momento en que la puerta se abrió nuevamente, esta vez dejando entrar a una Rachel completamente descontrolada y con un brillo de excitación en los ojos.
- Regresaron.
Y sin decir una palabra a aquella familia que nos miraba estupefacta y sin entender que era aquello tan importante que sucedía, corrí detrás de mi hermana con el corazón a punto de sufrir un colapso.
Sin embargo, la escena que encontré en el salón fue muy diferente a la que esperaba. Todos estaban amontonados en pequeños grupos, mostrando en sus rostros expresiones de decepción y derrota; no había ningún niño desconcertado ni perdido ante la inmensidad de la mansión. Dorian, a quien Liv ya estaba abrazando, no tenía en su rostro aquella habitual sonrisa que exhibía al regresar de una misión; y cuando sus oscuros ojos se encontraron con los míos realmente me asusté con lo que encontré allí. Todo a mi alrededor lucía como… como un funeral.
¿Qué era lo que había sucedido en la Isla?
Recorrí detenidamente cada rostro que se encontraba allí, desesperándome con cada par de ojos que no era el que yo buscaba ansiosamente. No podía ser, él tenía que estar allí. Tenía que estar allí.
¿Dónde estaba Quinn?
- Dorian.- Murmuré con los dientes apretados, el aire entrando a regañadientes en mis pulmones.- ¿Dónde está?
- Leila…
- ¡No! ¿Dónde está Quinn?- Corrí hasta la puerta principal completamente enloquecida por el tono que mi amigo había empleado, y miré hacia todos lados, convencida de que me estaban haciendo alguna clase de broma de mal gusto. Pero él tampoco estaba allí afuera.- ¡Esto no es gracioso! ¿Dónde está? ¡Dímelo!
Sin embargo yo ya sabía dónde estaba, lo había sabido desde el preciso instante en que se había marchado.
- Leila, Quinn está…él está… - Quise interrumpirlo, pero había perdido mi voz y tampoco podía encontrarle verdadero sentido a lo que Dorian me estaba diciendo.- Muerto.
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Sobrevivir sin ti [#2]
General FictionSegunda parte de "Sobrevivir de tu mano" "Y el dolor que sentía, como si un cuchillo se estuviera enterrando en mi corazón agotado, prácticamente gritaba aquello que no quería escuchar. Que él no volvería." Cuando fuiste parte de la pesadilla, ¿Cómo...