Capítulo 36

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Me quedé unos minutos más tendida en el suelo, intentando recomponerme antes de hacer alguna otra cosa. Tenía que controlar cualquier gesto externo que evidenciara todo el dolor que sentía; por más que pareciera una muñeca rota, no tenía que comportarme como tal. Me senté con cuidado, tratando de concentrarme en nada más que mi propia respiración. Mi pierna derecha punzaba dolorosamente entre la primera herida y todas las manipulaciones que había sufrido por parte de Astoria y Amílcar, y a eso se le sumaba ahora mi brazo derecho que colgaba inerte a un lado de mi cuerpo, el hombro completamente fuera de su lugar original. Parecía un títere al que se le había cortado los hilos. Irónico, ¿Verdad? Pero había una niña allí que me necesitaba, que probablemente no estaba llevando muy bien lo que había visto porque ¿Quién llevaba bien algo así? A mí misma me hubiera costado de haber estado en otra posición, no me imaginaba todo lo que debía hacer pasado por la mente de la pequeña. Entre la terrible escena que había tenido que presenciar, el que su “padre” no volviera, y el simple hecho de estar allí encerrada, no estaba siendo su mejor día, precisamente. Me acerqué a ella (me arrastré hacia ella) una vez que estuve segura de que ninguna expresión me delataría; me apoyé contra la dura piedra de la pared, la pierna derecha flexionada contra mi pecho en un intento de sostener mi brazo inútil de alguna manera para que pareciera lo más natural posible, y mi pierna izquierda extendida por no poder hacer otra cosa en realidad. Le toqué suevamente el hombro, esperando verla sobresaltarse ya que seguía con los oídos tapados, pero simplemente se quedó quieta un instante y luego se dio vuelta hacia mí con gesto de alivio al darse cuenta de que todo había terminado finalmente. Era extraño, las dos veces que había tocado a Suria, esta jamás se había asustado, como si reconociera mi tacto; aunque eso no era posible ya que apenas nos habíamos conocido. Sin embargo tenía ese sentimiento en el fondo del pecho que me  hacía querer llevarme a la pequeña al Hogar; sabía que no podía, ya que ya tenía alguien que la quería incluso más que a su propia vida, sin embargo siempre existía la posibilidad de que esa persona no regresara, o de que yo no saliera de allí. No iba a pensar de esa manera, no sobreviviría mucho tiempo con pensamientos de esa índole. La pequeña se acurrucó a mi lado, el lado izquierdo, y se quedó allí, con mi brazo cubriéndole los hombros en un gesto de protección. En un momento me pidió que le cantara y así lo hice. Nunca se quejó de mi voz ronca por la sed, o por cómo se quebraba con algunas palabras y en determinadas ocasiones; luego se quedó dormida. Finalmente yo también me quedé dormida, haciéndole de lado milagrosamente a todos los pensamientos que se agolpaban en el fondo de mi mente: los recuerdos del dolor, de las miradas, de las palabras cargadas de veneno escupidas por mí y por ellos. Me dormí rogando que mis amigos vinieran de una vez y me ayudaran a salir de aquel infierno.

El alboroto fue lo que me despertó. Al principio creí que era un sueño, ya que en la Isla no había más ruido que algún grito ocasional, tal vez un llanto que era rápidamente silenciado por los guardias. Sin embargo, el barullo fue creciendo hasta tal punto en que no pude hacer más que aceptar que lo que fuera que estuviera sucediendo, estaba sucediendo de verdad y no en mi subconsciente. Me acerqué a la puerta de la celda, intentando ver algo en la oscuridad y así poder descifrar o al menos tener una pista de lo que pasaba allí afuera; pero por más que apretara mi rostro amoratado contra los barrotes, nada se hacía más claro, precisamente. Había mucho ruido hacia la derecha del pasillo, donde creía que estaba el laboratorio de Amílcar y Astoria. ¿Algún experimento habría salido mal? Golpes y gritos se empezaron a oír desde las celdas que estaban más cerca de aquella habitación espantosa, y realmente comencé a preocuparme yo también. No sabía cuánto tiempo había dormido, y probablemente me había perdido de muchas cosas porque no entendía absolutamente nada. Odiaba como perdía la noción del tiempo allí encerrada, era desesperante. Entonces pude oler el humo incluso antes de distinguir entre los gritos la palabra fuego. Fuego. El lugar se estaba incendiando. Está bien. El lugar se estaba incendiando y nosotros estábamos encerrados tras rejas en medio de la profunda oscuridad. Eso no nos daba muy buenas oportunidades, ¿Verdad? Corrí a despertar a Suria, tratando de prepararla ante la menor oportunidad que se nos presentara de escapar. Frente una situación de caos cualquier cosa podía pasar; incluso que muriéramos abrazadas por las llamas. Y esa no sería una muerte para nada agradable. ¿En serio había sobrevivido siete años en las calles y dos años luchando con los Recogedores para morir en un incendio? No era justo, para nada. La adrenalina comenzó a correr por mis venas en torrentes imparables, haciendo que el dolor en mi cuerpo se hiciera casi posible de olvidar por completo. Estaba preparándome para huir tal como lo había hecho durante gran parte de mi vida como un fantasma en la sociedad… Un momento. ¿Acaso yo no había muerto en un incendio a los diez años? ¿No era esa la excusa que habían puesto los Recogedores para disimular mi desaparición? No podía ser una coincidencia, no en aquel lugar. Era una jugada. Claro, el fuego no llegaría muy lejos a menos que hubiera sido cuidadosamente provocado ya que las paredes del lugar eran totalmente de piedra; el fuego no era un accidente en el laboratorio ni mucho menos: el fuego era la distracción perfecta. El fuego era el rescate.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora