Capítulo 9

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Cuando regresé de la reunión con Bastian sentía que en lugar de tener un cerebro bien protegido, dentro de mi cráneo había algodón; suave y muy blanco, pero inservible. Habiendo superado la furia, la indignación, el impulso asesino y aquella necesidad de tener un culpable, no sabía que pensar. La única persona accesible a mí que podía haber pagado, respondido, por matar a Quinn no era más que otra víctima de la locura y la crueldad de los Recogedores; y yo no era como esos monstruos, no castigaría a alguien inocente por mi propia satisfacción, por muchas ganas que tuviera. No importaba todo el dolor que me asediara, no importaba que me sintiera romper por dentro, no le arruinaría la vida (no le arruinaría más la vida) a otra persona con el único objetivo de sentirme mejor. No me convertiría en esa clase de persona, porque si no, toda mi lucha, todo por lo que Quinn y yo, y todos los del Hogar luchamos no habría servido de absolutamente nada; porque yo sería igual que todos los monstruos que intentamos destruir.

Cuando la noticia de que Quinn había muerto llegó, cuando finalmente me había convencido de ello, remplacé el crudo dolor por una furia implacable; esa misma furia fue la que me había movido durante los últimos días. Pero ahora que ya no tenía una razón concreta para estar enojada, un horrible vacío se formó en mi pecho. Sin embargo no podía limitarme a permanecer de aquella manera, había demasiadas cosas que hacer. No me podía dejar de llevar. Así que decidí que mi fuerza motora sería la determinación. Tenía que tener la determinación suficiente para continuar con el Hogar, para hacer justicia por todos aquellos que habían encontrado su muerte a manos de los Recogedores y por aquellos que habían sufrido también, para vencer a Brodock. Esa era mi tarea primordial: una vez que consiguiera derrotarlo, la paz volvería a las calles y los niños que vivían con terror constante lograrían tener aquella ansiada tranquilidad. Tenía que hacerlo por ellos, por mis hermanos, por Dorian y Liv, incluso por Bastian; todos merecían una vida. Y para eso debía ponerme en acción.

El sol ya se había ocultado tras el horizonte, y lo único que iluminaba la pequeña habitación en la que había estado esa misma tarde era un velador ubicado en el centro de la misma. Habíamos decidido que la oscuridad nos daría más seguridad a la hora de hablar aquel tema tan delicado, reduciendo al máximo la propia exposición. Todos los allí presentes sabíamos que los próximos minutos serían dolorosos por los recuerdos, pero no por ello serían menos importantes. Liv apretó mi mano; ambas estábamos sentadas en el piso, Dorian sentado al lado de su hermana. Frente a mí, sentado en la cama tal y como había estado unas horas antes estaba Bastian, sus ojos entrecerrados clavados en la lámpara. Alan, por su parte, se había mantenido de pie junto a la puerta, una posición que indicaba inconscientemente su deseo de huir rápidamente de allí. Cuando había acudido a ellos más temprano con el deseo y la necesidad de convocar aquella reunión, se habían mostrado reticentes ante la idea; finalmente, y luego de muchos argumentos y promesas, habían aceptado a pesar de lo difícil que sería para ellos. Marco y Marina se habían negado rotundamente, de todas maneras; sentía que desde que Quinn se había ido, ellos se alejaban más de los que todavía estábamos en el Hogar por alguna razón que no comprendía del todo. Tal vez sentían que yo no tenía la autoridad o la capacidad de seguir al mando ahora que estaba sola; y si así era, les demostraría que estaban equivocados. Porque los estaban.

Me aclaré la garganta, preparándome mentalmente para lo que iba a escuchar de boca de mis amigos. Pero era necesario, me repetí a mí misma, comenzando a dudar de mi propia decisión. Aunque eso no lo haría menos duro, claro. Ante mi pequeño ruido, Bastian levantó la vista claramente encandilado por la luz de la lámpara; pero eso no le impidió clavar sus profundos ojos en mí. Esa mirada me dio escalofríos, había demasiados sentimientos encontrados.

- ¿Qué es lo que necesitas saber?- Murmuró quedamente.

No hacía falta hablar más fuerte, el silencio en la habitación era prácticamente impenetrable. En mi interior, agradecí su elección de palabras: él no había dicho la palabra querer, sino la palabra necesitar; había marcado una diferencia importante para mí, ya que ciertamente significaban cosas muy diferentes. En verdad yo no quería escuchar pero necesitaba hacerlo.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora