Capítulo 17

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El Hogar estaba sumido en la solemnidad de la noche, el sol habiéndose escondido hacía bastante. ¿Cómo no había notado que había anochecido? Porque en los túneles de la Isla hasta las tinieblas eran más profundas que cualquier noche cerrada. Nuestros pasos apresurados resonaron sobre el mármol blanco mientras seguíamos a la doctora Gray hacia la enfermería ya provista del personal y material necesarios para atender a los heridos; no hubo oportunidad de una presentación decente o una explicación detallada, pero tampoco importó: éramos fugitivos escabulléndose en las sombras, corriendo una carrera casi imposible contra el tiempo y la muerte.

Seis camillas algo improvisadas se vieron ocupadas por aquellos que quizás estaban tomando sus últimas respiraciones; y tres personas, entre ellas una adorable joven de cabellos claros y ojos ámbar, se movían presurosamente y con precisión para lograr que los desfallecientes fueran capaces de suspirar una vez más si así lo querían, de ver el sol de un nuevo día. Durante la siguiente hora curaron quemaduras, cosieron heridas y hasta extrajeron trozos de acero y madera de varios cuerpos pequeños; y claro, también sacaron una bala. Ninguno de los niños permitió que sus gritos de dolor interrumpieran el gran letargo que invadía el Hogar, las reglas impuestas a través de daños físicos y psicológicos siendo más fuertes que cualquier otra cosa. Ojalá pudieran superar el trauma algún día; ojalá Liv pudiera hacerlo. Recién cuando todos estuvieron estables y descansando permití que la doctora Gray curara mi propia herida, aquella abertura irregular en la palma de mi mano que un clavo oxidado había trazado sin cuidado. La línea roja tenía los bordes ennegrecidos de suciedad y la piel estaba cubierta de rastros de sangre seca, por lo que me tuvo que lavar a conciencia para evitar el riesgo de infección; incluso el agua fría escoció, ni mencionar el alcohol. No me permití ni siquiera un quejido, me pareció injusto hacerlo cuando la mayoría en la habitación sufría en silencio. Sin embargo, ya estábamos a salvo y en algún momento estaríamos sanos, también. Ya podía respirar tranquila. Casi.

Con la ansiedad y el miedo burbujeando en mi pecho, la adrenalina corriendo por mis venas, no había notado absolutamente nada; lo único importante había sido llegar a la enfermería, ocupada en que cada paso que daba me llevara más cerca. Nada a mi alrededor estaba dentro de mi panorama, no tenía sentido en absoluto en aquel momento. Sin embargo ahora… bueno, ya no tenía excusas para ignorar la escena que se expandía delante de mí a medida que avanzaba por el pasillo en penumbras hacia el enorme comedor. A pesar de la pobre iluminación pude ver a la perfección el desorden que había allí: ventanas rotas, mesas y sillas tiradas en un suelo cubierto de cristales y astillas, tenedores, cuchillos y cucharas esparcidos por doquier, cortinas rasgadas y manteles hechos trizas; pero la destrucción no era exclusivamente allí, sino que continuaba por las demás salas, por toda la casa. La imagen era como un grito desesperado en medio de aquel silencio que llegaba hasta los huesos. Recorrí todas y cada una de las habitaciones, y con cada puerta que abría (si bien algunas estaba arrancadas de sus goznes) el corazón me latía más lento y sentía un entumecimiento avanzar raudamente por mi cuerpo. Todas las armas habían desaparecido de la sala de entrenamiento, varios de los espejos quebrados y destrozados; la sala de reuniones estaba repleta de confeti preparado delicadamente con los planos de antiguas misiones; cada cuarto de los niños estaba destrozado, las mantas y sábanas hechas jirones, los  muebles destruidos. Pero lo peor de todo era que estaban vacías, completamente. En el Hogar no había nadie. Nadie. Tuve que apoyarme contra una pared cuando todo comenzó a dar vuelta delante de mis ojos por miedo a caerme, recordarme a mí misma que debía respirar. Inspirar. Exhalar. Y de nuevo. Dios mío, ¿Qué había sucedido? ¿Se los… se los habían llevado? No, no podía ser. Rachel se quedaba esta noche, y ¿Eloy y Evan? No, ellos estaban en su casa con mamá y papá. Pero Rachel y todos los niños que vivían en el Hogar, Thiago y su hermano que se había quedado con él para no preocuparlo, Marco y Marina… ¿Dónde estaban?

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora