Capítulo 27

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Tenía el cabello oscuro totalmente enmarañado, enmarcando desprolijamente su rostro y resaltando aún más y escalofriantemente su pálida piel. Las ropas estaba terriblemente sucias, como si se hubiera revolcado en barro indiscriminadamente, y en algunos sitios incluso estaba desgarrada brutalmente. Las manos se le crispaban furiosamente sobre dos papeles misteriosos y el pecho subía y bajaba velozmente al compás de sus jadeos nerviosos, hiperventilando. Pero su rostro era lo que más impactaba de todo: estaba manchado de tierra y rastros de sangre seca en la nariz y los labios; unos surcos creados por lágrimas viejas cruzaban sus mejillas llenas de polvo, pero ya no estaba llorando en absoluto; y sus ojos azules brillaban como fuego congelado, la furia muda intentando eclipsar el dolor que evidentemente sentía por la manera en la que se encorvaba sobre su propio cuerpo y la humillación de que alguien más estuviera viendo el estado deplorable en el que se encontraba, más allá de que fuéramos Bastian y yo. Quizás porque éramos Bastian y yo. Era la viva imagen del desastre, y estaba allí mismo, en la puerta de la sala de entrenamientos con expresión de sorpresa y decepción al haberse encontrado con alguien en su pasillo de la vergüenza, con resignación de que fuéramos conscientes de lo que creía era debilidad. Pero no era débil si estaba de pie a pesar de todo lo que debía haber pasado, a juzgar por su aspecto. Era fuerte, con una clase de fortaleza que jamás tendría que haber demostrado. Yo no debería haber permitido que la demostrara, no debería haberse visto en ese tipo de situaciones. Y sin embargo, su mirada decía que finalmente había estado en una situación terrible.

Antes de que cualquiera de nosotros fuera capaz de decir algo, clavó los fulgurantes ojos en su propio reflejo y avanzó con decisión hacia la imagen que veía en la pared espejada; y estrelló un puño violentamente en ella, quebrando el cristal. Solté un grito ahogado, sobresaltada y asustada, y volvió a golpear el espejo haciendo que varios trozos cayeran escandalosamente al suelo y la sangre comenzara a brotar de sus nudillos como finos hilos. Justo  antes de que tuviera la oportunidad de seguir autolesionándose, Bastian la agarró de la cintura, alejándola del desastre filoso que había provocado. Le costó controlar aquel cuerpo que se retorcía y estremecía en un acceso de furia, en el intento de soltarse de su prisión, y se notaba que estaba tan horrorizado como yo al ver semejante escena inesperada. Yo aún no había podido moverme a causa de la conmoción. Finalmente, y con un grito estrangulado que se convirtió en sollozos incontenibles, Rachel se desplomó desolada. Dios mío. Me acerqué a mi hermana, quien se había hecho un ovillo como si intentara desaparecer en su propio cuerpo y lloraba desconsoladamente, con sollozos furiosos y llenos de dolor. No lo importaba la sangre fresca que goteaba desde su mano herida sobre su cabello, apelmazándolo en conjunto con el polvo y la tierra; no le importaba el dolor físico que lo provocaban los golpes y heridas que cubrían su cuerpo; y aún sujetaba en ambas manos aquellos papeles desconocidos como si fueran realmente importantes para ella, las uñas pintadas de rojo resaltando llamativamente en contraste con los dedos blancos por apretarlos tan duramente. No sabía que decirle, ni siquiera sabía que era lo que le había sucedido, así que me limité a abrazarla; allí, ambas sentadas en el suelo tal como mi mamá había hecho conmigo tan solo unos meses atrás. A veces, un gesto era mucho más fuerte que cualquier palabra, y ésta era una de aquellas ocasiones. Nunca había visto llorar a Rachel de esa manera, como si algo se hubiese roto en su interior, y me dolía profundamente; y a Bastian también, se le notaba en la expresión de tristeza con la que nos observaba. Después de todo, mi hermana había sido fuerte durante mucho tiempo, pero se había quebrado tal y  como lo había hecho su reflejo.

Pasó un largo rato hasta que Rachel se calmó, e incluso entonces seguía teniendo restos espasmódicos del llanto. En aquel momento, Bastian la estaba examinando cuidadosamente mientras esperábamos a la doctora Gray. La tocaba con delicadeza inusitada, como si con un mínimo roce descuidado pudiera romperla; y tal vez era así. Se había asegurado de que no tuviera el tabique nasal roto, algo que le había preocupado debido a la cantidad de sangre, así como su mandíbula, boca o pómulos donde tenía moretones e hinchazones, y sus dedos habían recorrido su piel como una caricia, el rostro convertido en una máscara de preocupación, aprensión y afecto. Una vez que confirmó que, al menos en un examen rápido, no tenía nada roto continuó con el resto del cuerpo, palpando brazos y piernas. Rachel tenía las rodillas y las palmas raspadas como si se hubiera caído duramente, pero no hizo ningún gesto cuando Bastian rozó las heridas y los golpes; lucía como si estuviera muy lejos de allí, cualquier fuego que hubiera flameado en su mirada se había extinguido y solo quedaba un vacío aterrador. Solo se estremeció levemente cuando, sin ser totalmente consciente de ello, suspiró hondamente.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora