Capítulo 41

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Los días pasaron uno tras otro sin que me diera cuenta de ello, realmente. Pasaba la mayor parte de mi tiempo junto a la cama de Quinn, observándolo, regocijándome con cada pequeño movimiento que hacía, sintiéndome dichosa al ver como se recuperaba lentamente; ya ni siquiera necesitaba el respirador, y eso me permitía ver su rostro por completo. Solía hablarle, contarle todo lo que se había perdido durante los meses que no había estado en casa. Creo que intentaba que en algún punto él me escuchara solo a mí, alejándose de las imágenes terribles que seguramente inundaban su mente agotada. Según la doctora Gray, dentro de poco le retirarían los medicamentos que lo mantenían en coma y él despertaría nuevamente en casa. Volvería a mirarme con aquellos ojos tan hermosos, volvería a escuchar su risa...

Aquel primer día que lo había visto había permanecido a su lado toda la noche, incluso cuando el dolor había regresado debido a que había dejado el suero en mi habitación. Pero no quería alejarme de él ni aunque sintiera que me estaban torturando otra vez; no quería apartarme porque ya habíamos estado demasiado tiempo separados. Me habían encontrado en la mañana recostada parcialmente sobre la cama, aferrada a su mano como si de ello dependiera mi vida, acurrucada aunque incapaz de dormirme por culpa del dolor. Noté que tanto Dorian como Bastian habían venido con toda la intención de regañarme, pero al verme en aquel lugar y en aquella posición se habían limitado a ayudarme a regresar a mi cuarto, incluso cuando les había pedido que me dejaran permanecer allí; también los había descubierto observándome de reojo constantemente, buscando algún signo en mi rostro de lo que pudiera estar sintiendo, anticipándose a un quiebre emocional. Pero no me había quebrado, aún no lo había hecho. Durante el tiempo que había pasado no había derramado ni una sola lágrima a pesar de lo conmocionada que había estado. Me era imposible no comparar el cómo estaba ahora con todo lo que estaba sucediendo con cómo había reaccionado hacía seis meses cuando el grupo que se había marchado a la misión había regresado sin Quinn. No sabía si se debía a que todavía no caía del todo en la realidad o qué, pero no podía exteriorizar del todo el embrollo que era mi interior. Estaba distinta, estaba más alegre, más vivaracha a pesar de que el ambiente en el Hogar era extraño; pero nada más. No estaba segura de si eso era algo bueno. La que sí había demostrado verdadera emoción había sido Rachel. Ella había venido a la mansión un par de días luego de que yo misma me hubiera enterado que Quinn seguía con vida y estaba allí mismo, y tan solo con verla era claro que ella también lo sabía: había entrado con los ojos desorbitados y estaba acalorada seguramente por correr todo el camino desde su casa. Había oído como varias puertas se abrían y cerraban bruscamente en su búsqueda implacable hasta que finalmente entró a la habitación correcta. Y se había quedado paralizada, sin poder hacer otra cosa que mirar la cama; creo que ni siquiera había notado que yo estaba allí también. Aunque a diferencia de lo que yo había hecho, ella se había acercado completamente absorta en la maraña de cables y pequeños sonidos y cuando se había detenido junto a ella se había desplomado en el suelo ahogándose en un mar de lágrimas. Viéndola así, no pude evitar sentirme triste e impactada, porque ella no lloraba solo de alegría por descubrir que Quinn estaba vivo, sino que lloraba por todo lo que ambos habían sufrido durante tanto tiempo. Todos habían llorado a su propia manera el reencuentro, y yo aún me limitaba a observar sin ser capaz de procesarlo por mi propia cuenta. Incluso mi hermana, que hasta hacía unos días cuando la habían atacado, y sobre todo luego de aquel episodio, se había mostrada más hermética que de costumbre respecto a sus emociones había conseguido aliviar de alguna manera la pesada carga que llevaba sobre sus hombros. Cuando finalmente había conseguido dejar de llorar lo suficiente como para respirar de manera más normal y regular, había levantado su mirada hacia mí, clavando sus ojos azules todavía más  brillantes debido a las lágrimas que los anegaban y resaltados por los bordes rojos que los rodeaban.

-Tenía razón.- Había murmurado con la voz estrangulada a causa de la emoción.- Yo tenía razón, él estaba vivo. 

Era cierto. Ella había mantenido lo que creía era una vana ilusión durante medio año a pesar de que nada era el mínimo indicio de ello, de que todo apuntaba a lo contrario. Ella se había aferrado a la idea de que Quinn seguía vivo, encerrado por los Recogedores, y yo no había sabido de ello hasta que su esperanza había sido desgarradoramente arrebatada y destrozada en manos de unos monstruos. Pero a pesar de lo que cualquiera había creído, de lo que yo había creído, Rachel había estado acertada todo el tiempo.  

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora