Capítulo 43

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Quinn estaba mejorando, al igual que yo: él ya no necesitaba la mitad de los aparatos que lo habían rodeado en un principio de su internación domiciliaria y yo ya no necesitaba la muleta para caminar. El tiempo estaba sanando nuestras heridas, la mayoría de ellas externas; para aquellas que no se podían ver habría que tener más paciencia, pero sabía que tarde o temprano se cerrarían por completo. Cada vez había más posibilidades de que en realidad lo hicieran. El clima en el Hogar había mejorado visiblemente, se respiraba una paz que hacía meses que no podía disfrutar. Era verdaderamente agradable ver a los niños corretear y jugar por toda la mansión con enormes sonrisas en sus rostros, y a los mayores conversando tranquilamente por los alrededores; las risas eran mucho más frecuentes, los ojos de todos habían adquirido un brillo nuevo, un poco de esperanza. Ese era el efecto que Quinn generaba en las personas, siempre con su buen humor y su amabilidad latente, y había regresado para quedarse. Por mi parte, ahora que podía moverme con mayor facilidad e independencia había retomado mis tareas como directora del Hogar, aunque estaba replanteándome seriamente si debía mantener aquel puesto, al menos para mí sola; no me había mostrado merecedora de tal responsabilidad durante los últimos días, precisamente. Apenas me liberaba de mis obligaciones me pasaba por la habitación de Quinn; generalmente conversábamos durante todo el tiempo que nos era posible, y en ocasiones simplemente nos quedábamos observándonos él uno al otro durante lo que parecía ser una eternidad. Todavía no le había contado nada respecto a todo lo que había sucedido durante los meses que había estado ausente, a excepción de la familia fallecida de Brodock y Abigail y Gianna por ser lo más urgente, y le había pedido a todos que mantuvieran ese tema lo más lejano de cualquier conversación; ya habría tiempo para las malas noticias, ahora debía recuperarse por completo ya que esa era la prioridad para todos, y cuando lo hiciera me encargaría yo de ser quien lo pusiera al día, le debía eso al menos. Él se mostraba atento y alegre la mayor parte del tiempo, sin embargo, a veces podía ver la tristeza titilar en sus ojos antes de que fuera capaz de ocultarla tras la muralla que había construido a su alrededor. Esto me preocupaba mucho. Había algo que no me estaba diciendo y no sabía cuál podía ser la razón de que me lo ocultara. Aunque aquella tarde finalmente dejó salir aquel pensamiento que le carcomía la mente, no pudiendo aguantar más las palabras que quemaban en sus labios.

-Leila...

Estábamos en esos gloriosos momentos en los que tan solo permanecíamos en silencio, escuchando nuestras respiraciones. Mi mano trazaba las venas de sus brazos, las cuales resaltaban furiosamente en su piel más pálida que de costumbre aún, yendo y viniendo en suaves caricias mientras el miraba mis dedos como si fueran arte. Usualmente me regocijaba en la sensación que me producía oír mi nombre pronunciado por su boca; últimamente él decía mucho mi nombre (al igual que yo el suyo), como si le encantara la sensación de cada letra entre sus labios, como si estuviera intentando recuperar, salvar, todas aquellas veces que no lo había dicho. Sin embargo, algo en el tono de su voz me pareció extraño e hizo que levantara la cabeza, expectante. Tenía una mirada triste que ni siquiera intentó ocultar cuando clavé mis ojos en los suyos. Eso fue lo que realmente me asustó, que él ni pretendiera lucir bien ante mí.

-Quinn, ¿Qué sucede? ¿Qué va mal?- Suspiró pesadamente, cerrando los ojos durante algunos segundos; cuando finalmente los abrió, una sola palabra se dibujó en mi mente: fin.

-Leila, he estado aquí ¿Cuánto? ¿Dos semanas, tres? No puedes seguir pretendiendo que todo está perfecto.- Lo miré, confundida.- Aquel día me pediste que no fuera a la misión, ¿Recuerdas? Pero yo no te hice caso, me marché de todas formas, y no regresé a pesar de que te lo había prometido. Me creíste muerto durante casi siete meses, y de hecho estuve a punto de morir.

-Yo ya sé todo esto, Quinn. Lo viví, pero ya no tiene caso seguir pensando en ello. Tú no tenías manera de hacerme saber que estabas vivo, y realmente fue una suerte que te encontráramos cuando lo hicimos, pero ahora estamos bien. Estamos bien, ¿Verdad?- La duda burbujeaba en mi pecho y se traslucía en mi voz.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora