Capítulo 11

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Me levanté de la cama sabiendo que no podría pegar un ojo nuevamente bajo ninguna circunstancia, y me fui a dar un baño. El agua caliente se sintió de maravilla en mi cuerpo agarrotado. Me dolía la espalda por haber dormido contra la pared en la noche, y sentía todos los músculos tensos y extenuados; incluso me dolía la mandíbula por haber apretado los dientes durante mi pesadilla. Tenía que encontrar la manera de que mi cuerpo dejara de reaccionar ante mi torturada mente, por más difícil que fuera, o llegaría el momento en que no podría ni siquiera moverme a causa de los dolores. La noche era para descansar, y hacía tiempo que yo no estaba aprovechando ese momento, precisamente. 

Continué con mi ducha durante un tiempo bastante largo, sintiendo como mis músculos se relajaban progresivamente bajo el agua; quizás no durarían mucho en ese estado, pero no por eso se sentía menos agradable. Cuando finalmente salí del baño envuelta en una toalla, encontré mi habitación vacía: Liv ya se había marchado, seguramente para prepararse para el funeral. Ella me había dejado un vestido en la cama, también. Era bonito y delicado, la tela era suave y tenía pedazos de encaje distribuidos con elegancia y gracia; lo único malo de aquella prenda era el color, negro de luto. Yo no debería ni siquiera pensar en vestirme de negro, debía estar pensando en vestirme de blanco. Pero en la clase de vida que yo había elegido, los funerales eran mucho más frecuentes que las bodas; incluso estaba empezando a pensar que esto sucedía en la vida en general. Quité ese pensamiento de mi mente, decidida a no deprimirme aún más con planteamientos filosóficos, y me vestí prestando atención a cada movimiento; me estaba convirtiendo en una pesimista sin remedio. Me arreglé lo mínimo e indispensable: sólo me había puesto linda para una sola persona en estos años, y creí que sería algo apropiado estar decente al momento de decirle adiós. O al menos intentarlo. Y no me miré al espejo, no pude verme de esa manera; ojos que no ven, corazón que no siente. Ojalá fuera cierto, porque de lo que estaba totalmente segura era de que, aunque no viera nada de lo que había sucedido (de lo que estaba sucediendo), mi corazón sí sentía. Bastante, y dolía.

Bajé las mismas escaleras imponentes en las que, más de dos años atrás, Quinn me había esperado radiante en medio del esplendor de una fiesta repleta de desconocidos. ¿Quién hubiera dicho en aquel entonces que las cosas cambiarían tanto? El ruido de los zapatos taconeando sobre el mármol blanco era todo lo que se escuchaba en el salón. Generalmente, el bullicio que había en la mansión era tal que era casi imposible hablar a un volumen normal, pero aquel día era uno muy triste para todos, no había humor para jugar o corretear por los pasillos como habitualmente sucedía. Salí de la casa sin cruzarme con nadie, sintiéndome aliviada por ese detalle ya que quería estar un rato a solas. El viento frío me golpeó duramente el rostro, mientras me fundía en el gris monótono de las calles; el cielo estaba de color plomizo, y no pude evitar pensar que era el clima perfecto para un funeral. Parecía que la naturaleza estuviera sintonizada con las emociones de la mansión. Caminé las cuadras que me separaban del cementerio lentamente, ensimismada en mis propios pensamientos, y cuando llegué estaba completamente vacío. Era temprano aún (había llegado antes de la hora acordada), y las temperaturas heladas no animaban a hacer una visita en campo abierto, precisamente. Recordé con una sonrisa ínfima la vez que juntos, Quinn y yo, habíamos descubierto nuestras propias lápidas; no había sido en el mismo cementerio, pero no podía dejar de encontrar las similitudes. Aquella sí que había sido una escena digna de una película: nuestra sorpresa e incredulidad al ver donde, en teoría, deberían haber descansado nuestro cuerpos. Pero aquella sonrisa se esfumó al instante en que tuve en cuenta lo que en realidad sucedería dentro de un rato. Hoy, una madre tendría que enterrar a su hijo (más bien, pretender enterrarlo) por segunda vez, solo que esta vez no había posibilidades de que fuera un malentendido, nadie había falsificado su muerte; y yo tendría que decirle adiós a una parte de mi familia, sólo que sería una despedida definitiva y sin esperanza de reencuentro. Vería la tumba de Quinn, sólo que esta vez él no estaría a mi lado para confirmarme que aquella visión no era más que una mentira. Pareciera que el destino se estuviera cobrando cruelmente el tiempo de felicidad que habíamos vivido.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora