Capítulo 38

8 1 0
                                    

Liv se quedó petrificada parada junto a mí, mirando el cuerpo inmóvil de Astoria a los pies de la escalera. Tenía el rostro completamente iluminado por el incendio descontrolado que seguía creciendo segundo a segundo, y me asustó lo que vi allí: no era miedo, ni furia o satisfacción, ese era el problema; su rostro estaba completamente inexpresivo, su mirada parecía muerta. Era como ver una imagen que no transmitía absolutamente nada, con su cabello corto cayendo despeinado y revuelto, sus mejillas tiznadas de hollín y sus brazos flácidos a los costados de su cuerpo. Quería tocarla, pero tenía miedo de lo que pudiera obtener como respuesta. Además, me sentía muy mareada y débil, como si el mundo se estuviera alejando poco a poco de mí; me faltaba el aire y sentía un dolor permanente que no podía identificar realmente. Un acceso de tos violenta me sacudió, haciendo que mi garganta ardiera y mi pecho se apretara aún más de lo que ya lo estaba. Al menos eso hizo que mi amiga finalmente reaccionara, girándose hacia mí con mirada preocupada aunque algo desorientada, como si no supiera donde se encontraba exactamente. Luego de mirar a su alrededor velozmente, con cuidado de no fijar sus ojos en la anciana inerte, pasó su brazo por mi cintura y me ayudó a incorporarme del todo. No habló, como era costumbre en ella, y comenzamos a subir los escalones tortuosamente lento; no podía hacerlo mucho más rápido incluso con su ayuda, y ella no podía levantarme debido a que era muy pequeña. Pero llegaría hasta arriba por el simple hecho de que ahora no estaba sola, mi vida no era la única que corría peligro. Y si Dorian la había enviado a allí abajo se debía a que ambos confiaban lo suficiente en mí; no los defraudaría.

Al final conseguimos llegar hasta arriba de todo, una brisa de aire fresco aliviando el tedioso aumento de temperatura que habíamos soportado en aquellos túneles de mala muerte. Pero ese fue el único alivio que pude disfrutar debido a que, como ya suponía, los Recogedores nos estaban esperando; de hecho, la batalla ya había comenzado. Durante unos segundos que parecieron eternos pude ver quiénes estaba allí luchando por la justicia, por el Hogar, por mí: la mayoría de los mayores de la casa, Dorian, Alan, Lucio, Bastian, Liv que estaba a mi lado preparada para involucrarse junto a su hermano... y Rachel. ¿Qué hacía mi hermana aquí? Justo en ese momento ella me miró, y simplemente asintió con la cabeza rápidamente hacia mí. No había tiempo para ponerse sobreprotectora, me necesitaban. Corrí, o más bien intenté hacerlo, hacia una Recogedora que pretendía atacar por la espalda a uno de los muchachos del Hogar, al hermano del pequeño Thiago; no podía permitir que aquel niño no viera regresar a su hermano mayor. Me interpuse en su camino y observé como la mujer sonreía pretensiosamente al notar mi estado físico. ¿Acaso todos los Recogedores eran tan soberbios? ¿No habían aprendido que nosotros no nos rendíamos tan fácilmente? Mis heridas no me habían detenido antes y no lo harían ahora. Tal vez no pudiera pelear cuerpo a cuerpo como estaba acostumbrada, pero había tenido un gran maestro en otro tipo de técnicas; y el momento de ponerlas a prueba había llegado. Con un movimiento rápido deslicé el cuchillo que tenía escondido dentro de mi bota, afianzándolo en mi mano izquierda como si en realidad perteneciera a allí. Noté el frío material contra la piel ampollada por las quemaduras e ignoré el dolor que aquel simple contacto me provocó, y al mismo tiempo pude ver el brillo desconcertado en la mirada de mi contrincante. No se esperaba aquello y ahora contaba con el factor sorpresa. Ella fue la primera en avanzar, de forma casi salvaje e impetuosa; simplemente me limité a esquivarla, algo que la enfureció. No iba a matarla, si bien ese era el camino más fácil: no iba a convertirme en una asesina, y tampoco iba a lastimarla si podía evitarlo. Yo no era igual que los monstruos que me habían torturado, que habían torturado a mis amigos. La Recogedora volvió a atacarme, esta vez con un pequeño cuchillo en su propia mano. Bueno, al menos ahora estábamos en iguales condiciones, no sería tan malo hacerle algún que otro rasguño para que aprendiera que no debía subestimar a nadie. Oí su gruñido cuando una fina línea se dibujó a un costado de su brazo, atravesando tela y piel para dejar paso a un ínfimo hilo de sangre. Seguimos luchando y ambas recibimos cortes provenientes de la otra; podríamos haber continuado, la mujer era buena luchadora también, pero había otros enemigos que necesitaba quitar del camino si pretendía volver al Hogar a salvo. Así que, apenas la oportunidad se presentó, justo en aquella milésima de segundo en que bajó la guardia, la golpeé lo más duro que pude en la mandíbula y ella cayó sin resistencia al suelo. Estaba inconsciente, y ahora yo estaba libre para ayudar a mis amigos en la batalla. 

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora