Capítulo 32

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Jamás hubiese imaginado que llegaría el día en que despertara de una pesadilla y le realidad sería tanto o más horrible que el sueño mismo. Y sin embargo, estaba sucediendo. Había despertado en la oscuridad absoluta, repleta de dolor, completamente deshidrata y aterrada. No podía evitarlo: en momentos como aquel, el miedo me atenazaba el pecho y comenzaba temblar desesperadamente sin saber lo que me depararía el futuro. En la soledad al menos podía dejar de fingir que estaba entera sin temor a perder lo único que tenía allí abajo, mi dignidad. 

El ruido de las cadenas me despertó. No sabía cuándo exactamente me había quedado dormida, solo era consciente de que no había creído poder dormir en absoluto. Al parecer, la situación y el agotamiento físico habían podido con todo. En la oscuridad no podía ver qué era lo que estaba sucediendo, pero sentía el movimiento de las cadenas que amarraban mis brazos duramente. Ya no tenía sensibilidad en ellos, y me preocupaba lo que podría sucederle a mis dedos. Lo único de lo que estaba segura era que, fuera lo que fuera lo que estaba pasando, no sería bueno para mí. Cuando las ataduras se soltaron, me desplomé en el piso con un ruido sordo. No había notado que estaba colgando simplemente, depositando todo mi peso sobre mis adoloridos brazos. Intenté ponerme de pie, y una especie de electricidad me recorrió la pierna. Claro, Brodock me había clavado un cuchillo en el muslo, ¿Cómo lo había olvidado? Quizás mi cuerpo se estaba acostumbrando al dolor, ya ni siquiera recordándolo. Alguien me tomó bruscamente y comenzó a arrastrarme por el helado pasillo, sin importarle los objetos o sustancias no identificables sobre los que me movía torpemente. Ya ni siquiera me asqueaba el lugar. Era una versión realmente diluida de mí misma.

Pensé en el Hogar, en todos los que habían quedado allí. Quizás estarían preocupados por mí, quizás no. No había manera de saberlo con certeza cuando no sabía el tiempo que había estado encerrada en aquella celda debajo del mundo real. “No podemos ir contigo.” Lo había sabido desde un principio, y nunca había pretendido algo semejante. Sabía que yo iba a ser la única que entraría a la Isla; no podía arriesgar de esa manera a los demás, sobre todo cuando jamás habían estado de acuerdo conmigo. No iba a obligarlos a hacer algo que no querían, y no lo había hecho. Por eso yo era la única que estaba prisionera, la única que no sabía si volvería a ver la luz del sol; y así tenía que ser. Solo yo, tal y como todo había empezado.

Una luz cegadoramente blanca me tomó por sorpresa cuando una puerta que no había visto se abrió repentinamente. El Recogedor que me había llevado todo el camino me lanzó dentro de la misteriosa habitación con un gruñido malhumorado y se marchó, cerrando nuevamente la puerta tras de sí. Fue entonces cuando pude apreciar el ambiente que me rodeaba. Yo ya había estado allí. No, había estado en lugar aterradoramente similar. Las paredes blancas, las camillas esterilizadas, el fuerte olor a desinfectante y alcohol, los diversos instrumentos de utilidades desconocidas; todo era terriblemente familiar. Porque era un laboratorio, y sentados detrás del escritorio esmaltado estaban conversando dos personas repugnantemente parecidas, con los mismos ojos grises y las mismas miradas heladas: Astoria y Amílcar. Nunca los había visto juntos, pero parecían encajar perfectamente uno con el otro. Se movían con la misma lentitud y precisión, tenía la misma cadencia de voz, la misma sonrisa petrificada en los labios pálidos y agrietados; y sobre todo, parecían encajar a la perfección en aquel lugar de científicos locos. Seguramente porque ellos eran científicos locos. Quien no encajaba allí en absoluto era yo. Con esta luz podía hacerme una idea bastante precisa de mi estado: la piel sucia y manchada de tierra, sangre, y algo más que no quería saber; las múltiples heridas, cortes y moretones. La exposición. Justo entonces los gemelos levantaron la vista de sus papeles, con una sincronización casi ensayada. Me sentí desnuda aun cuando no lo estaba. Vulnerable. Estaba a punto de convertirme en una rata de laboratorio. 

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora