No dormí en todo el viaje, me mantuve observando por la ventanilla aunque sin mirar, con el viento golpeándome en el rostro, secando mis ojos y alborotando algunos cabellos rebeldes que se negaban a permanecer trenzados como correspondía; y las respiraciones suaves y acompasadas de mis amigos, quienes permanecían sumidos en un sueño profundo y reparador luego de un día largo que prometía ser más largo aún. Así y todo, a pesar de haber permanecido despierta todo el trayecto, cuando el agudo silbato resonó fuertemente por toda la formación entera, me sobresalté al igual que todos. Finalmente habíamos llegado, y las puertas del tren que se abrían progresivamente dejaban ver poco a poco la estación; bajamos, yo particularmente obnubilada por la inmensidad que me rodeaba. Podía ser que en algún momento de mi viaje hacía dos años me hubiera hartado profundamente de este entorno, más que nada por lo que significaba e implicaba, pero definitivamente la magia había regresado. Iba caminando por el andén como una niña pequeña, fascinada por cada detalle: los gigantescos arcos de piedra pulida que conectaban los andenes con el mismo salón, transitados por menos gente de la que hubiera esperado en una ciudad tan grande; las amplias ventanas ubicadas en lo más alto de las paredes que apenas dejaban entrar la luz diurna, la cálida iluminación proviniendo únicamente de las múltiples lámparas que colgaban del techo abovedado que dejaba los ladrillos color terracota a la vista, y complementaba aquel ambiente mixto de antigüedad y modernidad; el suelo perfectamente liso cubierto en su totalidad de baldosas con dibujos que se repetían periódicamente y generaban una sensación fresca que aliviaba el agobiante bochorno del exterior; las boleterías, una construcción circular que se ubicaba en el centro exacto de la estación como núcleo de la actividad humana. Los sonidos, los colores, las sensaciones; conversaciones, murmullos, roces de tela sobre la piel, brisas como caricias y vientos que despeinaban. Estaba rodeada de vida y me encantaba.
A mi lado, Liv caminaba en silencio y Bastian observaba con expresión de aburrimiento: evidentemente yo era la única que se sentía tan bien en aquella estación. Cuando salimos del edificio, el rubio, ya recuperado de aquel momento en el vagón, se desperezó exageradamente haciendo crujir los huesos de su espalda con un gemido ahogado.
- Recuérdenme por qué viajamos en tren en lugar de utilizar un auto.
- Bueno, los únicos que saben conducir son Dorian y Alan, y ambos tuvieron que quedarse en el Hogar.- Tampoco era tan terrible utilizar un transporte público, ¿Verdad? Sobre todo luego de pasar dos años en una Isla, uno pesaría que no se andaría con exquisiteces o caprichos.
- Yo también sé conducir.- No me sorprendía, en realidad; Bastian sabía muchas cosas que por lo general mantenía en secreto a pesar de su tendencia al alarde.- Pero nadie me preguntó al respecto.
- De todas maneras, no es que estés en condiciones de hacerlo, realmente. Aunque si supiera algo de autos, te daría una mano.
Bastian le respondió a Liv con una sonrisa descaradamente falsa y levantó la mano derecha con intención de hacerle un gesto bastante ilustrativo pero, claro, él no la tenía; así que se apresuró a levantar la otra mano, la que efectivamente seguía pegada a su muñeca. Era más que obvio que el desliz había sido adrede, pero aun así fue gracioso. Amaba a mis amigos, amaba ese humor ácido que podía hacer olvidar cualquier situación tensa o incómoda. Los tres nos miramos tratando de mantenernos serios, aunque no lo logramos por mucho tiempo y estallamos en risas en medio de la calle. Cada vez que intentábamos detenernos comenzábamos nuevamente; nuestros estómagos y mejillas dolían de tanto reír, nuestros ojos estaban repletos de lágrimas y la gente nos miraba como si tuviéramos problemas mentales, pero no podía importarnos menos. Reír hacía bien y nosotros nos estábamos riendo mucho; parecíamos los chicos de 19 años que efectivamente éramos, y eso no sucedía muy a menudo. Entonces, ¿Por qué no disfrutarlo?
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Sobrevivir sin ti [#2]
General FictionSegunda parte de "Sobrevivir de tu mano" "Y el dolor que sentía, como si un cuchillo se estuviera enterrando en mi corazón agotado, prácticamente gritaba aquello que no quería escuchar. Que él no volvería." Cuando fuiste parte de la pesadilla, ¿Cómo...