Capítulo 24

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El caos se desató en escasos instantes, surgido aparentemente de la nada y con forma de oscuras figuras recortadas contra el sol de la tarde. Los niños corrían en busca de una salida que les permitiera escapar de los monstruos que se abalanzaban sobre ellos, sin fijarse en quienes se interponían en su camino desesperado y gritando de terror con los ojos abiertos de par en par. Tenían miedo y era algo natural cuando la muerte respiraba en tu nuca. El Centro se había convertido en una masa deforme y descontrolada de gente que se amontonaba movida por el más puro instinto de supervivencia, el pánico prácticamente se respiraba. Los anfitriones repartían indicaciones a diestro y siniestro tratando de salvar la mayor cantidad posible de niños aunque su vida y libertad se fueran en ello; los Recogedores seguían adentrándose en el edificio con ávidas miradas, dejando un haz de terror a sus espaldas. Y yo, por primera vez en estos lugares, no estaba en posición de escapar, no porque no pudiera sino porque no quería hacerlo. Había personas que necesitaban urgentemente mi ayuda y, tal como había remarcado Bastian, se suponía que marcaríamos una diferencia; este momento era perfecto para hacerlo.

- ¿Podemos detener su avance?- Le grité a la anfitriona. Qué raro, no sabía su nombre.

- Podemos intentarlo.

Más indicaciones. Teníamos que formar una barrera entre los niños frenéticos y los Recogedores para evitar que los monstruos pusieran sus garras en los pequeños; lo difícil sería llegar hasta esa minúscula franja de espacio entre ambos bandos que disminuía cada vez más. Éramos ocho chicos (nueve con el muchacho de la puerta) contra doce bestias sin conciencia… la teníamos complicada, pero no era imposible. Comenzamos a movernos contra la poderosa corriente de miedo, avanzando tortuosamente lento. Fue entonces que alguien pasó corriendo y me chocó, como una sombra estrellándose contra mí sin previo aviso; el impacto tuvo tanta intensidad que me quitó el aire y me arrojó al suelo con la mala suerte de que mi cabeza golpeó algo extremadamente duro, una silla o la punta de un estante, quizás. El dolor agudo estalló cual rayo repentino, llegando a todas partes de mi cerebro como centellas relampagueantes, y la sangre espesa y cálida comenzó a gotear sobre mi ojo desde la herida abierta y palpitante. Miré a mi alrededor y automáticamente la masa asfixiante de gente que me envolvía dio vueltas sospechosamente. Fantástico. No solo estaba sangrando sino que además tenía una contusión; y ni siquiera me había enfrentado a los Recogedores aún. Me levanté tambaleante y caminé dubitativamente hacia la alta figura, aunque algo encorvada, ante mí. En el momento en que posó sus fríos ojos grises en mi supe exactamente quién era aquel anciano de rostro apergaminado, cabello blanco desgreñado y mirada malvada a pesar de mi mareo; después de todo, tenía los mismos ojos que su hermana. Amílcar. El corazón se me convirtió en una piedra helada que pesaba en mi pecho y aumentaba las náuseas que me invadían, todo el ruido histérico y desbordante de pánico a mi alrededor no siendo más que un murmullo amortiguado y casi graciosamente lejano. Solo podía pensar en que allí mismo estaba un hombre cruel y desalmado, cuyas manos chorreaban sangre de cientos de inocentes y eran culpables de innumerables torturas, y apenas podía mantenerme en pie; de todos los momentos en que el destino podría haberme lanzado de cara contra la realidad actual, había elegido este para hacerlo, y me había lanzado literalmente. Al menos esperaba que los niños del Centro escaparan sanos y salvos, que nadie fuera secuestrado por los Recogedores y mucho menos mis amigos, quienes debían estar defendiendo con toda su voluntad a aquellos que no eran más que meros desafortunados de la vida, tal y como yo haría hasta el último momento.

- A esto le llamo suerte.- La voz del anciano era espantosamente estridente, como si alguien estuviera rayando un cristal con un elemento filoso; daba escalofríos.- Venimos hasta aquí por una inspección de rutina y nos llevamos un premio mucho mejor.

Eso era todo lo que yo era para los Recogedores: un premio. Quizás, de vez en cuando, una molestia. Nada más. Era extraño ver como una organización se jugaba tu cabeza, como los miembros disputaban quién sería el que te atrapara y celebraran tenerte entre sus manos. Uno pensaría que a estas alturas ya estaría acostumbrada, ¿Verdad? Pues no. Seguía asqueándome. Amílcar me tomó duramente del pelo, tirándome la cabeza hacia atrás y dejándome el rostro completamente expuesto a su fétido aliento y sus dientes amarillentos, seguramente por el tabaco o tal vez porque se estaba pudriendo por dentro. Era evidente que estaba disfrutando aquel momento de mi debilidad por la manera tétrica en la que sonreía, totalmente repugnante. Mientras no hablara… pero mis plegarias no fueron escuchadas.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora