Capítulo 16

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En ese momento, el tiempo que había parecido de goma comenzó a correr vertiginosamente. Liv sacó un cuchillo de su cinturón con los ojos brillantes de rabia y se dispuso a atacar a la malvada mano derecha de Brodock; no estaba siendo racional, motivada por el más profundo deseo de venganza: después de todo, frente a ella se encontraba la asesina de su hermano menor, nada más ni nada menos. Entendía su deseo y su necesidad, pero todo lo que conseguiría en ese estado sería matarse; Astoria podía estar en desventaja por su edad, pero era astuta y traicionera como un zorro, y se aprovecharía de la furia ciega de Liv para poder huir victoriosa. Tenía que detenerla, si algo le llegaba a pasar… no podíamos perderla, Dorian nunca me lo perdonaría. Yo misma nunca me lo perdonaría. Y mientras tanto, mi amiga seguía corriendo con el cuchillo en la mano y una mirada desquiciada, las lágrimas corriendo por su delicado rostro. Sentía el tiempo pasar como un breve suspiro ante mí, y a la vez tenía la sensación de que no se movía en absoluto; y aunque sucedió en escasos segundos pude ver todo como si estuviera sucediendo en cámara lenta.

En el mismo y preciso instante en que Liv estuvo a un metro de Astoria, ésta sacó una pistola de la nada; no sé cómo la vi, pero antes de siquiera darme cuenta de mis propios actos me lancé hacia mi amiga. Justo cuando el arma se apoyó en su pequeño pecho y el dedo de la sádica anciana presionaba sin el mínimo rastro de duda el gatillo colisioné duramente con un cuerpo de metro y medio de estatura. El disparo estalló mientras caíamos, incrustándose en una de las blancas y perfectas paredes. Me incorporé jadeando, dispuesta a proteger a Liv de su propia pesadilla, pero la vieja no perdió tiempo alguno mientras nos apuntaba. Y esta vez la bala no encontró su camino en la pared. El grito me heló la sangre y, a la vez, mi corazón alcanzó un ritmo inaudito e imposible. Miré a mi amiga temiendo lo peor. ¿Qué pasaba si…? No. La sangre formó una mancha oscura a medida que la tela la absorbía, y unas manos pequeñas y pálidas apretaban la herida con unos gemidos de dolor en el fondo. Sin embargo respiré aliviada. La bala le había dado en la pierna, había oportunidad; gracias a la escasa visión de Astoria, Liv no había muerto. No tuve tiempo de reaccionar cuando la anciana nos volvió a apuntar, insatisfecha con sus resultados; estaba buscando desesperada una de las múltiples correas de cuero para poder hacerle un torniquete a mi amiga, si no se desangraría antes de que pudiera sacarla de allí. Vi de reojo el movimiento, y juro que suspiré ante mi muerte inminente. No había escapatoria, ya no. Fue entonces que algo se estrelló ruidosamente contra la anciana, provocando que el arma saliera volando de su huesuda mano. El niño acababa de salvar mi vida. El mismo niño que había rescatado; el mismo niño que ahora reía histérica y salvajemente por su hazaña, carcajadas que provocaban escalofríos. Astoria gritó algo antes de escabullirse por el pasadizo escondido, el mismo por el que había llegado, pero no logré entender sus palabras: estaba conmocionada, casi había muerto; Liv casi había muerto, y aún podía morir si no hacía algo y rápido. Ya sin la amenaza de un arma de fuego sobre mi cabeza, apreté una correa varios centímetros sobre el agujero en la piel de mi amiga a la vez que murmuraba apresuradas disculpas a través de mis dientes apretados; ella no hizo ningún ruido, pero podía ver las lágrimas en sus ojos y el dolor grabado en su rostro. Cuando terminé, le pedí que me esperara unos segundos (como si hubiera podido hacer otra cosa). Tenía algo más que hacer.

Me interné en los túneles, dejándola con el niño acurrucado a su lado y a punto de quedarse dormido. ¿Quién se dormía en esa situación? Supongo que el estrés había sido demasiado. Recorría todo el pasillo mientras colocaba los explosivos de manera estratégica, guiándome en la oscuridad solo con la experiencia a falta de la débil luz de la linterna que seguramente se había perdido; como si me preocupara una estúpida linterna. Ahora quedaba salir de allí y volver a casa. Aun así, mi molesto reloj mental seguía resonando escandalosamente, irritándome con su tic-tac fatalista. Regresé sobre mis pasos hasta la blanca sala para encontrar al niño finalmente dormido y a Liv en el limbo entre el mundo real y la inconciencia; mientras le pedía que se quedara conmigo la ayudé a incorporarse, aunque sabía que no podría caminar por su cuenta. Me coloqué como pude al pequeño salvaje sobre la espalda, quien en su sueño se aferró a mí con ansias facilitándome las cosas, y pasé un brazo por la estrecha cintura de mi amiga; así, y con un silbato en la boca, comencé a llevarlos por la oscuridad, entrando en unos túneles que esperaba no ver nunca más en mi vida.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora