Capítulo 42

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Traté de hacer lo más rápido que pude, pero era muy difícil moverse cómodamente cuando tenía vendas por todos lados, mi brazo derecho (mi brazo útil) estaba inmovilizado y temblaba de la ansiedad. Pero tenía que apurarme. La doctora Gray finalmente le había retirado a Quinn las medicinas que lo mantenían en coma, y podía despertar en cualquier momento. Yo quería estar allí cuando despertara; no había estado para él durante casi siete meses, al menos quería estar cuando por fin abriera sus ojos, completamente desorientado y probablemente asustado. Quería estar allí para explicarle, para ayudarlo, para consolarlo si era necesario; quería estar allí para disculparme por haberlo abandonado, por haber perdido la esperanza, por no haberlo salvado a tiempo. Pero no, mi organismo había decidido justo en ese momento que mi vejiga estaba demasiado llena y a punto de explotar, por lo que había tenido que correr al baño al no poder aguantar durante más tiempo. Quinn tenía que esperar a que yo regresara para despertarse, tenía que hacerlo. Mientras tanto, yo seguía haciendo estupideces en mi intento ridículo de hacer todo rápidamente con una sola mano o de correr con una sola muleta. Faltaba tan poco. Suria y Olivia ya estaba en la habitación, aguardando tan ansiosamente como yo; los demás habían decidido en un gesto realmente amable darnos un poco de espacio, al menos al principio. Solo faltaba yo; yo y mi maldita vejiga pequeña. Tenía que correr, o algo parecido.

Cuando entré al cuarto lo primero que vi fue a Suria sentada sobre el regazo de quien técnicamente era su abuela, ambas mirando hacia la cama con sonrisas brillantes en sus rostros y ojos empañados. Y luego lo vi, vi como hacía un gran esfuerzo para intentar sentarse, lográndolo mayormente por fuerza de voluntad. Quinn se había despertado y yo no había estado allí en ese momento. ¿Cuánto tiempo había estado en el baño? No había sido mucho tiempo, y sin embargo el destino había escogido justo esos escasos minutos para permitir que abriera sus ojos; exactamente los minutos en que yo no estaba allí. Eso era injusto, muy injusto. Sentí como los ojos se me llenaban de lágrimas a causa de la frustración y la furia que me habían embargado. ¿Qué me sucedía? Quinn finalmente se había despertado y yo estaba llorando por una nimiedad, ¿En serio? Se suponía que todo debía ser perfecto, que él despertaría en casa luego de los peores meses de su vida y nos encontraría a su lado, tal como le hubiera gustado si hubiese tenido la opción de elegir como quería regresar. Pero no, yo había escogido el momento perfecto para irme y ahora él no había tenido su despertar ideal. Todo por mi culpa. Era una estúpida, ¿Qué más iba a arruinar? Me quedé parada en la puerta mientras su madre y su hija desbordaban en amor y felicidad. Era como si estuviera destinada a presenciar todos los reencuentros emotivos desde fuera, a no ser más que un mero testigo de la felicidad de otros. Quería acercarme a ellos, quería acercarme a Quinn, pero no podía, ¿Por qué no podía? Sentía como si me hubieran clavado en el piso, las lágrimas cayendo una tras otra por mis mejillas. Entonces me di cuenta que no solo lloraba por el hecho de no haber estado allí cuando había abierto los ojos, sino que de una vez por todas, todos los sentimientos que se habían acumulado durante los últimos días, los últimos meses como una bomba de tiempo, habían estallado y salido a la superficie. Y ahora no podía parar de llorar. Un llanto silencioso que nublaba mi vista y me impedía ver. Pero no escuchar.

-Leila...

Su voz sonó rasposa y seca debido a la falta de uso y no pudo continuar la frase, por lo que se apresuró a aclararse la garganta. Sin embargo, para mí no era necesario decir más. Había escuchado su voz, una voz que me había resignado tristemente a no oír nunca más, una voz que había extrañado con locura (y en realidad no había notado cuanto hasta ahora) durante seis meses. Un sollozo escapó de mi pecho y las lágrimas cayeron más raudamente permitiendo que pudiera verlo con más claridad. Incluso desde allí parada podía ver sus brillantes ojos clavados en mí con dulzura, esa dulzura que era tan característica de él; su hermoso rostro iluminado por una sonrisa que era inevitable debido a que era evidente que estaba feliz. ¿Cómo no iba a estarlo? Estaba en casa. Quinn estaba en casa y estaba vivo. ¿Por qué estaba lejos de él? Ya había lejos durante demasiado tiempo, y no podía soportarlo más. Sin dejar de llorar me acerqué con paso bastante gracioso, a decir verdad, y me senté lo más cerca que pude de la cama, enterrando mi rostro entre las finas sábanas que cubrían su cuerpo. Sentí su mano sobre mi cabeza como una suave caricia, y entonces comencé a llorar desconsoladamente. Los sollozos sacudían mi cuerpo violentamente e incluso me costaba respirar, y era consciente de que estaba empapando la ropa de cama con mis lágrimas que no cesaban de caer por mi rostro, haciendo que mis pestañas, mis mejillas y todo mi rostro prácticamente permanecieran húmedos. Dios, lo había extrañado tanto que dolía. Dolía mucho más que cualquier tortura que Brodock o los gemelos malvados pudieran implementar en mí. La ausencia de Quinn había sido como morir todos los días. Pero allí estaba ahora. Me estaba tocando, me había sonreído, había dicho mi nombre. No podía creer que hubiera olvidado la manera en que mi corazón latía desesperadamente con solo ver sus ojos o la curva de sus labios; aquella electricidad placentera que me recorría como un suspiro cálido cada vez que su piel tocaba la mía; la manera en que pronunciaba mi nombre, suavemente y con un inmenso amor impreso en cada sílaba, en cada letra. No, creía que lo había olvidado, pero simplemente lo había mantenido en un rincón apartado de mi mente junto con la esperanza de algún día volver a verlo. Y ahora todo estaba allí: cada palabra, cada sensación, cada recuerdo. Todo. Incluso Quinn.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora